Cuando estrenó en 2017, Aterrados causó un pequeño revuelo entre los fanáticos del terror: no podían creer que una película tan sorprendente estuviera hecha en Argentina. El fenómeno se replicó en todo el mundo, donde se fue estrenando a veces en salas y otras a través de distintas plataformas de streaming, siempre con gran éxito. Dirigida por Demián Rugna, quien tenía en su filmografía otros tres largometrajes, Aterrados recibió un espaldarazo importante: el apoyo del mexicano Guillermo del Toro para realizar una remake en Estados Unidos, que tenía todo listo para filmarse en 2020 con apoyo de Fox. Pero la compra del estudio por parte de Disney, el pase de Del Toro a Netflix y, sobre todo, la pandemia frenaron el proyecto.

Cinco años después, Rugna no es el mismo director que apenas era reconocido por un grupo de iniciados en el círculo del cine fantástico local y los festivales. Aunque aquella remake no se hizo (el proyecto está en manos de otros productores y de otro estudio estadounidense muy importante), la movida le dio un prestigio internacional que con inteligencia aprovechó para potenciar su próximo proyecto. Se trata de Cuando acecha la maldad, que recibió el máximo premio en el Festival de Sitges, el Cannes del cine fantástico, y tuvo un masivo estreno comercial en los Estados Unidos, inédito para una película argentina.

Con esos laureles, Cuando acecha la maldad buscará ser profeta en su tierra. Este viernes pasó por la popular sección Hora Cero del Festival de Cine de Mar del Plata, donde fue ovacionada, y este jueves llegará a las salas de todo el país. Protagonizada por Ezequiel Rodríguez, Demián Salomón, Luis Ziembrowski, Federico Liss y Silvina Sabater, la película cuenta una historia ambientada en el campo argentino. Un relato de demonios y violencia, que la vasta soledad de ese desierto verde llamado la Pampa amplifica de forma atroz. En Cuando acecha la maldad Rugna capitaliza todo lo que cosechó con Aterrados.

“El guion nació durante el desarrollo de la remake de Aterrados, porque sentía que tenía que tener algo listo para empezar a laburar una vez que se filmara. Quería hacer algo todavía más jugado”, cuenta el director. “Cuando asimilé que la remake no se iba a filmar, me di cuenta de que tenía que salir enseguida a hacer algo y decidí poner en marcha aquel guion. Pero sin los pergaminos de Aterrados hubiera sido una locura conseguir que alguien me apoyara”, sigue Rugna.

-¿Por qué siente que era imposible encontrar apoyo? ¿Qué diferencia tiene con otras de sus películas?
-Creo que es mucho más arriesgada porque involucra temas como niños o autismo, que son super tabú. Por otro lado era muy compleja de hacer desde lo técnico, porque tiene un par de efectos y escenas con animales muy difíciles de hacer, y eso la convertía en un desafío. Además, es una película despiadada y corrés el riesgo de que la crítica o el público no la acepten, o que no la quiera agarrar ningún distribuidor por considerar que es demasiado para la cartelera comercial. Por eso digo que es arriesgada en muchos aspectos. A diferencia de mis otras películas, siento que esta va a una marcha más a fondo, porque tuve la libertad creativa absoluta para hacer lo que quise.

-¿Esa libertad se la dio lo económico?
-No, tiene que ver con el éxito de Aterrados. Fue como: “El director de Aterrados quiere hacer esto” y no hubo discusión. Me dieron el espacio para tomar las decisiones creativas que quisiera.

-Menciona el tema de incluir niños en situaciones de alto impacto dentro de la trama como si fuera nuevo en su filmografía. Sin embargo en Aterrados a un chico le pasaba un colectivo por arriba.
-Es cierto. Y en ¡Malditos sean!, que codirigimos con Fabián Forte, le metíamos un escopetazo en primer plano a una nena (risas). En el caso de Cuando acecha la maldad me refiero más a una cuestión de cantidad (risas). Es que ese es también un poco un sello mío: de mis películas te podés esperar cualquier cosa. Yo hago películas de terror y me gusta asumir ciertos riesgos, y estuvo bueno que esta vez me soltaran la cadena para poder decirle al espectador: “Che, yo asumí todos estos riesgos, ahora está bueno que los asumas vos, porque acá puede pasar cualquier cosa”. Y esa posibilidad de no autocensurarme ni ponerme límites hace que esta sea una película distinta de otras películas de terror que andan dando vueltas, justamente porque no tiene control. Pero no son solo los riesgos, acá también hay una historia que funciona y eso es lo más importante. Mi objetivo no es poner una escena atrás de otra para que te cacheteen sin sentido, sino que te quiero contar un cuento.

-Cuando acecha la maldad propone un cambio de escenario respecto de sus obras previas, que se desarrollan en espacios suburbanos. En cambio acá la historia transcurre en el ámbito rural, un universo cultural muy distinto donde incluso el miedo se construye de otra forma. ¿Qué lo llevó a plantearse ese cambio?
-Después de Aterrados tenía ganas de salir de las casas embrujadas en la ciudad para irme a un espacio más abierto, con luz de día, y correrme del esquema de cuatro personajes adentro de una casa. También pasó que me mudé fuera de la ciudad y eso ayudó a que me cambie un poco el paisaje. Ir por la ruta y ver esas casitas a lo lejos, un punto de luz en el horizonte encendido en la noche. Decía: “¡Pucha! ¿Quiénes serán los que viven ahí?” Por lo general son peones de campo y me ponía a pensar qué historias tendrían estos tipos, contaminadísimos con glifosato, viviendo entre enfermedades sin que a nadie le importe un carajo. Entonces empecé a imaginarme qué pasaría si a esa gente sola en medio de la nada en vez de una enfermedad le cayera un demonio. Todo eso, más la necesidad de filmar algo que no se pareciera en nada a Aterrados, me impulsó a contar esta historia.

-Ese paralelo entre un mal de origen fantástico y aquellos otros bien reales a los que está expuesta la gente de campo es algo que inevitablemente surge durante algunas secuencias de la película.
-Hay algo en torno a la propagación que es importante en la película y tanto puede asociarse a una enfermedad como al mal mismo. Pero también a la propagación de ideas y cómo hasta la locura se puede transmitir. Incluso la podés pensar como una parábola acerca del fascismo, cómo un demonio puede entrar en tu cabeza y convencerte de hacer algo que está en contra de tus propios intereses. Y aunque el guion fue escrito antes de la pandemia, también se la puede ver desde ahí, desde la forma en que la gente reaccionó durante el encierro. El egoísmo, el clasismo, la paranoia frente al que viene a contaminar tu casa. Todo eso es parte de la sociedad a la que pertenezco. Y si bien yo cuento una historia de terror, me interesa que dialogue con mi sociedad.

-La película tiene varias secuencias muy brutales que serán difíciles de olvidar para quienes las vean. ¿Cómo aparecen esas ideas en el proceso creativo?
-En primer lugar, las escenas brutales solo benefician a una historia si la historia está buena, si logra que te involucres con los personajes. La violencia no solo es parte de mis películas, sino de esa sociedad de la que hablaba. Hoy al celular nos llegan videos reales igual o más perturbadores que una película y no nos producen nada. Aprendimos a convivir con eso. Cuando acecha la maldad no es una película de sustos, sino una en la que tenés que decidir qué tan a fondo estás dispuesto a ir como espectador. Y si necesito ser explícito frente a tu cara, lo voy a hacer. En ese sentido creo que Cuando acecha la maldad es una película sincera, escrita con las tripas y no con la cabeza. Así la filmé y así es como creo que tiene que funcionar una película de terror.

-¿Siente que esa sinceridad ayudó a que le vaya tan bien a la película?
-Es algo a analizar, porque hoy desde la industria recibimos una cantidad de películas preformateadas por un modelo que te dice cómo tienen que ser las películas de terror para que funcionen. Y creo que Cuando acecha la maldad rompe con ese molde.

-¿Dónde se da esa ruptura?
-En que no es políticamente correcta y busca todo el tiempo transgredir. Hace poco laburé en una producción de afuera y no querían que la monja de la película fuera mala, porque eso podía ofender a alguien y la idea era tratar de que funcionara para todo el mundo. Bueno, yo no quiero que mis películas funcionen para todo el mundo, sino ofrecer algo que represente un desafío para quienes lo acepten.

-El humor es uno de los recursos que mejor maneja en sus trabajos anteriores. Pero esta es la menos humorística de sus películas.
-Lo que me pasa con el humor es que no lo puedo esquivar, me viene de forma natural cuando escribo los diálogos. Ocurre que a veces los personajes llegan a situaciones tan traumáticas o insólitas, que los hago reaccionar como lo haría yo. Y a veces la reacción más natural frente a la tensión es el humor. En ese sentido esta película es más descarnada, no tiene tantas concesiones. Pero en las proyecciones en Estados Unidos, por ejemplo, la gente se reía mucho. La disfrutaban de una forma diferente que en España, con quienes compartimos mucho más la cultura. Es raro. Pero coincido en que es una película mucho más seria incluso que Aterrados. Yo creo que no tiene nada de humor, pero aún así hay gente que se lo encuentra donde a mí se me escapa.

-La película llega a Argentina tras pasos importantes por España, donde recibió el premio máximo en el Festival de Sitges, y Estados Unidos, donde tuvo un estreno comercial muy grande, algo infrecuente en ese país para una película argentina.
-Fue todo surrealista, porque nunca una película argentina estrenó con tantas salas en Estados Unidos. Fue rarísimo. Sentí que el público la agradecía mucho, que la sentían como algo genuino y fresco. Quizás tenga que ver con la forma en que ellos perciben otra idiosincrasia y otra cultura. A la película le está yendo mejor de lo que esperaba el distribuidor. Duplicó las pantallas que tenía inicialmente, llegó a 670 y todavía está en cartel. Ahora con menos salas, porque entró la película de Taylor Swift y nos cortó las piernas a todas las demás (risas).

-¿Y el premio en Sitges?
-En España me sorprendía cruzarme con tantos fanáticos de Aterrados, incluso otros directores fanáticos de la película. ¡Y en Sitges, que es la Meca del cine fantástico! Ganarlo fue lindo. Pero no tanto como la sensación que me dio ver de qué forma el premio hizo feliz a tanta gente a la que ni siquiera conozco. Algo parecido a lo que deben sentir los deportistas, que cuando ganan hacen feliz a mucha gente que no conocen. Ver tanta gente que no conozco tan feliz por mi película es una alegría que supera cualquier premio.