ESE CRIMEN ES MÍO - 7 puntos
Mon crime; Francia, 2022
Dirección y guion: François Ozon.
Duración: 102 minutos.
Intérpretes: Nadia Tereszkiewicz, Rebecca Marder, Isabelle Huppert, Fabrice Luchini, André Dussollier.
Estreno exclusivamente en salas de cine.
La última película de François Ozon es una fiesta, como lo era París en el período de entreguerras, más allá de los nubarrones que se avizoraban en el firmamento. Precisamente en 1935 transcurre la acción de Ese crimen es mío, basada en una relativamente olvidada obra teatral escrita por Louis Verneui y Georges Berr y estrenada en Montmartre un año antes. Y la fiesta es diáfanamente farsesca, aunque no necesariamente teatral: el director de Gotas de agua sobre piedras calientes sabe y mucho de las diferencias esenciales entre las tablas y la pantalla, dos primos lejanos cuyo parentesco es (debería serlo) apenas superficial.
Pero el juego ligero, satírico en sus formas y contenido, no impide que la trama gire alrededor de cuestiones que están muy presentes en la agenda contemporánea –los diferentes feminismos, el acoso sexual y el abuso de poder, el tratamiento mediático de los escándalos judiciales–, aunque siempre bajo un barniz burlón y la posibilidad de la parábola bien alejada de los diálogos y situaciones.
Madeleine Verdier (la rubia Nadia Tereszkiewicz) es una joven actriz poco afortunada en lo profesional y también en el amor: su noviecito es el heredero de una compañía dedicada a la fabricación de llantas de automóviles a quien su familia ya le ha adjudicado prometida. Al comienzo de Mon crime (el título se explica a sí mismo rápidamente) se la ve huyendo de una lujosa mansión, confesándole minutos después a su compañera de cuarto, una abogada novata interpretada por Rebecca Marder, que su cita con cierto productor teatral terminó extremadamente mal. No sólo la promesa de un papel en un inminente estreno se vio frustrada sino que la muchacha tuvo que forzar su escape del lugar ante los avances sexuales del caballero. No pasan demasiadas horas hasta que un detective de la policía cae en el poco lujoso piso de las chicas en busca de pistas: el famoso productor ha aparecido con un tiro en la cabeza apenas una hora después de la visita de Madeleine.
Y así se pone en marcha la justicia, encabezada por un fiscal más interesado en cerrar el caso en tiempo record que en iluminar la verdad (Fabrice Luchini divirtiéndose con cada línea de los insólitos diálogos). El primer giro inesperado del guion, base a su vez de la obra original, trae aparejada la autoincriminación en un crimen ajeno. ¿O acaso hay mejor manera de obtener fama inmediata y, tal vez, un futuro de ofertas actorales que estar en las portadas de todos los periódicos durante al menos una semana? Ese crimen es mío se transforma a partir de ese momento en una película de juicios. Un juicio exprés y caricaturesco en el cual la acusada confunde detalles del asesinato con los de otro más famoso, salido de la mente creativa de Puccini, y donde el alegato de la abogada y la confesión de la bella convicta son leídos como un “yo acuso” feminista.
Ese es apenas el punto de partida, ya que la historia sigue avanzando a velocidad crucero e incluye varias complicaciones inesperadas, como la aparición de una vieja gloria del cine mudo dispuesta a todo con tal de tener su merecida rentrée, cortesía de una Isabelle Huppert en modo guardarropía de lujo. Podrá pensarse, con algo de razón, que Mon crime es un Ozon liviano e incluso menor, pero el francés sabe perfectamente qué material tiene entre sus manos y la farsa es envuelta con los mejores embalajes y ornamentos, apoyada en un reparto preciso y elegante que también incluye al gran André Dussollier, en el rol de un hombre de negocios capaz de cambiar de opinión en cuestiones de fondo en un abrir y cerrar de ojos. No se trata, de ninguna manera, de un clásico del futuro, pero sí de una celebración del cine como fuente de placeres, homenaje a Billy Wilder incluido.