“Queremos celebrar estos cuarenta años de canto compartido”, dicen Liliana Vitale y Verónica Condomí. Se refieren a lo que han sabido compartir entre ellas, pero también con un público creciente que, como bien definen en esta nota, nunca fue entendido como mero espectador, sino que más bien acompañó como parte activa e interesada el proceso de “el dúo”, como se conoce simplemente, cariño de por medio, al proyecto que han consolidaron las cantantes desde hace ya cuatro décadas. Hay un flamante disco que se suma a esta celebración, Elementales, y Vitale y Condomí lo presentarán este sábado a las 21 en la sala Caras y Caretas 2037 (Sarmiento 2037).
Desde el juego de voces, con la improvisación como marca, desde el “punto y contrapunto” de ese juego, desde el arte de tapa del disco, con coloridas lanas, tejidos y manos tejientes, desde la dedicatoria –“a nuestras madres Guaray y Esther, que nos enseñaron a tejer”– y hasta desde el tejido interminable que ambas intérpretes retoman en cada concierto, emulando lo que sucede en los ensayos, estas canciones suenan tejidas. El tejido –como modo de hacer y de procesar que tiene que ver con lo femenino, como estado personal y colectivo, siempre ligado a lo cotidiano– es un eje temático de este trabajo. También atravesará la puesta que han preparado junto a la artista plástica Alejandra Finocchio para este concierto especial que preparan en Caras y Caretas, adelantan las anfitrionas de esta “celebración”. Además de los temas del disco nuevo –que, como en gran parte son improvisaciones, “serán lo que serán” cuando los hagan, diferentes cada vez– propondrán un recorrido por todas las épocas del dúo, en un transcurrir que, como siempre pasa con el paso del tiempo a la hora del repaso, genera más bien incredulidad: ¡cuarenta años ya!
Las voces de Vitale y Condomí son las protagonistas absolutas de Elementales, capaces de juegos armónicos que cobran vuelo, entramados y contrapuntos de onomatopeyas que dibujan momentos rítmicos, mántricos, a los que titulan Danzas. También encaran algún tema con letra de Condomí, como “Sangre de agua”, otros de Alberto Muñoz –aquel compañero de MIA (Músicos Independientes Asociados)–, como la tan bella “Canción de nacimiento en la Galaxia del Buenhijo”, toda una canción de cuna, o toman a Spinetta al modo propio, con “Será que la canción llegó hasta el sol”. En este trabajo, que suma la producción y el arte de tapa de Juan Belvis (hijo de Vitale), como siempre en el dúo, se entraman técnica y años de estudio que posibilitan todo lucimiento, con ganas de buscar y experimentar, de “lanzarse”. Y, tal vez más que nunca, en ese entramado suena también cierta cercanía, una familiaridad concreta en las voces. Y es que, además de ser literalmente familia (Vitale es la tía de la hija de Condomí), hay una amistad que comenzó cuando ambas se conocieron siendo muy jóvenes, en el laboratorio creativo y expansivo que era MIA. Esa amistad, esa familiaridad que va más allá de “lo familiar”, también ha mantenido al dúo por cuatro décadas, en paralelo a los proyectos personales o a otros proyectos grupales de cada intérprete.
Vitale y Condomí todavía recuerdan con emoción el “nacimiento” que tuvo el disco en la ceremonia de la Pacha mama en Amaicha del Valle, Tucumán, cuando sonaro por primera vez en vivo estas canciones, “y pudimos agradecerle a la tierra, a nuestras madres y al tejido que seguimos creando juntos”, dicen ellas. “Lo que quedó finalmente es muy diferente de lo que pensamos que iba a ser. Y está bien así: lo lindo es dejarse ser en el proceso de hacer”, dice Condomí, en lo que es toda una definición de un modo de hacer y entender la música, el arte, la vida.
–¿Qué creen que hizo posible que el dúo cumpla ya cuarenta años?
Verónica Condomí: –Las dos hemos crecido mucho humanamente para poder llegar a sostener en el tiempo un proyecto tan lábil como es cantar a capela y a dos voces. El proceso personal de cada una hizo que pudiéramos seguir encontrándonos, siempre. A la vez el dúo nunca compitió con lo que cada una hizo. Nos pudimos realizar musicalmente en todo nuestro potencial, con todos los músicos con los que estuvimos, y lo hemos llevado a su máxima posibilidad sin que hubiera competencia con los otros proyectos. Esa liviandad es una de las cosas fundamentales por las cuales esto es posible en este presente.
Liliana Vitale: –Y también está sostenido por una amistad, una hermandad, una familiaridad, no solo por el hecho concreto de ser familia, porque eso no sería garantía a priori. Por otro lado tuvimos el desafío de establecer siempre el punto de encuentro, naturalmente, con una libertad que al principio fue inconsciencia total, y que luego valoramos y cuidamos. Porque cuando empezamos no teníamos mucha idea de nada. Lo que sí teníamos, y tomamos felices, fue una libertad creativa que el contexto también promovía y estimulaba.
–¿Por qué?
–Por el grupo MIA en el que estábamos, pero también porque en ese momento el rock no era tan cuadrado, abría el juego, habilitaba los links al folklore, el tango o el jazz. Y en nuestro caso esta cosa de experimentar con las voces, buscar, el free jazz, las vocalidades experimentales que escuchábamos en ese momento, también influyeron. O el hecho de que Vero haya estado en contacto con música elaborada o clásica, por haber estado en el coro de niños del Colón, ella traía esa información y nosotras nos permitíamos tomarla y darla vuelta. Por eso el juego de entrada fue muy enriquecedor, y creo que esa primera semilla sentó una base para que, años después, cuando se nos ocurriera llevar un piano o una guitarra, nos diéramos cuenta de que por ahí no iba, que el nuestro era un dúo de voces a capela que generaba un espacio de juego en donde la improvisación cobraba cada vez más lugar.
V. C.: –Eso terminó siendo una marca. Claro que en algún momento podemos sumar un instrumento armónico, pero no es lo fundamental.
–¿Qué recuerdan de aquellos primeros momentos de MIA, cuando se conocieron?
L. V.: –Siempre digo que el día que Lito, mi hermano, trajo a Vero para probarla para coro de MIA, yo le hice una pregunta clave, básica, de código: ¿te gusta Mercedes Sosa?. Porque nosotros éramos del rock. Ok, pero además, ¿te gusta Mercedes Sosa? Sí. Ah, entonces vamos. (risas).
V. C.: –Yo era la novia de Lito. Pero conocía a MIA como público, desde mucho antes. Después lo conocí a Lito de una manera rarísima, viajamos juntos en el ascensor del conservatorio Manuel de Falla. Bajamos en el mismo piso, así que lo seguí… ¡Y se sentó al lado de mi hermano más chico, resultó ser su compañero de la clase de audio perceptiva! Después nos cruzamos en conciertos, nos teníamos… Hasta que charlamos, o bueno, la que hablaba era yo (risas)… Pero logramos comunicarnos, teníamos un nexo fundamental que era la música. Al tiempo que empezamos a salir fui invitada para ver la posibilidad de cantar en el coro. Yo había cantado en otros coros y cantaba en un coro renacentista, el Coral Renacimiento. Así sucedió, fui parte de coro, y después apareció esa propuesta de Liliana:
¿Querés hacer un coro de voces a capela?
–¿Y qué las impulsó a seguir, mientras hacían tantas otras cosas?
L.V.: –El dúo empezó a vivir dentro del marco de MIA, a generar un repertorio de a poquito, pero sin miras de grabar en un principio. Cuando vino Gismonti por primera vez a la Argentina, fuimos grupo soporte del primer recital que hizo en el teatro Coliseo. Hubo una cena antes para conocerlo, todos tocaban, le mostraban lo que hacían. Cuando cantamos juntas, le mostramos un tema de Vero que se llama “Danza dos mates”, que hacíamos con dos mates como instrumentos de percusión. Le gustó mucho y nos invitó a tocar con él, en su parte. Eso fue como una bendición, fue como echarle leña al fuego de ese espacio creativo. Porque el panorama de diversidades era muy grande: yo también tocaba la batería, cantaba en la música que hacía mi hermano, con Alberto Muñoz, con el coro, estábamos armando la obra La compañía del circo mágico, y todo lo teatral me atraía mucho… Pero el impulso de Gismonti fue tan fuerte, que ahí terminamos rápidamente el disco. A veces es clave la mirada, el estímulo del otro.
V. C.: –En esa época hubo músicos muy importantes que eran fanáticos del dúo, como Manolo Juárez y Remo Pignone. Gente admiraba a la que le gustaba el dúo, y no lo podíamos creer. Eso, en aquel momento, fue un empujón tremendo.
L.V.: –Eramos pichoncitas, y estaba muy a flor de piel la musicalidad, los permisos, los desprejuicios... Muy libres de lo que le gustaría al otro, más allá de que cada impulso de estos maestros que admirábamos era un envión tremendo. Pero con cero especulación de “con esto matamos”. Era puro juego, descubrimiento, qué bueno, dale, vamos… Ese espíritu que impulsó al dúo, sigue vivo así, tal cual.
–¿Qué significa la idea del tejido, por qué la ponen en un lugar destacado del trabajo?
L.V.: –Hay un momento en donde, en el centro del recital, desplegamos un tejido que venimos tejiendo desde que presentamos Humanas. Desde ese entonces empezamos a tejer en el escenario, ¡ya tenemos dos bufandas para Gulliver!. Ese canto, tejiendo, va a un meollo, a un fondo de cocción donde nace la vibración común.
V. C.: –No es más que lo que sucede en los ensayos: tomamos mate, tejemos y cantamos. El tejido es casi un estado de las mujeres, en un estado meditativo, de contactar en lo que sea que una tenga que desenrollar. Es un estado de fluidez muy simple, cotidiano, casero.
L.V.: –Después me di cuenta de que también contiene la idea del punto y el contrapunto. Y del paso a paso, porque el dúo nunca fue un plan. Las papas de pelan de a una. Un punto atrás de otro punto y atrás de otro, hacen un tejido, que es un presente continuo-continuo. Eso me da mucho orgullo, me enseña y me hace agradecer.
–¿Y la idea de Elementales?
V. C.: –Apareció porque primero íbamos a tomar los elementos de la naturaleza. Después, cuando finalmente quedaron canciones en el disco, encontramos que fueron hechas desde un lugar elemental: lo mínimo, lo austero, lo no pretencioso.
L.V.: –Hay otra lectura, en estos momentos en que parece perderse el eje de lo básico, el sentido común... lo elemental. Ese punto en el que todos debemos acordar para poder sentir que estamos hablando de lo mismo. Ese lugar está disgregado hoy, hay una vara que no tiene nada que ver con la humanidad, con la solidaridad. Empezás a darte cuenta que hay cosas elementales, básicas, que para otro no son un valor: la casa, la comida, el amor, el cuidado, la protección...
–Y hasta la vida...
V. C.: –Claro, por eso no vamos a dejar de preguntar, cada vez más fuerte: ¿Y Santiago dónde está?
L. V.: –Después de la marcha por Santiago y de todo este presente tan tremendo, me invadieron muchas sensaciones, de tristeza, de bronca, de desolación... Pero me apareció una palabra nueva: estoy consternada. ¡De repente me vino esa palabra que no me acordaba ni que sabía!
V. C.: –Porque no habías habitado ese estado...
L.V.: –Pero como somos buenas para las malas, porque somos sobrevivientes y vamos para adelante, porque así es el pueblo argentino, nos vamos a cuidar, nos vamos a seguir juntando y vamos a seguir haciendo cosas. Ahora me acuerdo de algo que nos dijo Gismonti en esa visita a la Argentina, todavía en dictadura: que lo que le parecía más admirable, era que en una realidad tan dura, siempre había fisuras (que no tiene nada que ver con las grietas) por las cuales colarse: por abajo, por arriba, por el costadito…. Así como el agua, que siempre sigue, no te das cuenta cómo pero hace su caminito. Entonces, somos sensibles a lo que está pasando, y no estamos solas. Porque los que nos vienen a ver no son espectadores: los hacemos cantar, los hacemos subir al vértigo de una improvisación, los hacemos después comprar un disco porque saben que es el modo de sustentar todo esto que es independiente… Somos socios en esto, estamos juntos. Entonces, cada uno desde su lugar, y juntos, como siempre, vamos a seguir haciendo lo que amamos, y vamos a seguir peleando por lo que creemos “elemental”. Que nos digan dónde está Santiago Maldonado, que aparezca ya, y que se haga justicia.