Debe repetirse que alivio no es igual a euforia. Ni siquiera a tranquilidad. Y hay que repetirlo porque, no tanto en el Gobierno como entre los votantes de Unión por la Patria, se nota mucha o considerable cantidad de gente dispuesta a comerse la cena en el almuerzo.
Es comprensible. Las victorias de Sergio Massa y Axel Kicillof fueron de igual valor impactante y decisivo, junto con la recuperación en el norte del país e incluso en lugares impensados de la franja agropecuaria.
Podía esperarse tranquilamente la defección de los cambiemitas porque su candidata se mantuvo invicta en una campaña propia flojísima, en lo general y en lo individual. Y porque estaba claro que sus integrantes carecían de toda convivencia afectiva: apenas si se toleraban. Jamás le pusieron garra a remontar la cuesta.
Pero —excepto por lo que habrían detectado unos pocos encuestólogos en los días previos— nadie aguardaba que el ahora exloco de la motosierra sumara apenas unos 600 mil votos respecto de las Primarias. Ni que el candidato oficialista agregara cerca de 3 millones. Ni que el gobernador aplastara a sus divididos contrincantes.
Se adosó que el espectáculo brindado por la oposición, a lo largo de toda la semana y desde el mismo domingo por la noche, es alucinante.
La entrevista otorgada por Javier Milei a un medio televisivo, el jueves, pareció la coronación de una serie de contradicciones y desatinos que se acumularon sin cesar.
La ¿increíble? actitud de Patricia Bullrich y su compañero de fórmula, quienes sin consulta orgánica alguna resolvieron manifestar su apoyo al “libertario” tras el único expediente de un encuentro con el patrón ¿y sus carpetas?, inauguró la disolución formal de Juntos por el Cambio. Esto, si es que no se estiman como tal la abrupta bajada del escenario de Gerardo Morales, en Parque Norte, cuando la otrora Comandante Pato no tuvo el mínimo decoro de felicitar al ganador. O la amable frase de Diego Santilli a Mauricio Macri, enrostrándole “vos nos cagaste, porque hiciste el laburo para que pasara esto”. O, como elemento de color, el velatorio en la señal de cable alquilada por el amo del espacio (y otra afín, sin abundar), donde, como señaló un colega, dan tanta lástima que podría arrimárseles una bandeja con sanguchitos de miga.
Siguieron a ello varios episodios.
Uno global, en el que no sólo los radicales mayoritarios sino también el PRO, si continúa existiendo e incluido Horacio Rodríguez Larreta, puntearon distancia. En algunos casos, con un rechazo explícito a Milei que sólo permite inferir el respaldo a Massa. Sin ir más lejos, Martín Lousteau. Y el mismo Morales, para no hablar del quiebre que ya se produce en diputados electos de La Libertad Avanza.
Hasta puede ponerse en duda la vocación del primo Jorge. Dijo que resolverá lo personal “institucionalmente”, acerca de JxC, con el pequeño problema de no saberse a qué institucionalidad se refiere. La fuerza, como admitió Macri, ya no es la que él creó. El chiste de Rudy y Daniel Paz, el viernes, lo explica mucho mejor. Atiende a una de las tantas declaraciones inconcebibles de la esfumada Lilia Lemoine: Macri es el padre de la derrota, pero no quiere reconocer la paternidad.
En todo caso, lo que sí acepta es el pánico de origen judicial por sus causas pendientes.
Como quedó dicho, Milei se encargó de rematar la estupefacción entre el posteo del león abrazando a un patito y, después, su aparición kitsch en América TV.
Perdido en pausas, gestos y muletillas que denotaron un extravío casi absoluto, con ese detalle reiterado de no poder superar el clima bullicioso de la escenografía, el sujeto pasó un papelón de aquellos aun cuando sus contertulios se mostraran respetuosos. Y preguntado acerca de lo que ya dictaminaron las urnas, en materia de adversidad parlamentaria para ejecutar sus delirios de dolarización y extinción del Banco Central, gracias si pudo remitirse a un “ya veremos”.
El oficialismo, por supuesto, contempla la comedia sin decir ni mu. Pero, además, avanzó en su imagen de unidad a través de la reunión de Massa con los gobernadores. Con los guiños a éstos y a intendentes, antes del palo ajeno que de los propios ya reanimados. Con el trazado de buenas relaciones en el establishment corporativo de grandes grupos locales e internacionales, que desconfían del peronismo aunque, en principio, más todavía de un desequilibrado capaz de dejarle espacio a aventuras muy peligrosas. Y, en primer término, el oficialismo avanza porque tiene una referencia de liderazgo o conducción concreta.
Sólo la ignorancia o el gorilaje extremo pueden imaginar que hay riesgo de kirchnerismo, en su sentido de tendencia a una izquierda anti-capitalista.
Sobre algo o bastante de eso escribió Alfredo Zaiat en su columna de este domingo. Un disparate instalado en el mundo de los negocios, cual “concepción alimentada por el ejército de economistas de la City, en sus habituales rondas con los hombres de empresas”. Como señala Alfredo, la discusión sobre el espíritu no capitalista del peronismo (a secas, no ya de su variante “kirchnerista”) es un dislate porque no se puede ser algo que hoy no existe, a raíz de que el capitalismo se consolidó como sistema mundial, producto de una correlación de fuerzas que pudo consagrar la supremacía del capital.
El economista e investigador Ricardo Aronskind se manifiesta en la misma dirección, al indicar que la parte más “seria” de la derecha tiene que salir de su gorilismo. El espacio de JxC nació y se dedicó a destruir al kirchnerismo, pero no tuvieron ninguna propuesta.
Bien que junto al miedo y el estupor que semejan haberle marcado un techo a Milei, esa ausencia propositiva de los cambiemitas parece haber jugado un papel determinante. ¿Contra qué? Contra un Massa que—se le crea mucho, poquito o nada— supo edificar una idea de futuro mejor, aceptable, más tolerable y tolerante, o los adjetivos que se prefieran.
La síntesis redunda(ría) en eso de hacer comprensible que en UxP ya se vean ganadores. De vuelta: podría significarles un yerro imperdonable.
Los datos que habilitan aliviarse tienen enfrentamiento objetivo contra sí mismos.
Es cierto que no resulta igual el 50 y pico por ciento dividido, en la suma de Milei y Bullrich sin contar al cordobesismo, que el porcentual de Massa unificado en casi 37. Pero, como se quiera, no da para cantar victoria porque es veraz que la suma expresó voluntad de cambio. Lo demás sirve para catarsis. Para divertirse con el desaguisado expuesto de gatitos mimosos, patos y fauna por el estilo. No para que el oficialismo se sienta seguro, ni mucho menos.
La cuestión, en consecuencia, sería que el Gobierno siga disputando el sentido del cambio. Que fugue hacia adelante previniéndose de lo ya instalado por la oposición, más allá de sus dobleces: el cambio, dicen ellos, somos nosotros. Y en verdad son el cambio de volver a lo peor.
Massa, también al margen de que su convocatoria a la “unidad nacional” incluirá sapos difíciles de tragar para los purismos ideológicos (él mismo significa eso), ya señaló que el próximo será su gobierno. Y eso no encarna continuidad, sino, justamente, cambio. Cambio de estilo. Cambio en la sensación de autoridad (de hecho, Massa funciona como el verdadero Presidente desde que asumió). Cambio en el aspecto de nunca más un comando bifronte. Cambio en cuanto a que la base social de peronismo y progresismo, si es que se pretende diferenciarlos, tiene y tendrá un enemigo al acecho contra el cual no se debe insistir en tonterías de egos, internas ridículas o inconducentes, falta de esfuerzos para consensuar diferencias, aspiraciones de confrontar desde el mero relato.
Vale reiterar que es un bálsamo, potente, la parte significativa de la sociedad argentina dispuesta a frenar un paso antes del abismo.
Pero es un principio de buena noticia. No la noticia concluyente, porque lo primero que se ratificó en las urnas es el carácter impredecible de esa misma sociedad.