Es una escena célebre: Mallory Wilson Knox (encarnada por Juliette Lewis) se encuentra en uno de estos cafés típicos de las rutas estadounidense bailando “The Way I Walk”, suerte de rockabilly de Robert Gordon. Cuando de pronto la encara un lugareño. Su pareja, Mickey Knox (Woody Harrelson), pide en ese momento una porción de pastel y un vaso de leche. Entonces el disco de la rockola cambia, y mientras el hombre se hace el canchero con ella y le escupe unas guarangadas, arranca un rock furioso que la incita a partirle una botella en la cara a su interlocutor no deseado. Lo que da pie a una pelea salvaje en la que Mallory y Mickey terminan asesinando a todo el local gastronómico. Así arranca Natural Born Killers, y su director, Oliver Stone, no tuvo mejor idea que elegir como disparador del leitmotiv (al igual que de una banda sonora fabulosa) el tema “Shitlist”.

Sus autoras e intérpretes, L7, debutaron en la noche de martes en la capital argentina, en Groove de Palermo. A razón de que se trata de la canción que las dio a conocer en todo el mundo, y de que se convirtió en uno de los grandes himnos del rock de la década del noventa, la dejaron por supuesto para el parte final de su performance. Sin embargo, el cuarteto, a lo largo de poco más de hora y media, demostró que está muy lejos de engrosar la lista de artistas “One-hit wonder”. De hecho, fue una de las bandas más ruidosas, sorprendentes e incontrolables de la era de oro del grunge. A tal punto que las comparaciones con Nirvana siempre estuvieron a la orden del día. También fueron famosas por ser fiesteras, pero especialmente por reivindicar al movimiento feminista en el rock.

Junto con grupos contemporáneos a ellas como Le Tigre, Bikini Kill, Babes in Toyland y 7 Year Bitch, L7 participó en la confección del Riot Grrrl: movimiento de origen underground (se le ubica geográficamente en la ciudad de Olympia, a 99 kilómetros de Seattle), nacido a comienzos de los noventa y que tomó su nombre de un fanzine homónimo. Tuvo como espalda la llamada “Tercera ola del feminismo”, por lo que la actitud de sus músicas (la mayoría de ellas provenían del punk, el heavy metal y el hardcore) era militante y combativa. Ya no querían ser consideradas groupies, ni estar viendo el recital a escondidas, ni tampoco sentían que debían conocer a fondo la historia de los grandes iconos de rock para ser parte de algo. En cambio, apelaron al empoderamiento. Sus letras versaban acerca de la violencia de género, el acoso, la desigualdad laboral y la homofobia.

“Cambiá el tablero con nuestra unidad. No son morales ni mayoritarios. Despertá, y huele el café. O simplemente decile que no a la individualidad”, canta L7 en uno de sus temas más populares, “Pretend We're Dead”, que no faltó en su asalto porteño. Al menos que se recuerde, la última banda del riot grrrl que actuó en Buenos Aires fue Calamity Jane, como acto de apertura de Nirvana. El público local las humilló de tal forma que el trío no quería salir a escena. Por asuntos contractuales tuvieron que hacerlo, pero, más que a espíritu quinceañero, su show olió a venganza. Amén de devolver la misma moneda con una performance errática, la ocasión sirvió para afanarle a Los Brujos el riff de su himno “Kanishka” para el tema “Very Ape” (el biógrafo de la terna, Michael Azerra, confirmó este año lo que era hasta entonces una leyenda urbana).

Paradojas de la vida: ese show de Calamity Jane y Nirvana en cancha de Vélez sucedió un día antes del estreno de L7 en esta ciudad... 31 años atrás. Desde esa época, corrió un montón de agua debajo el puente. Incluso para el grupo parido en Los Angeles en 1985, que volvió al ruedo en 2014, a 15 años de su separación. Lo hizo con sus integrantes originales, con excepción de la baterista Roy Koutsky, quien se alejó en 1988 y falleció en 2016. Si bien esta formación sacó un álbum de estudio en 2019, Scatter the Rats, de ahí sólo eligieron el tema “Fighting the Crave”. De manera que su presentación frente a sus fans argentinos (en la fecha se notó su evolución generacional) estuvo repleto de clásicos. Izaron el repertorio con “Deathwish”, de su segundo álbum, Smell the Magic (1990), al que le secundó “Andres”, incluido en Hungry for Stink (1994).

Antes la cantante, compositora y guitarrista Donita Sparks, apenas salió a escena, preguntó: “Buenos Aires, ¿quieren rock and roll?”. Y cumplió con su oferta. En el grunge “Everglade” estaban al palo. Incluso, ya la frontwoman y la bajista Jennifer Finch habían consumado el primero de sus tantos headbanging, mientras el público les demostraba cómo se poguea acá. Se subieron a la ola del surf rock en “Mr. Integrity”, y dieron un salto al hard rock con “Shove”. La otra cantante y violera de L7, Suzi Gardner, tomó el control en el punk (con maldad psichobilly) “Stadium West”, al tiempo que la bajista lo hizo en otro punk rock: “Bad Things”. Previamente, Sparks espetó: “Venimos a la Argentina en plan de chicas vírgenes. En Brasil nos advirtieron que el público de acá está loco y es apasionado. Y parece que es cierto”.

A sus 60 años, Sparks se sigue mostrando afilada. Lo subrayó en el heavy metal “Scrap” (partícipe del álbum que más revisitaron en su set: Bricks Are Heavy, de 1992), al igual que en el grunge de alto rendimiento “Drama”. Antes de volver a cederle el liderazgo a Gardner en “Monster”, la mandamás recordó que era Halloween en su país. Se pusieron pop en “Non-Existent Patricia”, y tras hacer “Fuel My Fire” exclamaron en español: “¡Ay, Dios mío!”. Volvieron al grunge en “Wargasm”, donde las músicas, incluyendo a la baterista Demetra Plakas, subrayaron su cualidad de tremendas instrumentistas. Esa sala colmada, que nunca dejó de arengar ni de gozarse ese pedazo de historia rockeándola como amazonas, se desbordó de locura cuando sonó “Shitlist”. Aún faltaba por hacer el cover “American Society”, de la banda de culto Eddie and the Subtitles, y el cierre con “Fast and Frightening”. Pero en ese instante Sparks confirmó: “Es cierto. Ustedes cogen muy bien”.