Quiero comenzar esta columna respirando junto a usted, lectora, fuertemente, con el alivio que nos trae un suspiro de aquellos que se dan después de haber tenido el aire contenido por ¿tres meses, cuatro años? ¡Qué sé yo!
Debo seguir informando que el pasado domingo 22, más o menos a las 23, el pastel de papas (en verdad, eran dos) fue ingerido con voracidad y urgencia por unas diez personas que festejábamos, en cada bocado, la noticia de que el aire seguía circulando, no había sido privatizado, y nuestros pulmones seguían estando en nuestros respectivos organismos sin que nadie nos hubiera ofrecido ningún váucher a cambio.
Saben ustedes que, y no me quiero jactar por ello (bueno, sí; pero solamente un poquito), en esta misma columna se dijo y se reafirmó que las locas propuestas de Javier Milucha y su liga de Archivillanos no podrían ser realizadas por el mero hecho de que el candidato no iba a triunfar en los comicios. Esto aún no es definitivo, pero se ha vuelto más posible.
Dije también que, de triunfar su psicótico programa (aclaro por las dudas: no digo ni señalo ni estigmatizo ni diagnostico a nadie, me refiero a las propuestas, y ahí me la banco), al día siguiente una tormenta de psicofármacos hubiera debido llover sobre nuestro querido país. Llovió, pero solamente agua. ¡Gracias a todas las divinidades en las que no creo, pero a las que, aun así, les rogué en estos días!
El pastel de papas, ya lo dije, fue llevado al nivel de brindis y, como se trataba de un frente, lo hubo con carne y con soja, con y sin pasas de uva, y hasta el azúcar, que estaba proscripto, finalmente acompañó. Fue secundado por un postre no menos peronista: ¡fresco y batata! Si alguien señala que es un plato actualmente caro, diré que la sensación, aunque sea por un momento, fue que estábamos en una extraña epifanía de movilidad social ascendente.
De todas maneras, como la idea ahora es llamar a un gobierno de unidad, para el 19 de noviembre la convocatoria será con empanadas de distintos sabores, colores e ideologías, pero siempre dentro del campo nacional y popular, para que cada uno deguste a su manera, pero todes se sientan incluides. Eso sí: al horno, porque para fritos están los del FMI, que así nos dejan cada vez que nos proponen una de sus “recetas”. (Entre paréntesis, las del FMI son las únicas “recetas” pensadas para que la gente NO coma, rara paradoja).
La opípara situación no impidió, sin embargo, escuchar, ver, degustar, olfatear y metafóricamente tocar los emocionantes discursos de Axel K. en la provincia y de Sergio Massa en el búnker. Verlo a Axel, gobernador reelecto, gritando como el que más: “¡Ponga huevo!”, y a Sergio, presidente en la actitud, al lado de sus hijos, diciendo: “Me comprometo a cuidar a todos y todas los y las argentinas desde el 10 de diciembre, como me comprometí a cuidar a mis hijos desde que nacieron”... ¿Qué quieren que les diga? Yo grité: “¡Tráiganme una urna, que lo voto ya!”. Porque después de escuchar a candidatos que nos prometen sufrimientos y privaciones, que nos hacen sentir minuto a minuto que no contamos para ellos, este discurso fue como una nueva porción de queso y dulce, una que el médico no me prohibiría, una que no podía hacerme mal.
La imagen pictórica que nos supo regalar JxC (Q. E. P. D.) me hizo recordar a aquella sabia frase pronunciada hace pocos meses por el inefable Rodrigo de Loredo: “¡Los hice venir al pedo!”. Tal cual. Como señalamos con Daniel Paz ese mismo lunes en este mismo diario, Patricia se equivocó, y, en lugar de destruir al kirchnerismo, detonó a su propio espacio político. Sin dudas, el maurífice es el padre de la derrota, pero –quizás haciéndose eco de la propuesta de una diputada de su nuevo coequíper–, “no la reconoció”.
En cuanto a Milucha, no tardó ni un segundo en autopercibirse casta y, sin esperar a que su perro muerto le indicase la manera, se lanzó al ruedo. Va a tener que conseguir los votos de:
· Los que dijo que eran “zurdos de mierda”.
· Los que dijo que eran “viejos meados”.
· Los que dijo que eran “su segunda marca”.
· Los que dijo que eran “inútiles y traidores”.
· Los que siguen a quien él designó como “el maligno”.
· Los que pretendemos conservar nuestros órganos.
· Los que quiso cortar con una motosierra.
· Los que preferimos una escuela a un váucher.
· Los que vemos nuestra moneda, el peso, como una señal de soberanía nacional, y no como un producto anal.
· Los neoliberales que llamó “zurdos populistas”.
· Los que no vemos con simpatía a la Gestapo.
· Los que no vemos con simpatía que niños o niñas consuman pornografía.
· Los que prefieren que la política se maneje consultando a especialistas y no a perros muertos.
· La que él llamó montonera tirabombas.
La tiene difícil, ¿no?
Propongo al lector acompañar esta columna con el video-parodia “Kilómetro 11” chamamé electoralista de Rudy-Sanz, basado en el hit chamamecero popularísimo (fue pensando para octubre, pero vale para el balotaje):