Desde Mar del Plata

Un año más, otro festival junto a los lobos marinos. El viernes bien temprano por la mañana, en la función de las 9, los telones del Teatro Auditorium se descorrieron una vez más para dar inicio a las proyecciones de la Competencia Internacional del 38° Festival de Cine de Mar del Plata, que este año –conforme al notorio recorte de salas, películas e invitados– aportará apenas once largometrajes que deberán ser sopesados por un jurado integrado por la realizadora galesa Prano Bailey-Bond, su colega entrerriana Celina Murga, Mimi Plauché, directora artística del Festival de Chicago, el crítico francés Charles Tesson y la cineasta paraguaya Tana Schémbori. Once títulos que verán la luz de los proyectores a lo largo de una semana y que llegan desde tierras portuguesas, españolas, estadounidenses, alemanas, mexicanas, peruanas, surcoreanas, canadienses y, desde luego, argentinas. Precisamente de este último origen fue la primera película en presentarse al público, un estreno mundial producido por el gigante Netflix y con la dirección de la talentosa Anahí Berneri, responsable de títulos como Un año sin amor, Alanis y Encarnación.

Adaptación oficial de la novela de Claudia Piñeiro del mismo título, publicada en 2007, Elena sabe es el retrato de una mujer con Parkinson cuya hija fallece en circunstancias que le resultan sospechosas. Con un tono que coquetea con el policial sin abordarlo por completo, Berneri prefiere concentrarse en la descripción minuciosa (los planos-detalle de su cuerpo abundan) del derrotero de la protagonista, Elena, interpretada por una Mercedes Morán reconcentrada. Por momentos, la película adquiere una tonalidad expresionista, apoyada en una dirección de fotografía precisa y una banda sonora atmosférica compuesta por el dúo Jackson Souvenirs. La contraparte de Moran, RIta, su hija de 43 años que fallece a pocos minutos del comienzo de la proyección, tiene el rostro de Érica Rivas. De a poco, adoptando un punto de vista en primerísima persona y a través de un flujo de conciencia con forma de flashbacks, el relato describe los pormenores de una relación madre-hija problemática, llena de aristas hirientes y otras un poco más amorosas, a través de varias etapas de sus vidas (en cierto momento el personaje principal en su versión joven es encarnado por Agustina Muñoz, aunque con la voz de Morán).

Elena sabe

Elena sabe no es una película perfecta y ciertos diálogos y situaciones generan crujidos que desentonan con el tono general, más oscuro en términos estrictamente psicológicos de lo que suelen ofrecer las adaptaciones de la obra de Piñeiro al cine y la televisión. Morán como Elena, encorvada y con dificultades para movilizarse, el dolor y sobre todo la bronca transmitida en base a miradas y gestos, no resulta un personaje con el que resulta sencillo empatizar de inmediato, y su lucha por lo que considera una causa justa tiene bastantes más ribetes de lo que podría imaginarse en un primer momento. La nueva película de Berneri tendrá un lanzamiento en salas de cine el próximo jueves 16 y una semana más tarde en la plataforma de la N roja, por lo que en breve habrá más espacio para consignar sus blancos, negros y grises artísticos.

De colores radicalmente diferentes, la ópera prima del realizador californiano Shane Atkinson bebe a borbotones de las fuentes de cierto policial noventoso, en particular de la vertiente neo noir del cine de los hermanos Coen, con Fargo como uno de sus horizontes más evidentes. En otras palabras, LaRoy –el nombre del pueblito en el cual transcurren las acciones– es un relato criminal en el cual todo se complica hasta límites inimaginables, poblado por personajes un poco menos inteligentes de lo que ellos mismos suponen ser. El prólogo presenta a un asesino a sueldo (el gran Dylan Baker) levantando en la ruta a un autoestopista, aunque su rol en la trama central sólo se revelará varios minutos después. De allí, Atkinson salta al descubrimiento de Ray (John Magaro, el protagonista de First Cow), socio junto a su hermano de una de esas ferreterías al por mayor típicas de los Estados Unidos, de que su mujer, ex ganadora de un concurso de belleza local, lo está engañando con otro hombre. Quien llega con la noticia es Skip (Steve Zahn), detective aficionado dispuesto a demostrarle a la policía local que puede descular él solito un caso y llevarse los laureles.

LaRoy, un relato criminal en el cual todo se complica.

Típico en relatos donde la confusión de identidades hace las veces de disparador narrativo, Ray compra un arma para quitarse la vida (tan deprimido se encuentra) pero es confundido con un killer a quien le han encargado un crimen por cierta suma de dinero. Ese es apenas el punto de partida de una película alambicada, llena de dobleces, complicaciones y revelaciones (el cine negro redivivo) jugadas casi siempre a un tono cómico, más allá de los chispazos de violencia que no tardan en hacer triunfal aparición cuando las papas queman. Atkinson no pretende inventar la rueda, pero el mecanismo aceitado del guion y el carisma del reparto hacen de LaRoy un relato tan derivativo como atractivo. El paso de los días y el resto de los títulos lo confirmarán o no, pero es casi seguro que esta película será el aporte más cercano al concepto de “género cinematográfico” presente en esta Competencia Internacional.

Con los géneros también juega No voy a pedirle a nadie que me crea, tercer largometraje del mexicano Fernando Frías de la Parra, el director de Ya no estoy aquí, y el segundo título auspiciado por Netflix de esta sección competitiva, que también tendrá su estreno en la plataforma dentro de algunas semanas. Pero allí donde Atkinson se propone seguir reglas escritas de antemano, de la Parra se lanza a la mixtura con resultados generalmente estimulantes, entrelazando tonos y filiaciones que a priori podrían resultan antitéticas. Basada en la novela homónima del también mexicano Juan Pablo Villalobos, publicada en 2016 y muy celebrada por la crítica especializada, la película se lanza a la aventura junto a su protagonista, Juan Pablo, un estudiante de literatura que gana una beca en la prestigiosa Pompeu Fabra y parte desde su CDMX natal hacia Barcelona. No sin antes ser testigo de cómo su primo, metido en el narcotráfico, recibe un balazo, y de recibir las órdenes del cartel de viajar a Europa junto a su novia y hacer las veces de “topo” en un plan misterioso y, desde luego, lleno de peligros.

Por momentos, No voy a pedirle a nadie… parece una cruza del cine de Jonás Trueba con el de Federico Veiroj, al cual se le sumase un relato de narcos con infiltrados. En la ensalada que es la vida de Juan Pablo también caben los estudios de género como tapadera para sus verdaderas intenciones (la escena de los cortometrajes experimentales y la discusión posterior sobre la perpetuación de estereotipos es desopilante). En la vida del estudiante se cruzan un italiano anarquista, un porteño “palero” algo insoportable (Juan Minujín) y una chica de muy buen pasar cuya familia se dedica a negocios non sanctos, entre otras criaturas. El absurdo es el amo y señor de la adaptación relativamente fiel de de la Parra, estrenada hace pocas semanas en el Festival de Cine de Morelia, una película tan sorprendente como atrevida y disfrutable, una suerte de Después de hora que transcurre a lo largo de varios meses y cuya forma narrativa laberíntica imita la experiencia del atribulado protagonista.

*Elena sabe se exhibe el sábado 4 a las 16 horas en Teatro Auditorium.

LaRoy se exhibe el sábado 4 a las 13 en Teatro Auditorium.

No voy a pedirle a nadie que me crea se exhibe el sábado 4 a las 21:45 y el

domingo 5 a las 14:30, siempre en Teatro Auditorium.