La figura de Ricardo Iorio es indeleble en la cultura rock: la muerte, sus reivindicaciones y el paso del tiempo habilitarán cada vez mayores consensos sobre la importancia de su obra en ese barro. Si lo medimos tan solo en imágenes, en videos, en material audiovisual, el arco narrativo es ya de por sí interesante: inicia con la aparición pública de V8 en el B.A. Rock 82, como un cabecita de Caseros cuestionando un festival para la clase media en Avenida del Libertador, y explota en la saga de entrevistas con Beto Casella, cuatro en total, convirtiéndose en un ariete de la era de la memecracia y el consumo irónico.

Probablemente, para el piberío actual, Ricardo sea más conocido por sus frases que por sus canciones; aunque varias de esas frases trascendieron los meros latiguillos y hasta llegaron a convertirse en títulos de películas, tal como pasó con Yo sé lo que envenena, que básicamente ficcionaliza la historia de un muchacho que quiere conocer a Iorio. También, para otro sector, el músico era alguien discutible, cancelable. Un sector, por cierto, heterogéneo y disperso: conviven ahí desde ofendidos por manifestaciones puntuales hasta fanáticos dolidos.

Ayudó también a la viralidad del Iorio de la última década larga (desde 2010, cuando fue su primera entrevista en la pantalla de C5N) una obra que lo sostuvo en el tiempo: después de dos discos irregulares, Almafuerte sacó Toro y pampa en 2006. A dos décadas de V8 y a una de Hermética, Ricardo Iorio renovaba votos en las nuevas juventudes con un repertorio fresco y sublime. Cantándole al "domingo lejos de la ciudad", a "lo bueno y lindo de estar contento", acaso el hit tardío de un artista que se había dedicado más bien a los himnos (Cautivos de un sistema, Tu eres su seguridad, Sé vos). Y que se guardó también otro de estos últimos para la ocasión: En el siglo de gran reviente es, en cierto punto, una continuidad de Memoria de siglos (nuevamente los siglos y las guerras).

Más allá de sus interjecciones y de sus estridencias, Iorio ya había dejado demasiadas canciones para explicarse a sí mismo a través de sus letras. Hermética es un fenómeno digno de ser analizado a la par del de Los Redondos por un motivo fundamental: fue la banda que volvió proletario al rock argentino, hasta entonces centralmente producido y consumido por la burguesía. Mal que le pese al Indio, fue Ricardo la primera persona que interpeló a lo que él llamaba "los pardos". Y mal que le pese a Iorio, su impacto cultural puede ser leído también en términos marxistas. Una auténtica lucha de clases expresada en su grito: "¡Y los hippies, que se mueran!".

2001 fue un año bisagra para Ricardo Iorio y, por lo tanto, para su semblanza: fallece su esposa, se muda al campo y Almafuerte azuza con Piedra libre, disco en el que Iorio sube la apuesta después de sus declaraciones denunciadas por antisemitismo. Desde entonces comienzan otras dinámicas y narrativas: la banda ensaya y compone en La Matanza, con el Tano Marciello a la cabeza, mientras Ricardo escribe a la distancia y se suma los días de los shows, a los que llega manejando con su camioneta desde la zona de Sierras de la Ventana.

Como un parteaguas, el nuevo milenio saca a Iorio de la urbanidad Caseros-Devoto y lo ubica en el sudoeste profundo de la provincia de Buenos Aires. La escenografía contribuye a construir una estética de caudillo del metal argento. Dios, patria y familia: el perro cristiano dando vuelta la tierra en los surcos de la vida.

De esa nueva etapa surge, justamente, Toro y pampa. Su última gran obra junto a Atesorando en los cielos, interesante experimento de 2015, casi diez años después. Donde muestra sus últimas canciones propias (Justo que te vas, The Krochik), te deja manija con la intro de Otro día para ser y la pone en el ángulo en Quiero ser como usted, la versión definitiva de un tema de Roxette, por caso I Don't Want to Get Hurt. Todo había comenzado en el programa de Flavio Cianciarulo en Radio Atómika, centro de San Martín, donde Ricardo la cantó a capella con un estribillo que decía "Quiero ser como Jesú". Iorio reconoció: "He aprendido con el tiempo que en la simpleza está la canción poderosa". Luego un usuario de YouTube hizo lo suyo con un mashup y eso terminó en la grabación valorada por la propia Marie Fredriksson.

Tras alejarse de la urbanidad en la zona de Ventania, unos cuantos años después decidió mudarse incluso un tanto más lejos, hacia la frontera con La Pampa. Sin decirlo, Iorio dejaba en claro que intentaba correrse de ciertas centralidades. No obstante, perduraron las peregrinaciones. La búsqueda de su palabra.

Los discursos de sus últimos tiempos son probablemente lo menos destacable de su oratoria. Se obstinaban en abordarlo distintas vocerías de la amplia derecha. Incluso de la extrema. Años antes, a título de nada, Ricardo ya había dicho: "No se olviden que el golpe militar no fue nacionalista; fue un falso nacionalismo pagado por la CIA, porque la economía la manejó el liberalismo". Aún en su versión más irascible, Iorio tenía claras ciertas cosas, ciertos límites. Independientemente de lo que el decurso de su discurso hubiese impuesto en tiempos donde el Ricardo Iorio que se encontraba ya no era aquel que se buscaba.

Convivieron en Iorio muchos demonios. "No vuelvas, espanto. Muere, monstruo. ¡Muere!", reclamaba en la canción que abre Trillando la fina, último disco de Almafuerte. En un punto, parecía ser un tipo pidiendo ayuda en el consciente tramo final de este plano de la existencia. "Yo he hecho tanto el mal, amigo... que lo único que tengo para decir es que dejen que me perdone a mí mismo", había dicho un año antes de su partida. "Perdónenme todos los que he ofendido. Y aquellos que me han ofendido, que me han hecho mal, no importa. Solamente intento dejar esta bolsa de piedras hecha polvo que se mezclarán con el agua... y se transformarán en el barro de donde vine."


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