Patricio Oliver, autor de Aquelarres

La historieta de superhéroes es un género que, como cualquiera, posee reglas evidentes y algunas no tanto. Y, en tanto reglas, pueden acatarse o desafiarse. Por ejemplo, la idea de un montón de héroes que todo el mundo conoce y admira está en el centro de un súper grupo: de la Liga de la Justicia hasta los equipos de Marvel (históricamente, más desacartonados), como la familia con algunos toques disfuncionales que conforma Los 4 Fantásticos. Pero esos héroes luminosos, modélicos, también tenían su reverso menos condescendiente, como los personajes que empezaron a aparecer entre finales de los 70 y tomaron por asalto la década del 80. Ese es el caso de la segunda formación de los X-Men, con figuras salvajes y antiheroicas como Wolverine, marginales que se hicieron con el corazón de la industria. Aquelarres, la última historieta de Patricio Oliver, editada por Barro y Clan de Fomento, es la interpretación que tiene un artista argentino, contemporáneo, lector empedernido, de estos cambios producidos en la llamada Edad de Bronce de los cómics. Una interpretación en donde desfilan brujas, brujitos y sus horrendos cazadores.

Justo en Buenos Aires. Justo en los Bosques de Palermo. Ahí aparece El Epicentro, un punto en donde los diversos aquelarres de todo el mundo, las brujas con los más variados poderes (y looks), eligen juntarse para debatir temas de hondo peso para la vida de las hechiceras. Tres brujas jóvenes vienen con dos noticias que dejan un tanto pasmadas a las más veteranas de la comunidad: Inda, bruja “conductora” que usa herramientas aztecas para canalizar su poder; Chie, una “evocadora” que invoca criaturas con antiguos hechizos de Oriente y Benedetta, que moldea la realidad según su parecer, llaman a todos los aquelarres (sí, en plural) pare decirles que han aparecido nuevamente brujos, esto es, hombres con las mismas capacidades mágicas que ellas. Y que, también, han vuelto los cazadores, encargados de capturarlas, quemarlas, exterminarlas. A partir de ese momento, el trío de jóvenes brujas tendrá que demostrar que la aparición de varones con poderes no constituye en sí una amenaza y que, de algún modo, una guerra que se creía terminada había vuelto a empezar. Claro, los cazadores se alían con cierta gente que busca de manera enfermiza la normalidad y el restablecimiento de las sanas costumbres. No hay que explicar por qué, pese a ser concebida con anterioridad, la aventura que Aquelarres plantea tiene su vigencia.

Una viñeta de Aquelarres

Patricio Oliver es un diseñador gráfico, docente de la UBA encargado de dar clases de ilustración editorial y diseño de personajes, y también, en los últimos años, es una de las figuras más rutilantes del cómic local, tratando de hacer eso que a veces parece imposible: plantear historias superheroicas con tono local. Así lo hizo con Los Potenciales (2019) y lo continúa haciendo con nuevas aventuras del mismo grupo en Croma Comics, un colectivo de artistas entre los que se cuentan Quique Alcatena e Ignacio Minaverry, entre otros, con el objetivo de que cada uno saque sus historias en formato web por behance.net y el instagram @cromacomics.

En Aquelarres, Oliver replica la sensación que un joven lector de historietas podía tener cuando llegaba a sus manos un cómic en el medio de una saga enorme, sin posibilidad de saber lo que pasó antes y sin tener muy en claro si algún día iba a descubrir cómo terminaba la peripecia, dándole un valor artístico a los tropiezos en la continuidad de un lector sudamericano. Los dibujos, además, tienen cierta explosión en cada página, con viñetas desbordadas y colores impactantes, que recuerdan los trazos de Marc Hempel, el encargado de la parte gráfica de la última historia de The Sandman de Neil Gaiman, o ese toque particular que ha hecho de la carrera de John Romita Jr. una suerte de dibujante estrella en el mundo del cómic por dinamizar la página con mucha acción, con un estilo único y rápidamente identificable. “A mí siempre me llamó la atención el color de esa época, de los ‘80”, agrega Oliver acerca del tratamiento del color en este volumen. “Se trabajaba con una paleta reducida por las limitaciones en términos de impresión. Siempre me interesó, igual, la paleta reducida, y me gusta cómo las coloristas (eran coloristas mujeres, la mayoría) resolvían con este limitante la complejidad de darle riqueza al resultado. Inclusive, corriéndose de los colores tradicionales. Porque, básicamente, con un conjunto limitado de colores, es imposible ‘copiar’ la realidad, tenés que recurrir a interpretaciones más libres, y eso hice acá”.

Portada de Aquelarres, de Patricio Oliver

Aquelarres es una historia apasionante, con un dibujo que tiene un componente expresivo único, que bebe tanto de las animaciones de Genndy Tartakowski como de los dibujos anti-clasicismo de la época que consolidó la industria, o guiones atrevidos, rupturistas. Alan Moore, Neil Gaiman, John Ostrander, el recientemente fallecido Keith Giffen, Paul Levitz, J. M. De Matteis, son artistas que dejaron su huella en la transformación de la historieta de vigilantes, criaturas del más allá y misfits que conforman hoy lo que creemos que son los superhéroes. Pero el que brilló sin dudas, entre tantos, es Chris Claremont, guionista durante casi 15 años de los X-Men, los New Mutants, y tantos desprendimientos más de la franquicia (que el propio Oliver revisita en su podcast No Somos X-Men, donde repasa cada uno de los números de New Mutants con artistas-lectores invitados). Hoy, la obra de Claremont se mira como la de un autor que puso en sus cómics a mujeres liderando grupos, con trajes que recuerdan la estética bondage y un nivel de Body Horror conviviendo con la candidez de la adolescencia muy difícil de lograr. Con épica. Con cariño por los personajes. Y eso se transparenta en todo el trabajo de Oliver, hoy también continuado en las historias de Aquelarres publicadas en Webcomic Mutante.

“Creo que es evidente la codificación queer de Claremont”, sentencia Oliver. “Siempre se nota que está buscando la diferencia, lo distinto, las personificaciones, la femeneidad, corriéndose de las heroínas tradicionales y haciendo otra cosa. Después, la metáfora obvia que maneja X-Men de los mutantes como lo distinto, yo la retomo: en Aquelarres me interesaba que algunas cosas no sean tan metafóricas y otras que sean más de interpretación en el subtexto. Pero es importante, de todos modos, que el lector entienda lo que estoy queriendo decir. Si le gusta, si le interesa, si lo busca, está”.