Diana Casas Gómez es ingeniera electrónica recibida en la Escuela Colombiana de Carreras Industriales (ECCI) y becaria doctoral de Conicet en el Departamento de Bioingeniería de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER). Su historia se destaca porque logró conectar sus intereses científicos vinculados a comprender de qué manera se producían las conexiones entre el cerebro y los movimientos del cuerpo, con una situación personal que la interpelaba de forma directa: por los sucesos que le tocó vivir a Colombia a lo largo de su historia, observó que muchas personas padecieron amputaciones. “Como sentía la necesidad de contribuir de alguna manera con un trabajo que resultara significativo, surgió la idea de investigar sobre cómo revertir el síndrome del miembro fantasma”, señala.
El síndrome del miembro fantasma es una percepción que desarrollan aquellas personas que han padecido la amputación de un miembro del cuerpo (como puede ser una mano, un brazo, un pie) por la cual manifiestan sensaciones asociadas a su existencia aunque, en verdad, la extremidad ya no esté presente. En la corteza cerebral existe una zona que se dedica exclusivamente a atender la región sensorial y motora de cada miembro que compone la anatomía del ser humano. El homúnculo es el encargado de organizar los datos disponibles mediante la construcción de representaciones gráficas con el objetivo de constituir imágenes visuales de la cara, los pies, los brazos, las manos, los ojos y la lengua (entre otros componentes) para edificar –posteriormente– el concepto del “cuerpo dentro del cerebro”.
De este modo “cuando una extremidad fue amputada, el cerebro no sabe qué hacer con las percepciones que experimenta porque cree que el miembro todavía persiste en su sitio de origen”, plantea Casas. “La información que está recibiendo, entonces, no coincide con lo que ordenó inicialmente y envía los datos hacia cualquier otra parte cercana. Así, el homúnculo se desplaza sobre la corteza y puede producirse lo que se denomina neuroplasticidad mal adaptativa”, explica.
Desde la perspectiva de la especialista, los síntomas que el paciente experimenta en el miembro fantasma pueden ser de dos tipos: somáticos, que se vinculan con sensaciones de calor o frío, picazón, ardor, adormecimiento; y motores, que se relacionan con las capacidades del propio sujeto que cree poder controlar un miembro fantasma mediante movimientos voluntarios o bien desarrollar respuestas espontáneas, como puede ser señalar un objeto con un brazo recientemente amputado.
Al menos la mitad de las personas que experimentaron una amputación desarrollan el síndrome. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre con los casos mediados por intervenciones quirúrgicas (en que las expectativas están mejor controladas y el paciente se enfrenta a un margen menor de sorpresas y efectos no esperados) aquellos individuos que han padecido situaciones traumáticas (como suelen ser los accidentes de trabajo y viales, la exposición a hechos dramáticos como bombas y los explosivos) son los más propensos a sentir dolor en el miembro fantasma. “En estos casos las personas desarrollan un dolor crónico, un sentimiento que se experimenta a diario y permanece de manera ininterrumpida. En cambio, los que no sufrieron accidentes, aunque normalmente no padecen dolor, afrontan otro tipo de sensaciones que también dificultan el desarrollo normal de su vida”, asegura Casas.
Ahora bien, el síndrome del miembro fantasma y la detección de los síntomas asociados pueden ser afrontados mediante diversos tratamientos y terapias. Como no podía ser de otra manera, el concepto de “miembro fantasma” emergió en un contexto dramático. Precisamente, durante la Guerra de Secesión de Estados Unidos (1861-1865), cuando los médicos de campaña tuvieron que tratar a una innumerable cantidad de soldados amputados. Pronto advirtieron que generalmente todos referían al mismo conjunto de problemas y síntomas. En ese contexto, en contraposición a lo que sucede en la actualidad (con todas las técnicas de las que se dispone para medir la actividad cerebral) las herramientas eran cualitativas: “implicaba simplemente creer en lo que el paciente decía, sin embargo, hoy sabemos que en el marco de una investigación científica no alcanza con las apreciaciones personales y la medicación con fármacos”, apunta.
En la actualidad, la técnica de la “caja espejo” goza de buena reputación por sus características no invasivas. ¿Cómo funciona? En principio, se trata de una caja provista de un espejo en una de sus caras externas. Es colocada sobre una mesa y enfrente se ubica el paciente cuya mano ha sido amputada. Luego, es invitado a colocar uno de sus antebrazos fuera del recipiente y otro en su interior. Durante el lapso que dura el experimento, la persona debe observar el reflejo de la mano en el espejo mientras realiza diversos movimientos que el especialista dirige; y en paralelo, los registros de la actividad cerebral son medidos con un encefalograma conectado previamente.
Se genera una “retroalimentación visual”, es decir, se crea una imagen artificial que permite imaginar cómo aquella extremidad que ya no existe, consigue moverse de la misma manera que ocurre con la mano sana. Al respecto, Casas explica: “nosotros trabajamos con la caja espejo que genera una ilusión al cerebro y le hace creer que posee el miembro faltante. Se utiliza este método en movimientos que se repiten de igual manera en ambas manos. De esta forma se engaña al cerebro, ya que vuelve a confiar en que tiene el control de las extremidades que en realidad le faltan y culmina por revertirse el dolor presente en el miembro fantasma”.
En el pasado, cuando técnicas del estilo todavía no habían sido desarrolladas, se suministraban fármacos. Así, por intermedio de neuroinhibidores, antidepresivos y anticonvulsivantes también se conseguía burlar la lógica cerebral pero mediante químicos que de alguna manera perjudicaban la homeostasis general del organismo. “La caja espejo plantea una ventaja al no ser invasiva, aunque tiene la desventaja de actuar con mayor lentitud. Hay una realidad muy simple: el paciente no puede estar todo el día frente al espejo. Aunque con el tiempo, finalmente, el dolor desaparece porque el cerebro también aprende”, aclara. Por último, de modo complementario, se realiza un trabajo comparativo entre las personas que han padecido una amputación y aquellas que no, con el propósito de conseguir un mejor esquema del control del movimiento por parte del paciente y lograr en el futuro el diseño de neuroprótesis –implantaciones de chips en los cerebros–.
Otra de las técnicas empleadas por el equipo de investigación del que forma parte la ingeniera Casas Gómez es la resonancia magnética funcional, que permite observar la actividad cerebral mientras el paciente realiza una acción determinada. “Se las utiliza para examinar si hay respuestas de movimiento en el sujeto amputado porque es algo que no puede contemplarse a simple vista. De hecho, a veces la persona nos dice que está sintiendo algo pero nosotros no podemos verlo y, por eso, no podemos cuantificarlo” aclara. De esta manera, “si se solicita que realice un movimiento de la extremidad amputada, es posible advertir cierta actividad cerebral y la presencia del miembro fantasma mediante electroencefalografía ya que se “encienden” aquellas regiones del cerebro que habitualmente se observan cuando los individuos experimentan sensaciones de dolor”.
Sin embargo, las percepciones que un sujeto desarrolla de su realidad, no refleja exactamente lo que efectivamente ocurre. ¿Por qué? Porque cada persona construye su subjetividad a partir de las experiencias individuales y los procesos de socialización que ha afrontado a lo largo de su vida. “Hay individuos, inclusive, que sienten calor cuando prenden un encendedor en una zona cercana a la región en la que ha sufrido la amputación”, ejemplifica al respecto. Finalmente, luego del tratamiento (que requiere de mucho esfuerzo y compromiso personal) pueden ocurrir dos cosas: desaparece el síndrome del miembro fantasma, o bien todavía persiste pero los pacientes aprenden a convivir con él y superan el dolor. Precisamente este momento, cuando la situación ha sido aceptada, es oportuno para comenzar a pensar en una prótesis.
La ciencia vinculada al síndrome del miembro fantasma sirve como ejemplo para comprobar que el poeta romano Juvenal no estaba tan equivocado cuando, allá por el siglo II d.C, exclamaba por los pasillos del imperio: ‘Mens sana in corpore sano’. Afortunadamente, con el tiempo, el vínculo esencialmente religioso que subyacía a la metáfora (ya que se debía fomentar la destreza intelectual, atlética y espiritual del individuo) fue desapareciendo en favor de su faceta deportiva asociada al movimiento y al vínculo indisoluble del cuerpo y la mente para impulsar el desarrollo de la gimnasia moderna.