Cristian Vázquez tiene 30 años, trabajaba en el área de sistemas de una empresa de Defensa y México. El viernes, casi a las ocho de la noche salió del trabajo y como todos los días caminó por Defensa en dirección a Plaza de Mayo. Cuando llegó, encontró el final de la marcha por la desaparición de Santiago Maldonado. Sacó su celular para empezar a trasmitir en directo lo que pasaba. Se detuvo a preguntar a la gente qué ocurría y se dio cuenta de que estaban deteniendo a un periodista. En la última imagen de su cámara se ve el gas pimienta chorreado. Pasó las siguientes cuarenta y ocho horas detenido, incomunicado. Escuchó a una mujer policía apenas los habían subido a un camión celular pedirles nombres y apellidos. “Y en un momento dice: ‘Bueno, como no me responden, ¿qué quieren? –escuchó Cristian– ¿Ser desaparecidos también?’ Y ya ahí empezamos a preocuparnos. Fue un momento incómodo para todos porque no sabíamos dónde estábamos, dónde íbamos a ir, la camioneta daba vueltas, como pudimos nos sacamos el precinto de las manos y  logramos avisar a nuestros familiares”.

 

–¿Qué pasó el viernes?

 

–Estaba saliendo del trabajo, en Defensa y México. Trabajo en el área de sistemas de una empresa. Habré estado hasta las siete y media. Me voy para Defensa hasta Plaza de Mayo, como hago todos los días, y me quedé mirando la marcha. Había mucha gente que se estaba yendo, otra que seguía ahí, y de repente la policía empezó a avanzar. Había manifestantes que se estaban enfrentando. Corrí para la Casa de Gobierno porque parecía una cacería. Había policías por todos lados y era como que no teníamos salida. Para cualquier lado por dónde queríamos ir había un desastre, piedrazos, la policía tirando con las escopetas. Eso me llevó a ir para Avenida de Mayo. En un momento quisieron agarrar a un periodista. Yo mismo lo vi, estaba siendo detenido.  Fueron otros colegas a querer sacarlo y no hubo opción: creo que se lo llevaron igual. En ese momento, cuando la gente se dispersa, un policía me tira en la cara, a medio metro, gas pimienta. Me detienen y me suben a la camioneta. 

 

–¿Pudo decir algo?

 

–Con el gas pimienta me caí, tengo en las rodillas unos moretones, me levantaron, me llevaron adentro. Les dije: ´no puedo respirar´. Era la primera vez que me detenían, nunca me habían tirado gas. No podía respirar, no podía ver, estaba esposado, no podía ponerme nada en la cara. Yo le decía al policía, pero no me decía nada. Me deja ahí tirado, en medio de la camioneta. Cierra. Y olvidate. Te tratan como cualquier cosa.

 

–¿Qué pasó después?

 

–No veía nada. Subieron a otro muchacho, un chileno, que trató de calmarme porque yo podía escuchar pero no podía ver nada, no podía hablar bien. Él me dijo: “Yo soy periodista, a mi me agarraron de la nada”. Y así empezaron a subir a un montón de muchachos. No tenían nada que ver con los incidentes. Después nos dieron unas vueltas, en un momento se llenó la camioneta de gente y yo podía ver un poco mejor. Subieron a otro chico con gas pimienta. No teníamos noción del tiempo. Subieron a unas chicas. Y de pronto sube una mujer de la policía de la Ciudad, y empieza a preguntar nombres y apellidos. Y en un momento dice: “Bueno, como no me responden, ¿qué quieren? ¿Ser desaparecidos también?” Nos empezamos a preocupar, fue un momento incómodo para todos porque no sabíamos donde estábamos, dónde íbamos a ir, la camioneta daba vueltas. Como pudimos nos sacamos el precinto de las manos y empezamos a comunicarnos con nuestros familiares, pero eso fue un momento bastante incómodo para todos.

 

–Hasta entonces tenían los teléfonos.

 

–Hasta ahí todos teníamos celulares y estábamos con precintos, pero nos empezamos a ayudar. Mandamos mensajes. Agendamos los teléfonos, empezamos a mandar fotos a todos lados y la ubicación con el Google Maps porque nos daban vuelta todo el tiempo y encima diciéndonos esas cosas. Nos preguntábamos qué iba a pasar. No entendíamos nada y estábamos asustados. Un momento terrible. 

 

–¿Qué pasó después?

 

–Nos llevaron a Saavedra, la comuna 12. En el trayecto nunca nos dieron justificación de nada. No hablaban. Nos tomaron las huellas. Nombre, apellido, datos, todo. Nos sacaron los celulares, nos sacaron todas las cosas de valor. Una policía estaba filmando con una cámara. Yo pregunté por qué, pero ellos nos decían: ´vos seguí, seguí adelante´. No podíamos hablar. Cada uno fue a una celda individual. Y pasamos toda la noche del viernes en una celda individual. A la madrugada nos levantaban a cualquier hora a tomar las huellas de nuevo, declaración de nuevo.. El sábado seguimos sin saber qué iba a pasar. Vino la policía a la celda de cada uno a preguntar si teníamos teléfono de algún abogado. No me acordaba el teléfono de nadie. “Si no viene ningún familiar a testificar que vos vivís en esa dirección que declaraste, se te va a dificultar la salida”, me decían. Como pude convencí a un oficial de otro turno para que se comunique con mi novia a través de las redes sociales. Cuando preguntábamos qué va a pasar: siempre decían no sabemos: “Esto recién empieza”. Así, hasta que llegaron los trasladados a Comodoro Py del domingo y otra vez dilataron todo, fue terrorífico. Cuando llegamos a Lugano a la madrugada nos dijeron que íbamos a estar en libertad, pero nos volvieron a tomar las huellas, nos tuvieron cuatro horas dando vueltas, encerrados otra vez.

 

–¿Los desnudaron?

 

–En plena madrugada, del sábado o domingo –no recordas ni dónde estás–, pero eran como las tres de la mañana, empezaron a golpear las celdas para despertarnos y escuché que una de las pibas estaba gritando y después me enteré, dicho por ella, que se metieron a su celda y la hicieron desnudar.  Se metió una mujer a pedir que se desnude, había una cámara filmándola. Dijo que había como un flash y anotaban todos los tatuajes que tenía. A los muchachos que tenían tatuaje también los hicieron desnudar. Si tenías tatuaje tenías que desnudarte frente a toda esa gente. Como yo no tengo tatuaje, no me lo pidieron, sí me hicieron sacar la remera. Pero al resto las desnudaron y me parece que es horrendo, va en contra de todos los derechos humanos.

 

–¿Le dijeron de qué lo acusaban?

 

–Me dijeron que estoy imputado y no podía creerlo: me nombraron a mí y otros chicos diciendo que se me vio agrediendo a la policía, resistiendo a la autoridad, atentando contra el Estado, tirando piedras, bombas molotov, cuando en ningún momento vi bombas molotov en la manifestación. El fiscal me tomo la declaración. Conté todo lo que pasó. Y después volvimos otra vez al calabozo. Me asignaron un abogado público. Y todo así, no sabés qué va a pasar después. No dicen nada. Todo era incertidumbre.

 

–¿Quiénes eran los otros detenidos? ¿De dónde venían? ¿Qué pasó con ellos?

 

–Al comienzo hablábamos con los chicos a través de la celda, a los gritos. Cuando estábamos juntos no podíamos hablar, pero en los momentos de traslado podíamos decirnos algo. Sobre todo en Lugano, cuando nos pusieron a todos en la misma celda. Ahí pude escuchar mejor la historia de todos. Había un periodista. El chileno que subieron después que yo también estaba sacando fotos. Otro muchacho, por ejemplo, salía de comer con otros, dieron la vuelta, se toparon con la policía y los subieron. Después, está el caso del venezolano que tenía un problema con el documento pero es el único que quedó detenido y nos contaba desde la otra celda, a los gritos, que salía con su novia de comer una pizza y lo levantaron. Casos así, todos, la gran mayoría. O sea, gente que no tuvo nada que ver con los hechos.

 

–¿Cambió su visión de la policía?

 

–Yo no tengo orientación política ni tengo un fanatismo político, pero te puedo decir que entendí la bronca de ciertos grupos con la policía: realmente lo entendí en primera persona. Uno piensa van a estar para cuidarte pero cuando formas parte de esto, te das cuenta el trato que tienen. Esto es cualquier cosa. Viene un político, levanta el dedo y dice  ´vayan a levantar a cualquiera para tener detenidos´. Teníamos mucha bronca. Acá hay una responsable que todos sabemos quién es. Te da bronca porque vos podes pasar por la calle y te levantan así y ahí se discute la democracia.

 

–¿Se quedaron con sus cosas? 

 

–En mi caso, se quedaron con mi notebook. Yo estaba con un morral y adentro tenía una notebook de la empresa. Ahí tengo la tarjeta de acceso. Todo el tiempo les decía: ´yo pasé por ahí porque trabajo ahí, pero me decían que no, que por algo estaba´. Siempre buscaban una justificación. ¿Yo tirando una bomba molotov con una máquina del trabajo e identificación del trabajo? Pero me respondían que me tendría que haber ido. Es como que se burlaban. Me incautaron eso. No pude ir a trabajar y voy a ir a Comodoro Py a reclamar también los celulares. Y todo lo de valor: billetes, monedas, la SUBE, la tarjeta de débito.

 

–¿Su novia pudo encontrarlo rápido?

 

–Nadie sabía nada. Hay que decirlo, como yo no tengo tatuajes ni el pelo pintando, conmigo pudieron hablar. Y mandaron el mensaje a mi novia. O sea, todo depende del rostro que tengas. 

 

–¿Sabe qué lugar y hora pusieron en la acusación?

 

–Es una vergüenza: como decimos en la jerga de sistemas, fue un copy paste. A todos nos pidieron exactamente lo mismo, que atentamos contra el Estado, la policía, que pusimos bombas molotov, tiramos piedras. Una vergüenza. Me acuerdo que yo estaba viendo todo lo que pasaba y empecé a trasmitir en vivo. Cuando estaban agarrando a un periodista. ¿Un periodista?, dije yo.  En ese momento me tiraron gas pimienta.

 

–¿La filmación pudo haber detonado la detención?

 

–En ese momento yo compartía la filmación en vivo, puede ser. Puede ser que sea eso: estábamos todos filmando. Me hiciste pensar. No sabes lo que era eso. Era un calabozo de la era medieval. Un inodoro putrefacto. En ese momento estábamos solos y desde afuera se escuchaban los bombos pidiendo nuestra libertad. Eso nos dio mucha fuerza. Después cuando vimos a la Madre de Plaza de Mayo que fue a Comodoro Py a visitarnos con Ismael Jalil de la Correpi eso fue tremendo. Fue increíble ver a la abuelita que nos dio fuerzas. ¡No sabes que fuerza tiene esa señora!