Me resulta extraño que la expresión “es K” haya sido aplicada con tanta naturalidad para calificar al jubilado que se suicidó en Mar del Plata como a toda manifestación de crítica o descontento con la gestión, la política y las decisiones del Gobierno. Pero lo extraño es que invariablemente se emplea la expresión “es K”, pero no otra que sería si no equivalente, al menos opuesta, “es “M”, así como nunca se dijo “es A”, por Alfonsín y ni siquiera “V” por Videla y había fuertes razones para esto último: hay algo que se llama dignidad y que algunos tienen.
En el primer caso, y no es el único ni el primero, tiene una clara intención denigratoria; en el segundo pretende tener un alcance político que se definiría por sí mismo, sin necesidad de hechos que le dieran consistencia. Pero en ambos casos es una novedad: se emplea sobre la base de una interpretación que nunca llega a formular su entidad ni su relación con la realidad; se trata de la certidumbre de que los doce años anteriores -cuesta ligar esa creencia con el modo de vida que era corriente y que había creado una atmósfera de democracia como pocas veces se había visto en el país- fueron un horror de malestar social, de dilapidación y de corrupción.
Se sabe cómo empiezan estas cosas y también cómo terminan. No puede dejar de pensarse, acaso por un exceso filosófico-lingüístico o porque uno tiene la tendencia a homologar situaciones, que una expresión del mismo tipo tuvo curso en la Alemania nazi; se decía, igualmente como un sobrentendido, “es judío”, que podía aplicarse a un rabino de largas barbas como a un prominente científico o a un histórico director de una de las mejores orquestas del mundo. Obviamente el objeto de esa calificación era anularlo, no cabían argumentos, la discusión ni siquiera empezaba pero la quema de libros sí. ¿Y qué decir de la expresión es M” (por Montos) o E (por ERP) y hasta en ocasiones “es judío”, basta con recordar el testimonio de Timerman? Junto con eso, como si eso expresara una convicción profunda y una decisión límite, muchos militares y marinos se emporcaron con secuestros, torturas, campos, robos, de niños y de bienes, el inventario no termina todavía y la conciencia vaya uno a saber en qué rincón de la memoria quedó.
Misterios del bloqueo de la imaginación: cuando no se tienen razones sino sólo odio el lenguaje pierde potencia creativa, se degrada, se corrompe. Es un riesgo, parece el menor de los males porque se supone que las palabras son cosa accesoria, o se espera que sea pasajero, de otra clase y para muchos puede ser o bien inadvertido o indiscutiblemente menos grave que el drama que tiene como escenario sus bolsillos; creo, no obstante, que se relaciona, y no muy secretamente, con lo que está atravesando esta sociedad, un fantasma, la imagen de un futuro más acorde con las fantasías de las películas de terror que con alguna idea de humanidad. Habría que definir ese fantasma, desde luego, como a todos los fenómenos políticos y sociales, pero de ahí a cierta acción hay un paso que, como en Europa, es inevitable que se produzca, no se ve por ahora cuál es.
Toda comparación es abusiva y reductora, quizás en este caso es algo injusta porque muchos actores de esa política eran conocidos como seres notoriamente normales, no arrastrados tan voluntariamente por una oleada de irracionalidad sostenida por sueldos descomunales y ropa de calidad. Pero cuando se escuchan frases como ésas en labios de no importa quién, se percibe el riesgo que tal cosa conlleva, dónde puede terminar eso, violencia, resentimiento, rencor, porvenir nada interesante ni siquiera para ese genérico “quién”.
Por supuesto, se ha visto muchas veces, ese “quién”, naturalmente no comprometido con este gobierno, sin riesgo de perder grandes sueldos u otras ventajas que les están concediendo, movido por otros vientos, puede abandonar la facilidad del dicterio ya sea porque empezará con la misma simplificación a creer en otras cosas y hasta en las contrarias cuando se vea arrinconado porque no mejora su situación ni su ánimo y ya no comprende nada, y lo comprueba hasta en su mesa en medio de un silencio oscuro una vez que las frases que ahora emite pierdan sentido, eso ha sido visto muchas veces. Así les fue a los nazis, que empezaron de manera parecida, ofreciendo el oro y el moro y sólo eliminaron esas frases cuando la muerte y la destrucción los convenció de que todo había sido un trágico error. Si así les fue a esos que creían que la identidad de un pueblo milenario era una fuente de razón, así le puede ir a quien que con tanta soltura y por detrás grandes fortunas, propias y ajenas, genera esa frase y se ampara en lo que está detrás.
Lo que no se comprende es por qué nadie en el propio gobierno advierte que ése es un pésimo camino; casos se han visto, igualmente, de altos funcionarios a los que de pronto les brota el sentimiento del exceso y reaccionan, “hasta aquí llegué” pueden sentir y en consecuencia actuar de alguna manera para detener las consecuencias implícitas que tienen esas frases. No sé si lo espero, no sé si puede ocurrir: un grupo de militares alemanes que habían sido cómplices de todas las demasías del delirante de pronto, final de la guerra y con desastre a la vista, se dijeron “esto no puede seguir” y algo hicieron aunque sabían que no por eso la historia los absolvería.
No dejo de preguntarme por qué me ocupo de esto; podría callar y esperar e imaginar que otros se están ocupando con más medios que los míos. Puede ser, hay señales pero, entretanto, no puedo ocultar que me rodea una nube de depresión en el ambiente. Quisiera vehementemente no dejarme ganar así como quisiera que los me rodean lo hagan pero al menos puedo decir que todo esto que estamos viviendo es muy raro, más que en todas las ocasiones en las que parecidas pretensiones se habían hecho del poder. ¿Tendrá ahora algún movimiento, un grupo, gente real, de carne y hueso, la fuerza y la claridad necesarias como para que frases como las que inician este texto sean un puro recuerdo?