“Cuando visité Mar del Plata y vi cuánto aman el cine aquí y cómo el público abraza el nuevo cine con pasión y amor, tuve muchas ganas de ofrecerles las películas georgianas que tanto amo. Además, durante mi última visita, conocí personalmente a varios amantes del cine, algunos de los cuales ya considero mis amigos, y una de las mejores maneras de hacer más profundas las amistades es compartiendo películas preciadas”. Quien escribe tan amorosamente en el catálogo del 38° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata es Alexandre Koberidze, el realizador georgiano que estuvo presentando hace un par de años, ahí cerquita de los lobos marinos, su notable segundo largometraje, ¿Qué vemos cuando miramos al cielo?, disponible actualmente en la plataforma MUBI y del cual el crítico Luciano Monteagudo escribió en Página/12 que “se entronca en la tradición insumisa del cine de su país, al menos en la de los dos grandes realizadores reconocidos fuera de sus fronteras, Otar Iosseliani y Sergei Parajanov.
Es indiscutible que esos dos nombres representan en el imaginario cinéfilo a todo el cine de la exrepública soviética. Iosseliani comenzó su carrera hacia finales de los años 50 y títulos como Viejas canciones georgianas (1969), Érase una vez un mirlo cantor (1970) y Pastoral (1975) cimentaron su renombre internacional al tiempo que los problemas con la censura del régimen comunista, que llegó a prohibir algunas de sus películas, empujaron al cineasta a emigrar hacia Francia en 1982, donde realizaría algunas de sus obras más famosas: Los favoritos de la luna y Un pequeño monasterio en la Toscana. Parajanov, en tanto, conjuga en su persona y en su cine la triple nacionalidad de un alma en estado de rebeldía constante. Nacido en Tiflis, la capital de Georgia, en el seno de una familia de origen armenio, el joven realizador comenzó la carrera cinematográfica en Ucrania, donde su obra comenzó a tomar forma definitiva gracias a La sombra de nuestros antepasados olvidados (1964). Cuatro años más tarde, El color de la granada (1968) –rodada en dos versiones, una para el mercado armenio y otra para el ruso– lo transformó en uno de los nombres más importantes del cine soviético de aquella era, lo cual no impidió que apenas unos años más tarde fuera condenado a varios años de trabajos forzados en Siberia bajo acusaciones de homosexualismo y “violación de un miembro del partido comunista”, generando un escándalo internacional y el pedido de liberación de la toda la comunidad artística.
La escueta introducción a esas dos grandes firmas del cine georgiano viene a cuento de la sección “Érase una vez en Georgia”, cuya curaduría el Festival de Mar del Plata le encargó a Alexandre Koberidze. La carta blanca de tres títulos no incluye creaciones de Parajanov o Iosseliani, y opta en cambio por sendos títulos de tres realizadores virtualmente desconocidos en nuestro país. Un trío de largometrajes que demuestra la riqueza y diversidad del cine de Georgia en los años 60 y 70 y que serán exhibidos en copias recientemente restauradas, cumpliendo de esa manera con uno de los mandatos tácitos de todo festival de cine que se precie: revelar al público general y también al especializado films del pasado de los cuales no se tenía conocimiento o cuyos títulos apenas habían sido leídos al pasar en algún libro. “Elegir tres películas de toda la historia del cine georgiano, que tiene cien años, es tan difícil como que un niño elija a quién prefiere de sus padres y abuelos. Es mejor mantener en secreto la respuesta a la pregunta de por qué elegimos estas tres películas y no otras”, escribe el realizador, nacido en Tiflis en 1984.
De Love at First Sight (1975), Koberidze afirma que “fue creada con tanta energía que da la impresión de ser una fuerza sobrehumana. Solo una carga y explosión increíble podría darnos semejante película, y el momento en que esa carga aparece en una persona es descrito por el autor de la película en el mismo título”. El “amor a primera vista” del film de Rezo Esadze es el que atraviesa como un flechazo a Murad, el hijo mayor de una familia de inmigrantes de Azerbaiyán, y por lo tanto musulmanes, instalada en Georgia. El sujeto de su pasión es Anya, una chica algo mayor que él, estudiante de música y de mejor pasar económico, la hija de una familia de bielorrusos instalada justo enfrente de la casa de Murad. Claro que esa “casa” es lo más parecido a un conventillo, y si algo llama la atención en el estilo de Esadze es el bullicio e hiperactividad constante en pantalla, que parece beber un poco de las influencias del cine del yugoslavo Aleksandar Petrović, en particular de Yo encontré gitanos felices (1967). Desde luego, los conflictos y choques religiosos, culturales y de clase no tardan en aparecer en un relato multicolor cuya vitalidad no esconde la posibilidad de la tristeza e, incluso, la tragedia.
The Georgian Chronicle of the 19th Century esconde en su gracia el carácter anacrónico de la propuesta: lejos de encarnar en un relato de época preciso, recreado a partir del diseño de producción, el film del moscovita instalado en Georgia Aleksandre Rekhviashvili describe una serie de conflictos sociales de alcance universal a partir de la mirada de un joven intelectual que regresa al pequeño poblado georgiano que lo vio nacer. Allí, conoce los detalles de una situación desesperada –los bosques que han sido explotados tradicionalmente durante generaciones por sus antepasados están a punto de ser expropiados por una empresa– y se pone en campaña para intentar revertir legalmente la encrucijada. A medida que el relato avanza, el vestuario de los personajes y la ambientación de las oficinas del aparato burocrático parecen dejar atrás el siglo XIX y avanzar hacia el siguiente, señalando hacia una inevitable continuidad de opresiones y desacatos. Con su entrenamiento como director de fotografía para otros realizadores, Rekhviashvili construye una reflexión formalista sobre los cambios sociales y aquellas resistencias que resucitan cada cierta cantidad de generaciones. Koberidze escribe en el catálogo del festival que, como todas las películas del realizador, “The Georgian Chronicle of the 19th Century es una película dirigida hacia el futuro. Todavía debemos pensar en estas películas y percibirlas. En estas épocas en las que pareciera no haber esperanza, la existencia de estas películas nos hace pensar que podremos encontrar la fuerza que nos haga llevar a cabo una existencia digna”.
La tercera integrante de “Érase una vez en Georgia” tal vez sea la joya de la corona. Estrenada en 1967, Great Green Valley, del realizador Merab Kokochashvili, también transcurre en un ámbito rural, pero su historia sobre un pastor de vacas llamado Sosana, último exponente de una tradicional familia de campesinos, parece reconfigurar los relatos campestres del cine soviético de los años 30 bajo una capa de melancolía y pesadumbre, como si los héroes de la Tierra de Aleksandr Dovzhenko se toparan con una imposibilidad infranqueable a la hora de seguir su infinita marcha hacia adelante. Los problemas de Sosana son diversos e incluyen el duro reconocimiento de que la relación con su esposa ha llegado a un punto de no retorno, pero el mayor enemigo de su supervivencia es la propia tierra, en cuyo interior se ha descubierto el inestimable oro negro (lo de “descubrimiento” es relativo, como lo demuestra una magnífica escena en la cual el protagonista le enseña a su pequeño hijo los secretos de un “fuego eterno” encendido en una gruta). El curador de la selección de films georgianos admite que Great Green Valley le parece “una de las películas más tristes que vi en mi vida, pero quiero verla una y otra vez. Creo que rara vez se pudo plasmar tan bien y con tanta belleza aquella sensación de vanidad que nos une a todos como en esta película”.
Love at First Sight se exhibe el sábado 4 a las 16.50 en Paseo Aldrey 2, el martes 7 a las 16 .30 en Paseo Aldrey 1 y el viernes 10 a las 16.50 en Paseo Aldrey 2.
The Georgian Chronicle of the 19th Century se exhibe el viernes 3 a las 17.10, el lunes 6 a las 23.10 y el jueves 9 a las 17.10, siempre en Paseo Aldrey 1.
Great Green Valley se exhibe el domingo 5 a las 16.50 en Paseo Aldrey 2, el miércoles 8 a las 14.10 en Paseo Aldrey 1 y el sábado 11 a las 13.50 en Paseo Aldrey 2.