A través del violoncello y sus diversas asociaciones, Mario Brunello y Giovanni Sollima han desarrollado miradas personales, que confluyen en una idea común de música como espacio abierto, más allá de la época y los géneros. Intérprete consagrado en los circuitos clásicos, Brunello ha sabido atravesar con criterio estilístico la música de distintos períodos, mientras que Sollima, actualiza y relanza la Historia con la versatilidad que le permite la figura del intérprete/compositor. Como dúo, Brunello y Sollima llegan a Buenos Aires para abordar una serie de actividades que en su diversidad se proponen como una demostración acabada del violoncello y sus posibilidades. Este sábado a las 20, en el Teatro Colón, el dúo italiano actuará junto a la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires en el estreno argentino de Antidotum Tarantulae XXI, concierto para dos violonchelos y orquesta, del mismo Sollima. El programa, que contará con la dirección de Valentina Peleggi, se completará con Scheherazade, de Nikolai Rimsky-Korsakov, y Los pinos de Roma, de Ottorino Respighi.

El lunes 6, en el Teatro Coliseo, como parte del programa Italia XXI, Sollima y Brunello estarán al frente del Ensamble 12 Violoncellos que dirige Benjamín Báez, para ofrecer un repertorio particularmente atractivo, con páginas de Johann Sebastian Bach, Antonio Vivaldi, Alfredo Carlo Piatti, Astor Piazzolla, Luis Alberto Spinetta, Charly García y el propio Sollima. La actividad del dúo culminará el lunes 13, nuevamente en el Teatro Colón, con Suite Italienne, un programa que incluirá obras de Bach, Giovanni Battista Costanzi, Antonio Bertali, Giuseppe Verdi, Igor Stravinsky y también Sollima. Los tres conciertos son parte del ciclo Divina Italia, impulsado por la Embajada de Italia en Buenos Aires y el Istituto Italiano di Cultura de Buenos Aires.

Giovanni Sollima

“Abordaremos programas y cruces diferentes en torno al dúo de violonchelos, una combinación que tiene su propia literatura histórica y que tanto a Mario (Brunello) como a mí nos encanta”, dice Sollima al comenzar la charla con Página/12. “Nuestra actividad como músicos apunta justamente a poner en juego todas las posibilidades del instrumento, además de sentirnos atraídos por las infinitas posibilidades que ofrece el violonchelo para poder cantar, comunicar, contar historias”, interviene Brunello. “Además, para estos programas vamos a alternar el violoncello tradicional con otro más pequeño, con cuatro cuerdas afinadas como un violín en la octava baja, que toca Mario, y otro con cinco cuerdas que toco yo. Existe un repertorio para ambos instrumentos, además del conjunto de violonchelos, que tiene una tradición que viene de los antiguos Consort de violas da gamba”, agrega Sollima.

Brunello es el primer europeo en ganar el Concurso Chaikovski de Moscú, en 1986. Desde entonces ha colaborado con directores de la talla de Antonio Pappano Valer y Gergiev, Myung-whung Chung, Zubin Mehta, Ton Koopman, Manfred Honeck, Riccardo Muti, Daniele Gatti Riccardo Chailly y Claudio Abbado, además de desarrollar su propia actividad como director y músico de cámara. Concentrado en su tarea de intérprete, a la hora de elegir repertorios no tiene dudas y se deja llevar sobre todo por la curiosidad. “Elijo ante todo para satisfacer mi búsqueda. En todos estos años siempre traté de evitar los programas impuestos, para poder presentar la música con la convicción de que también le gustará a un público igualmente curioso”, sostiene. Más allá del gusto personal, Brunello es de los intérpretes que ha sabido combinar elecciones personales con rigor histórico en sus ejecuciones. “El rigor histórico debe traducirse con honestidad intelectual hacia el propio sentimiento de la música y hacia la historia que la creó y nos la trajo. El resto necesariamente debe pasar por una interpretación libre y honesta”, advierte.

Sollima, que da clases en la Academia Santa Cecilia de Roma, es además creador de muchas de las músicas que toca. “Siento que en los últimos años la figura del compositor/intérprete recuperó fuerza, interés y popularidad, incluso entre los violonchelistas”, asegura. “Por razones culturales y porque las diversas trayectorias académicas que no preveían la integración, el siglo XX trazó una línea de separación entre las figuras del compositor y del intérprete. Hoy las cosas están cambiando, gracias a los sectores de la música antigua, y su práctica, donde de hecho el estudio implica muchas veces una formación importante en cuanto a armonía y mucho más. Personalmente, aun con dificultades, siempre encontré el equilibrio entre las dos actividades. 

Sollima ha sabido experimentar con instrumentos de todo tipo: antiguos, orientales, eléctricos o de su propia invención. Tocó en el desierto del Sahara, bajo el agua, y hasta con un violoncello de hielo. “Me formé en la música antigua, la vanguardia, un gran amor por Stravinsky, por la música india e irlandesa, por el rock y como buen siciliano por el folk. Y todo mezclado desde el primer momento”, repasa sus influencias.  

-Son tiempos complejos globales, entre la emergencia ambiental, las guerras y una falta generalizada de representación política. ¿Qué papel creen que juega la música en este contexto?

Brunello: -El trabajo de un músico no se diferencia de ningún otro trabajo en términos de compromiso social. Somos afortunados y responsables de que nuestra actividad incluya el hecho de reunir a mucha gente para poder darles mensajes. Por sobre estos mensajes, hay que tener siempre presente que la escucha y el diálogo son parte de la música, pero también de la vida.

Sollima: -La música ciertamente no puede liberarnos de la locura de las guerras. Tampoco puede ayudarnos a tomar decisiones para la emergencia ambiental. ¡Pero la música puede ser poderosa! Porque carece de la retórica de las palabras y por lo tanto va directo al corazón. Si lo pensamos bien, la música acompañó infinidad de revoluciones y liberaciones. Yo crecí en Palermo, una ciudad difícil, que te empujaba a escapar o a reaccionar, y pasé por ambas fases: la huida e inmediatamente una forma de reactividad intransigente. Recuerdo escribir y tocar mucha música en las calles y plazas de Palermo. Y me llamaba la atención la capacidad de respuesta compartida de la gente. En pocos minutos había cientos jugando, cantando. En definitiva, tomando conciencia.