Siempre todo se puede volver extraño. Una fiesta puede empezar bien y en un segundo, de manera imperceptible, el ambiente se puede transformar en algo denso, confuso, poco claro. Una copa de más y lo que hasta entonces había sido un jolgorio, pasa a ser una pequeña pesadilla. El problema siempre es el límite: si no se conoce esa barrera que separa el placer y la diversión del padecimiento, todo puede ser insoportable. Hay que saber parar a tiempo, conocer el punto justo para retirarse, tomar agua, bajar las copas y tapar las botellas de champán. La clave está en poder embriagarse sin emborracharse, es decir, poder entrar en un estado un poco somnoliento y otro poco feliz, pero estable o relativamente consciente. Un buen ejemplo de esto, de la embriaguez, son las pinturas que actualmente Mayra Vom Brocke está exhibiendo en la galería Hipopoety, un nuevo espacio que empieza a resonar en la escena del arte contemporáneo de Buenos Aires, bajo la dirección de Delfina Bustamante.
Actualmente, Vom Brocke reside en España. Allí dirige el espacio El Sielo, junto al artista tucumano Hernán Aguirre: se trata de un proyecto pensado para mostrar y difundir el arte argentino en la escena española. La copa en la pera es el título de esta exhibición, su segunda muestra individual en Buenos Aires, en la que reúne un conjunto de pinturas en las que hay una mezcla de imágenes domésticos, con cócteles hechos de bebidas espumantes y surrealistas. Hay color y fantasía. Tacitas de café y pies.
Las pinturas de esta artista muestran diferentes escenarios de la vida cotidiana trastocados. Si bien las imágenes son figurativas, todas ofrecen un mundo poco realista, gobernado por la asociación libre y la conexión de elementos que, a priori, parecerían ser inconexos. En estas pinturas hay rabinos que parecen duraznos y brazos que salen del mar para recolectar estrellas. En este sentido, sus obras tienen un carácter narrativo bastante intenso porque parecerían ser pequeños episodios de la epopeya que atraviesa una persona relativamente puesta o, dicho de manera más elegante, que está bajo los efectos de alguna sustancia.
El mundo de Vom Brocke es un mundo que por momentos se vuelve religioso, pero no en el sentido cristiano. O judío. O musulmán. O budista. O de cualquier otro credo. La artista se inventa sus propias deidades en esta exhibición. Por ejemplo, hay un retrato de un huevo convertido en Dios, que se eleva en un cielo rojo, sonriendo, pleno. Al lado, una pintura de ese mismo alimento, también enaltecido en el centro superior de la tela y con unos cuantos huevos fritos abajo –como si fueran ángeles descendiendo del paraíso– que flotan sobre una montaña de papas fritas –acaso nosotros, simples mortales, escuchando el llamado celestial–.
Lo curioso de estas dos imágenes son los fondos: en ambos casos se mezclan diferentes tonos de rojos. Aunque la posible narración que tienen estas pinturas parezca celestial, el fondo remite a un imaginario más diabólico, propio de las tierras de Satanás. También hay una sutil referencia al pintor norteamericano Mark Rothko –esto mismo comentado por la propia artista– y su obra “Light red over dark red”, pintura que integra desde hace décadas el patrimonio del Museo Nacional de Bellas Artes y que es, justamente, una combinación de diferentes tonalidades del rojo.
Sin embargo, este no es el único diálogo histórico identificable que hay en La copa en la pera. Lo que también aparece en esta exhibición es una reversión del surrealismo, algo que viene ocurriendo en Buenos Aires hace ya algunos años de la mano de distintos artistas jóvenes. Esta relectura que se propone de aquel movimiento de vanguardia es la que permite que se pueda insistir con la pintura figurativa, mientras se le da rienda suelta a la imaginación.
Y es en esas fantasías donde Vom Broke crea paisajes en los que, por ejemplo, las cortinas se transforman en pies humanos, cuyas uñas son tazas de café humeantes. Escribe sobre esta característica de las pinturas Bustamante, directora de Hipopoety, con gracia e ironía: “Por momentos me pregunto si la insistencia con los pies es para captar la atención de algún posible comprador que tenga foot fetish, sabiendo que abundan los adeptos a la podofilia, y que quizás esto sumado al fetichismo por adquirir una obra de arte es un poco una situación ideal”. Tal vez, esta reiteración tenga que ver con ese diálogo con el surrealismo y su capacidad para generar corporalidades otras, alejadas del mundo real, pero con una referencia bastante marcada a eso que niega: sabemos que son cortinas, que son tazas llenas de las que sale vapor, pero no podemos dejar de ver pies.
En varias pinturas de Vom Brocke podemos ver diferentes botellas y copas. Hasta hay vida adentro de estos envases: seres que nadan en dirección al pico o que viven entre montañas que crecen en estos cilindros de vidrio. Así, la referencia al mundo de la fiesta y el alcohol es clara en esta exhibición, pero el diálogo con el surrealismo –otra vez– trastoca la referencia, la cambia, la trasviste, la transforma en otra cosa. El festejo no es sólo un lugar con bebidas y música fuerte, con estrellas y tacos puntiagudos, sino también un lugar en donde determinadas formas de vida pueden prosperar y existir. A la decadencia del mundo real y al avance de la depresión conservadora, la pintura responde con jolgorio y fantasía. Una cachetada de color para una vida cotidiana que va camino a transformarse en una existencia gris.
La copa en la pera, de Mayra Vom Brocke, se puede visitar en la galería Hipopoety (Viamonte 949, Ciudad de Buenos Aires) hasta el 17 de noviembre. Gratis.