El tremendo esfuerzo que está llevando a cabo el régimen macrista al tensar en forma extrema la cuerda social es directamente proporcional a sus objetivos de máxima: tornar irreversible el proceso político, económico y social que se encuentra en ejecución.

La única explicación a lo que aparece como un desenfreno injustificable, un impulso irracional en tiempos democráticos, es esa clara conciencia que tiene el núcleo de poder dominante: para alcanzar sus fines es preciso valerse de todos los medios de que dispone al tener el manejo del Estado, por primera vez ‑y no es un detalle‑ a través de las urnas.

El sistema político argentino debe prepararse para lo que viene que es ‑ni más ni menos‑ enjuiciar políticamente a los responsables del criminal plan sistemático de apropiación de los bienes del Estado y de la renta nacional que está llevando adelante el régimen macrista.

Para ello, está claro, es preciso vencer al régimen, derrotarlo en toda la línea, acorralarlo políticamente. Sin embargo, la mayoría de los actores y fuerzas que conforman el actual sistema político nacional no está a la altura de esas circunstancias.

El único que sabe hasta dónde está dispuesto a llegar para concretar ese saqueo es el propio régimen, y eso es un déficit del sistema de partidos y alianzas, que no se predispone al análisis y/o prospección del corto y mediano plazo, y sólo lee la coyuntura.

El posmacrismo, que más tarde o más temprano llegará, dejará a las defecciones de personajes que aún concitan la atención de buena parte de la sociedad como una anécdota minúscula, habida cuenta de que será preciso cargar contra un dispositivo que fue el que zafó de ser enjuiciado como máximo responsable de las atrocidades de la última dictadura cívico‑militar.

Debemos ser conscientes de que un gran espacio del actual sistema político no tendrá la voluntad ni el coraje de llevar a cabo la imprescindible tarea de castigar ejemplarmente a la jerarquía de este régimen, que excede por mucho al funcionariado, aún siendo éste parte indisoluble del empresariado rapaz y heredero de aquel que mandó a ensangrentar a la Argentina para imponer el plan económico que aún mantiene algunos de sus más perversos instrumentos incólumes.

Recuperar el control del comercio exterior, aniquilar el dispositivo montado a través de la ley de entidades financieras, otorgar poder real al movimiento obrero organizado, generar los mecanismos para producir, explotar y controlar desde el Estado las fuentes energéticas, desmontar el delincuencial sistema de medios hegemónicos, materializando más allá de las herramientas legislativas la pluralidad de voces y el derecho a la información como un bien social, es una tarea ciclópea, pero constituye apenas la punta del iceberg de un programa de restitución del único proyecto de Nación que contiene a las grandes mayorías, y les otorga a éstas el poder para tener a raya al enemigo que históricamente se interpuso en el camino para evitar la consumación de una Patria Justa, Libre y Soberana.

La magnitud de tamaño desafío, lamentablemente, se choca con un consignismo que, lejos de tomar nota de la dramática encrucijada que atraviesa la Nación, sólo apela a la recuperación de algunos derechos perdidos en la etapa anterior, por cierto invalorables, pero representativos de lo mucho que queda por recorrer hasta aplastar a la hidra que vive en las entrañas de la Patria.