Las elecciones parlamentarias en España –realizadas en julio pasado– ratificaron una nueva estructuración política basada en dos coaliciones polarizadas. Del lado derecho del espectro, la alianza tácita entre el Partido Popular –heredero del franquismo político– y el falangismo ultramontano expresado por Vox. Enfrentados a estas dos organizaciones reaccionarias, se congregan el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) –de Pedro Sánchez (foto)– y Sumar, liderada por Yolanda Díaz. El tablero se completa con organizaciones regionales, autonomistas e independentistas (vascas y catalanas, entre otras) cuyas bancas aparecen como decisivas para formar gobierno.

Una de las novedades de esta configuración es el vaciamiento del centro político y la consecuente depreciación de los enfoques ligados a la moderación, característicos de la etapa bipartidista hegemonizada por el PSOE y el PP, con mínimas diferencias estilísticas. La implosión de ese sistema convergente de dos partidos se fue dando a partir de una progresiva desconexión con la ciudadanía y una resolución de diferencias a través de perspectivas tecnocráticas alcanzadas a espaldas del electorado. En ese marco, la política se redujo a contubernios, ausencia y vaciamiento del debate público, y sobreactuaciones de diferencias minúsculas.

Convergencia

Ese acuerdo subrepticio entre los populares y los socialistas perduró desde el fin del franquismo hasta la segunda década el presente siglo. Pero finalizó con el estallido de las burbujas inmobiliarias en Estados Unidos y en diferentes países europeos, entre ellos España. El fracaso neoliberal instauró una recesión que perdura hasta la actualidad. Sus consecuencias endógenas fueron el incrementó de los niveles de desocupación –especialmente entre los más jóvenes–, la precarización laboral, la inseguridad habitacional y una consecuente desafección política. A esa crítica realidad se sumaron los flujos migratorios de Irak, Siria y el Magreb, resultantes de las “intervenciones pacificadoras” de índole neocolonial, instauradas por Washington y la OTAN. La paranoia institucionalizada se completó durante los tres últimos años con la irrupción de la pandemia, que confrontó al individualismo ultraliberal con las soluciones ofrecidas por una salud gestionada desde el Estado.

Esa cómoda convergencia entre PSOE y PP dejó un espacio vacío que fue ocupado por Vox y por una izquierda autónoma, agrupada inicialmente en torno a Podemos, y hoy expresada por Sumar. Los seguidores neofascistas de Vox postularon desde su fundación soluciones facilistas basadas en la instauración de enemigos internos –islámicos, independentistas o rojos–. Por su parte, el progresismo ibérico se ubicó en la promoción de derechos desafiando a los discursos reaccionarios. Esta doble estructuración obligó tanto al PSOE como al PP a romper sus esquemas bipartidistas, conformando dos coaliciones que requieren de acuerdos para alcanzar las mayorías.

En ese marco, la ultraderecha española recurre al macartismo, impulsa los discursos de odio, las narrativas anticientíficas y las apelaciones a la misoginia y la homofobia. Su pregnancia depende también de una corriente internacional que se siente desafiada por un nuevo polo de poder centrado en los BRICS. Donald Trump, Jair Bolsonaro, Georgia Meloni y Javier Milei expresan un pánico visceral respecto al debilitamiento del atlantismo. En la primera mitad del siglo XX, Benito Mussolini, Francisco Franco y Adolf Hitler reaccionaron contra las demandas provenientes del socialismo, el anarquismo y el comunismo, apelando en aquel momento a relatos patrióticos y la institución de enemigos internos.

La derecha global

En la semana previa a las elecciones argentinas, la derecha global institucionalizada se expresó en apoyo a Javier Milei. El hijo de Jair Bolsonaro (Eduardo), la presidenta de la Comunidad de Madrid e integrante del PP (Isabel Díaz Ayuso) y el máximo referente de Vox (Santiago Abascal), entre otros, expresaron su apoyo al candidato ultraliberal. Todos esos referentes comparten una narrativa similar basada en la estigmatización de un sujeto colectivo enfermo al que se debe exterminar para impedir que contagie al resto de la sociedad. Sumado a este esquema inquisitorial, ofrecen soluciones sencillas y altisonantes para problemas complejos, basados en la reducción de la presión fiscal a los empresarios, la demonización de las perspectivas de género y los derechos sociales.

Pedro Sánchez tiene hasta el 27 de noviembre para lograr alianzas que le permitan ser elegido nuevamente como jefe de Gobierno. Para lograr ese objetivo, tiene que negociar una amnistía que beneficie a los independentistas catalanes. Para contribuir a la paz general, Alberto Núñez Feijóo, líder el PP, consideró que la amnistía negociada por el PSOE los ubica en “un horizonte similar al de los Balcanes”. Para las derechas los nacionalismos son nocivos, salvo que los sustenten los españoles en su conjunto: los restantes encierran peligros de balcanización y guerra.