Ciertos duendes maradonianos de México ’86, la presencia de una hinchada mayoritaria que se hizo sentir y una rivalidad teñida de desencuentros históricos desde 1806, condimentaron un clásico que es clásico en cualquier deporte: Argentina-Inglaterra. Esta vez, no hubo podio ni bronce en el rugby pero si garra y coraje para intentarlo. Errores propios de Los Pumas, un equipo inglés utilitario y algún fallo parcial del árbitro australiano, privaron al seleccionado de una victoria que hubiese sido merecida.
Depende con qué expectativa se juzgue el paso por el Mundial, pueden quedar dos sensaciones. Antes de jugarlo, Argentina soñaba -con ciertos argumentos- llegar a la final. Pero el mismo rival, en la apertura del grupo D, le dio un baño de realidad. Le ganó con la precisión quirúrgica de su pateador, George Ford y un rugbier menos por expulsión durante casi todo el partido.
Por el tercer puesto fue muy diferente. Salvo los 15 minutos iniciales, Los Pumas dejaron la sensación de que eran más. Esa imagen y el balance de los siete juegos disputados indican un estado de ánimo alejado de la decepción. El nivel dio para competir con todos, menos con los All Blacks. Hubo tres victorias lógicas contra Samoa, Chile y Japón, más una de pronóstico incierto con Gales en cuartos de final. Se perdió con Nueva Zelanda sin atenuantes y dos veces con Inglaterra. Derrotas, las últimas, que no estaban en los planes por la actualidad que llevaron las dos selecciones a Francia.
Ahora viene la etapa de plantear un futuro más que probable sin el entrenador jefe, el australiano Michael Cheika. Su llegada en mayo del año pasado y debut contra Escocia en julio (se ganó 26 a 18) despertó ilusión y una segunda e histórica victoria con los All Blacks de visitante en el Rugby Championship de 2022 la alimentó más. Pero parece un hecho recurrente que, cuando Los Pumas están a punto de dar el gran salto, en volumen de juego y en resultados que lo confirmen, retroceden un casillero. Como si no pudieran escapar a la lógica del juego de la Oca donde se puede retornar hasta el punto de partida.
Argentina salió titubeante, dormido, casi como en una remake del primer partido. A los 12 minutos ya perdía 13 a 0 por un try convertido y dos penales del infalible medio apertura Farrell. Los errores continuos insinuaban el guión de una película que ya habíamos visto. Pero descontó Boffelli con otro penal – uno de los mejores del equipo en el torneo – y Los Pumas empezaron a confiar en su juego de impacto, de avances percutiendo con los forwards, de ir hacia adelante mientras los ingleses seguían con su recetario clásico de los kicks tácticos.
Cuando el primer tiempo se consumía, Argentina construyó su mejor jugada en el partido donde llevó la pelota con las manos hasta muy cerca del ingoal. Cubelli vio un hueco rodeado de varios rivales y se arrojó sobre la línea. Con el 16 a 10 lo que seguía tendría otro sabor. Quedó ratificado cuando Santiago Carreras volvió a apoyar el segundo try bajo los palos en una maniobra de destreza individual. Los Pumas pasaban al frente por primera vez en la noche de París, pero esa ventaja duró menos que una estrella fugaz. Al propio Carreras le tapó un kick en las 22 yardas el pilar Theo Dan y lo transformó en try. No había caso, a una buena decisión, seguía otra mala.
Solo un par de penales de Boffelli y Sánchez mantuvieron a Los Pumas en partido hasta el final (el tucumano pudo empatarlo después de una nueva infracción, pero el tiro se le fue apenas ancho), y los ingleses aguantaron la escasa ventaja con alguna mano adicional del árbitro. Demasiado fino para penalizar en los rucks a los argentinos y condescendiente cuando los ingleses salían de punta y rozando el offside.
Argentina estuvo a la altura en el último partido. No se dio y fue por detalles. Cheika se quejó también del arbitraje y dejó en suspenso su continuidad hasta un próximo viaje a Buenos Aires. Pero ésa es otra historia.