Italia en la década de 1930, y Argentina en la de 1940 y las siguientes, la Segunda Guerra Mundial y Perón, los dramas económicos, familiares y personales a ambos lados del Atlántico, Capital Federal y Provincia de Buenos Aires, la educación y la cultura de una época –de fuertes prejuicios, tradiciones y regimentaciones patriarcales–; en suma: la narración de una vida, sustentada en un monólogo, constituye las más de trescientas páginas de Música materna (Alfaguara), nueva novela de Graciela Batticuore. La investigadora del Conicet y profesora de la Universidad de Buenos Aires, y escritora de poesía y ensayo, compone con Música materna una trilogía narrativa con dos obras anteriores, las novelas Marea y La caracola.
Libro que proviene de experiencias verídicas, Música materna surge de largas conversaciones de la autora con su madre, además de varios tipos de materiales históricos utilizados, como fotografías –de las cuales media docena se reproducen en la tapa y dentro del libro–, pasaportes y otros papeles y documentos, y varios viajes Italia, al pueblo natal familiar, Castropignano, lo que incluyó entrevistas a integrantes de dicha comunidad.
Se lee/oye al comienzo, entre lo coloquial y el (re) establecimiento de coordenadas espaciales y vitales, y contrastando aquel pasado con el presente: “Era chica yo dentro de aquel campo. ¿Vos te creés que era como ahora Italia? Antes era todo distinto, la gente se conocía, la costumbre era otra pero riqueza no había, por eso los hombres se iban a buscar suerte a otra parte. Las mujeres se quedaban criando a los hijos, trabajaban la tierra, salían para ir a misa y era así la vida, nada más. Escuela había poca antes de la guerra, por eso mi madre no sabía leer ni escribir, sólo mi papá sabía, porque él era un año más chico que ella pero entendía lo necesario. ¿Te creés que era como acá? Mandaban la carta cuando se iban a la América los hombres, eso sólo sabían hacer. Y las mujeres tenían que arreglarse como podían. A mamma se la escribía una señora porque ella no tenía colegio”.
En aquella pobre y sufrida ruralidad italiana, bajo el régimen de Mussolini, cuenta la madre, “era siempre un problema la mujer” en una familia, debido a la obligación de dar la dote al momento del casamiento: “Allá a quien tenía hija mujer le tocaba poner todo, ¿sabés? Era así antes, no era que te casabas porque querías a uno y nada más. Se casaba por interés la gente. Tenían que dar todo los padres de la novia, entonces cuando nacían las hijas mujeres lloraban porque nada más varones querían, porque con ellos sí que les tocaba recibir, en cambio, con las mujeres tenían que dar. Y por eso nadie quería a las mujeres, sólo a los hijos varones querían”. Y por si esto fuera poco: “Aparte que la hija mujer tenía que vivir con la suegra. No que vivía con la madre o con el marido, los dos solos. Ahí eran diez nueras todas juntas, ¿sabés lo que era eso? Yo lo vi”.
Las dimensiones de la narración incluyen contrastes entre mundo letrado y el iletrado, la “abstracción” del pensamiento y la experiencia “concreta” (vivida), y las generaciones que allí, en el presente, escuchan: además de una madre y una hija, una nieta. Dice la madre-abuela, apenas perfilando (o insinuando) a aquellas, sus dos oyentes: “Sentime, nonina… yo te cuento también a vos estas cosas para que conozcas, porque antes la vida era distinta que ahora, ¿sabés?, toda distinta. Ahora vos sos grande y entendés, por eso fuiste al colegio italiano de chiquita y te enseñaron la historia en los libros, ¿no es cierto? Así también sabe las cosas tu mamá, por los libros, pero yo la historia la conozco porque la viví. ¿Qué me van a enseñar a mí los libros? Si yo vine de Italia jovencita y me acuerdo de todo. Después estuve acá, con tantos inmigrantes que llegaron cuando se terminó la guerra, como vine yo. Y entonces conocí la Argentina. Y los conocí también a Perón y a Evita”.
El torrente de lo vivido, padecido y presenciado continúa, tanto en Argentina como Italia, incluyendo más gente, siempre volviendo a lo marcante de la guerra: “La mamá de tu papá vino un año antes que nosotras, justo para el 20 de junio, el Día de la Bandera. Y fue Perón a recibirla a la nona María, porque ella llegó en el primer barco que mandaron de Italia después de la guerra, por eso fue Perón a recibirla. Pero a mi madre y a mí no, porque vinimos en el segundo. No tuvimos esa suerte porque el presidente fue a recibir sólo al primero, entonces a nosotras no nos tocó. Yo tenía catorce años y medio cuando llegué de Italia. Vine de la guerra, sí. Fue muy jodida esa guerra, quién se la puede olvidar”.
Es esta una voz que, además de narrar, da cuenta: explica, razona y –no sin contradicciones– concluye. “Ah, sí, gracias, decía mi padre, por lo menos tengo la jubilación cuando me haga viejo… Y sí, porque si vos no tenés para comer, mamá, ¿cómo hacés? Por eso, antes, la gente se hacía la casita para alquilar, como podían se la hacían para cuando eran viejos, porque no había jubilación, no existía, ¿entonces cómo se arreglaban cuando venían grandes? Y por eso se hacían la casa los italianos, lo que pasa es que había mucha plata antes, no es como ahora que está pobre el gobierno. Perón encontró mucho cuando vino y empezó a repartir, por eso se ve que repartió mucho y ahora no hay más. No le podés dar tanto a la gente, ¿entendés?, porque mirá ahora cómo estamos… se ve que le dieron mucho a todos y ahora pelean… Perón, Perón, qué grande sos…”. Se puede ponderar a Evita y el voto a las mujeres, y criticar por una situación familiar: un primo que actualmente vive (mal) en Venezuela. Se recuerdan las reuniones de mujeres, al calor de la vida cotidiana y las cargas del trabajo doméstico –al margen de las actividades masculinas–, y los secretos familiares (“Vos nunca digas que yo sé que la abuelita era adoptiva. Ella y el hermano, los dos hijos eran adoptivos”).
En una entrevista para el diario La Capital, de Mar del Plata, Batticuore explicó algunas de las intenciones al escribir esta historia, y qué características le intentó brindar a su monologante protagonista: “lo que quería era que tuviera sentido el peso de esa identidad en la voz y en la sintaxis. En esa sintaxis –que, como te digo, está en el modo de hablar de esa lengua híbrida, un poco rota también–, el personaje está resquebrajado por los dolores, por el tiempo, hay felicidad también, pero atravesada por esas temporalidades. Todo eso tenía que decantar en esa voz y en una poética. De algún modo, yo intenté ir en busca de una poética a través de la lengua”. A lo que agrega: “La singularidad del personaje pasa por la lengua”.
Por varias temáticas e intenciones, Música materna puede compartir los aires de familia que poseen otras novelas argentinas, como El mar que nos trajo, de Griselda Gambaro, y Diálogos en los patios rojos y Si hubiéramos vivido aquí, de Roberto Raschella. En este caso, se recuperan historias y experiencias de mujeres del pasado por medio la literatura, lo que las transforma en intensamente presentes.