Sorour Darabi tiene 33 años y con suerte llega al metro setenta. En 2013 se radicó en Francia para estudiar más sobre danza y coreografía, sobre todo aquellas formas que serían perseguidas en Irán, su país de origen. Ahora está en el patio de Proa21, en el tradicional y colorido barrio porteño de La Boca, con una campera fina de jean y dejando que el sol ilumine una oscura, prolija y poco voluminosa barba. Invitado por la Embajada de Francia y el Goethe-Institut en Buenos Aires, Sorour presentó el 26 de octubre su obra From the Throat to the Dawn (De la garganta al alba).

¿Cómo definirías From The Throat to the Dawn?*

—Este trabajo está basado en la noción de espacios liminares, espacios entre las cosas. En toda mi obra es algo muy presente porque las personas queer o trans estamos constantemente entre los modelos que impone la norma. El título de la obra hace un enlace entre la garganta y el alba como dos espacios esencialmente liminares: realmente no pertenecen ni al adentro ni al afuera.

¿En qué sentido?

—Cuando la garganta o el ano, los extremos del tracto digestivo, se abren o se expanden pertenecen al mundo del afuera; cuando se cierran o contraen, pertenecen al adentro. Son las paredes del cuerpo que no pertenecen ni a un lado ni al otro. De igual manera, el alba no pertenece ni al día ni a la noche, a ninguno de esos opuestos binarios. Las leyes de la noche son distintas a la del día, lo que estamos permitidos a hacer en un momento y otro varían, pero en el alba no hay reglas. La separación entre nuestros tiempos de comunidad durante el día, pero también nuestros momentos de resistencia avalados por la oscuridad de la noche, convergen en el alba. Ese momento es un momento de liberación y esta obra está conectada a ese reflejo; también en el trabajo con la voz que puede ser tanto placentero como incómodo, feo, divino o monstruoso.

Eso es algo que marca tu trabajo, las definiciones poco claras…

—Sí, el no poder encontrar un contraste o definición específica de cada disciplina que se usa; la propuesta es que al verla se obtenga una mirada única que cada uno evaluará al ver esta performance sin importar para lo que hemos sido educados para pensar que sea. Todas las definiciones "fáciles" vienen de nuestra educación en una mirada mainstream de las cosas, pero como individuos estamos obligados a tomar posición y hay que olvidarse de esa visión inculcada.

¿En qué se diferencia con tus otros trabajos, donde te enfocabas más en el lenguaje?

—Mis primeros trabajos tienen mucho que ver con el lenguaje y el género. Mi primer idioma, el farsi, no tiene distinción de género o al menos no tenés que identificarte desde ese lugar constantemente. Hay una libertad en el poder olvidarme de eso. Cuando aprendí otros idiomas y me volví consciente de ese aprendizaje, que es distinto al que uno hace cuando es niño, fue muy difícil el tener que pensar en eso constantemente. Quería volver a esos momentos donde podía estar entre los géneros, entre esos espacios.

Sos muy crítico al academicismo que hay en las disciplinas artísticas. ¿Qué pensás de las categorías que emergen desde lo outside, desde lo popular, como puede ser en nuestro país el caso de las perfos**?

—Mi trabajo es muy híbrido, porque trabajo con muchos sentidos y disciplinas que no son fácilmente reconocibles o categorizables. Habiéndome expresado en la escena queer, pero también en lo institucionalizado, me hizo ver muchas propuestas liberales o experimentales: desde el underground hasta los museos o galerías más prestigiosas. Ese híbrido que se crea tiene lo bueno y lo malo. Por un lado, que puede existir sin la necesidad de una categoría. Por otro, que es muy inestable. Creo que esa pregunta termina siendo una pregunta económica. Que el arte se categorice de una manera o la otra tiene más que ver con el financiamiento y la llegada que tendrá que con la propuesta de uno como artista. Si uno estuvo inmerso en la danza, no puede tan fácilmente experimentar en lo visual. Entonces es un aspecto económico.

El artista estuvo en Proa21


Resistencia under

Darabi formó parte de la asociación underground ICCD cuyo festival, Untimely (Teherán), acogió sus obras antes de su marcha a Francia. En Irán, underground no sólo significa marginalidad: también resistencia.“La danza no es algo aceptado por el gobierno (iraní) como una forma de arte, es un arte discriminado, está prohibido, no se acepta como otras obras de arte las que se reivindican en la danza”, dirá Sorour en una entrevista previa.

¿Te sentís más extranjero en tu país que en otros?

—La pregunta por la identidad y por la pertenencia es muy compleja para las personas queer; nunca nos sentimos que pertenecemos a ningún lugar, ni siquiera en donde naciste. En lo personal, pude entender la pertenencia no como algo a reflejar, no como algo innato que lo mostrás o no, porque nunca pude pertenecer a ningún lado. Habiéndome ido de un país fascista a otros sólo un poco menos fascistas no deja lugar a que sienta de verdad una radicación por ningún lugar.

¿Llevás con vos alguna herencia?

—Por supuesto que hay una herencia, pero también la obtengo de las personas que me rodeo y lo lugares que habito temporalmente. No me siento iraní, como tampoco francés ni alemán. El hecho de haber nacido en un lado u otro no me hace sentir que soy de ahí. De igual modo, vivir en Francia me dió experiencias vitales para moldear mi cosmovisión de la vida pero no me siento francés. Nadie es perfecto, pero podemos elegir qué cosas elegimos o aprendemos de los distintos lugares donde nos movemos y construir ahí una pertenencia.

¿Volviste a Irán desde que te fuiste en 2013?

—Volví una sóla vez. No creo que sea seguro para mí volver. Ahora que lo digo, pienso que para las personas queer hay una pertenencia con un mundo queer invisible, creo que todos lo sentimos.

¿Sentís que sos un refugiado?

—Nunca me sentí así, de hecho nunca pedí ser refugiado en ningún lugar. No es una categoría de existencia que me interese. De todas formas, ser un artista que vivió fuera de su país por más de 11 años y que no puede volver ahí me hace ser un refugiado. Creo que en el arte me refugio, el arte es mi tierra.

¿Entendés tu obra en la misma clave en la que militar la cuestión de género?

—Uso la palabra híbrido no en relación al género sino al arte. Pero los que militamos la liberación del género a veces caemos en las categorizaciones que usa la academia para nombrarnos, sobre todo la norteamericana, y roza ese término. Es algo curioso cómo acá han podido nombrarse a sí mismes; al igual que en Brasil, donde mis amigos me cuentan que también les hace más sentido nombrarse travesti que no binarie o trans. Hay países asiáticos donde se puede ser extremadamente femenino y seguirse nombrado como varón porque está aceptado así y no genera problemas. Las diferentes maneras en las que vemos el mundo y lo nombramos es interesante.

¿Ves posibilidad de nuevas formas en tu país?

—Un alumno que participó de la clase abierta que di esta mañana preguntó acerca de mis raíces personales, mi herencia. Y lo que pude identificar es que todo lo que conocí acerca del género en mi país fue después de la revolución islámica y el periodo de modernización. Antes de eso hay literatura y pinturas que hablan de personas que no estaban definidas en el binarismo que se impuso después. Eso fue invisibilizado, tanto el género como la sexualidad. Antes de eso los cuerpos trans eran aceptados sin llamarse trans, no necesitaban un nombre.

Respecto a lo que mencionabas sobre el capitalismo y lo económico: alrededor del mundo las emergencias de la ultraderecha abogan por la libertad económica, pero no por las libertades individuales ni las sexo-genéricas. ¿Cómo vivís esta avanzada fascista?

—Luego de la pandemia se gestó esta idea de que la única salvación al mundo en crisis era el fascismo. Entonces las personas queer somos blanco fácil. Sin embargo, creo que en cualquier faceta del capitalismo las personas queer corremos peligro. Hay un discurso acerca del éxito donde no entramos, porque ser queer es fracasar. Se quiere imponer que el capitalismo es una roca que no puede romperse, impenetrable, inaccesible, sin sentimientos y esa es la imagen del capitalismo. También la competencia, que invalida cualquier otro tipo de vínculo. Ser queer no entra en ninguna de esas categorías, por eso es que nuestros cuerpos no importan en ninguna cosmovisión capitalista y si uno no quiere formar parte de eso es marginalizado, entonces el capitalismo es siempre fasicsta.

¿Pensás que tu obra es leída sólo como alguien que escapa de eso que mencionás?

—Hay un prejuicio sobre mi trabajo, acerca de si está basado en mi identidad, mi género, mi sexualidad, mi nacionalidad. Mucha gente se me acerca y me felicita por mis obras, como si fuera algo que no pudiera ser parte de la escena artística sino que es más una satisfacción personal. Sólo quisiera que se entienda, que todas esas cosas que son importantes para mí por ser parte de una comunidad queer, trans, son cosas que también están presentes en todo artista y siempre lo han estado. Cada autor está inmerso en sus propias problemáticas y preocupaciones y hablan de ellas y las trabajan. Hablan de su pasado, su presente y su futuro, pero cuando lo hace una minoría esas cosas son más visibles. Entonces les convoca más, hay una cuestión sobre la empatía que se trunca en mi trabajo. Cuando un espectador ve una obra que habla de las cosas que le suceden, aplaude; pero si ve algo que sabe que te pasa a vos y la minoría a la que pertenecés te felicita por poder hablar de eso, pero no pueden sentirse interpelados.

Entre las obras de Darabi se encuentran: Subject to Change (2015), una performance que cuestiona la transformación a través del tiempo y en convivencia con el entorno; Farci.e (2016), un solo que aborda las nociones de lenguaje, identidad de género y sexualidad, en el marco del festival de danza de Montpellier; Savušun (2018), una oda al afecto, la vulnerabilidad y los seres afectados, que se inspira en las ceremonias de duelo de Muharram y aborda el tema de las emociones; Natural Drama (2021), resultado de una investigación iniciada en 2018, que cuestiona la noción de "Naturaleza"; "La Manutention" (2022) en el Palais de Tokyo de París, organizó una tribología; 3 noches 3 espectáculos en torno a la figura de Scheherazade; From the Throat to the Dawn (2023) que se ha mostrado en Berlín y es la obra que presenta en nuestro país.

¿Considerás que tus obras son de nicho?

—Si sos una persona muy normada tal vez no te veas reflejado en mi obra, pero que no lo hagas no quiere decir que no estés ahí. No quiere decir que yo no quería que estuvieses ahí, simplemente que tu visión del mundo está sesgada.

Paul Preciado contextualiza mucho esto cuando cita a Wittig en su propuesta de la heterosexualidad como régimen político. ¿La mirada heteropatriarcal trunca el acercamiento al arte?

—Si abrís bien tu perspectiva ves que todas las películas, todas las artes, todas las historias se tratan de personas heterosexuales. ¡Nadie dice "oh por dios, está hablando de su sexualidad"! pero cuando una minoría habla de sí, lo ven evidente. No se dan cuenta que su cosmovisión los ciega a su propio interés egocentrista.

¿Hay un fetiche por el arte queer?

--Uno pensaría que está muy de moda ser queer o trans, pero la realidad es muy compleja. Muchos artistas fueron tan invisibilizados por tanto tiempo que es difícil pensar que ahora hayan sido agregados a la normalidad del arte. De todas formas, las personas tienden a la fetichización de todo: arte, música, cuerpos, todo. En esta fetichización, puede que haya un interés particular por nosotros pero no va a ser distinto al que los distintos periodos de tiempo tuvieron con otras cosas. No creo que esté mal si así fuera.

*NR: Las traducciones son propias.

**NR: En inglés la palabra performance se entiende como actuación; sin embargo la perfo tiene una especificidad más popular, marginal, underground que Sorour comprendió inmediatamente.