¿En qué momento el tenor de la discusión pública viró a estos niveles de violencia y puesta en cuestión de acuerdos básicos democráticos? Es una pregunta que me inquietó durante este largo año de turnos electorales.

El domingo 22 de octubre vino el alivio. Se puso una vez más en evidencia la reserva de este pueblo que no está dispuesto a dejar que se lleven puestos los pilares de nuestra identidad: los derechos laborales, el Estado promotor, la educación y salud públicas como factor igualador y de movilidad social, la memoria verdad y justicia. En definitiva, un sentido común con mucho de peronista, que rompe las lógicas de la sociología política y posibilita lo que creímos imposible, que el ministro de Economía candidato sea el que decide con firmeza en las dificultades del presente, a la vez que se construye la única esperanza para las elecciones del 19 de noviembre de un futuro con más inclusión e igualdad.

Las elecciones generales nos dieron algunas certidumbres, pero aún continúa abierta la disputa en la segunda vuelta, que no debemos subestimar. A 40 años de la recuperación democrática, la extrema derecha argentina propone la violencia como forma de vida, contra el que piensa distinto, contra los lazos de solidaridad que existen en la sociedad, contra las políticas que nos cuidan: la educación para todas y todos, la salud pública, la jubilación universal, los derechos de las mujeres, entre tantas otras. Promueven formas de odio y exclusión para confrontar con una cultura del cuidado y la solidaridad, que son formas de identidad y amor entre las personas que viven en una misma comunidad.

Es la violencia versus el respeto de una sociedad plural. Es la violencia para promover el individualismo y la mercantilización de la vida a niveles extremos. Vender órganos o hijos, negar paternidad, privatizar calles, mares, ballenas. El discurso anti Estado es presentado en planos de la disolución contractual básica que nos permite convivir en una sociedad. Una especie de distopía que podemos imaginar en futuros feudos gobernados por el dominio absoluto de los más poderosos, que son claramente unos pocos, los más ricos de la Tierra.

La desazón de estos tiempos convive con algunas certezas que nos alientan. El amplio triunfo de Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires ratifica que hay fórmulas de lo clásico que siguen siendo un antídoto frente al disparate: la gestión de lo público, el diálogo frontal, el debate de ideas, la cercanía, la coherencia entre vida personal y política, la militancia y las convicciones puestas al servicio de la transformación, con capacidad de negociación, pero sin dobleces, con coherencia. Todo eso fue valorado y crucial a la hora de construir el triunfo provincial y aportar de manera decisiva al nacional.

La otra gran certeza es el rol clave en estos 40 años de democracia de las mujeres, que en esta coyuntura las ratificó como actoras decisivas del freno al avance de las derechas.

Un estudio de opinión de la consultora Proyección analiza los resultados electorales en clave de género. Destaca que el crecimiento de la participación electoral fue mayor en las mujeres y esto contribuyó al aumento significativo respecto a las PASO de Unión por la Patria. Las mujeres tienen una mayor valoración positiva de la gestión del gobernador Kicillof, sólo tres de cada diez lo evalúan negativo, frente a la mitad de los varones. Y a la hora de indagar sobre las principales preocupaciones aparecen las cuestiones económicas como las más consideradas: el acceso al empleo, la mejora de ingresos, el tema habitacional, la inflación, siendo muy marcada la diferencia con los varones en la priorización de temas como la seguridad o la corrupción.

Quienes menos votamos a Milei somos las mujeres. Sabemos lo que es la violencia cotidiana y la discriminación; también sabemos cuánto nos afecta en la vida diaria que el Estado no esté presente en salud, educación, como motor de la generación de empleo, porque, allí donde no está, todo se hace más cuesta arriba para las que cuidamos en la familia y la comunidad. En definitiva, sabemos de la potencia que tienen las políticas de cuidado y la solidaridad, que son formas de amor entre las personas que viven en una misma comunidad. Sabemos de redes, de poder ponerse en el lugar del otro, de la otra. Por eso también sabemos que nadie se salva solo.

Hoy más que nunca se vota para elegir más democracia y menos violencia. Una vez más, seremos protagonistas, como motor de lo colectivo, convocados frente al odio a defendernos desde el amor a nosotros mismos, a nuestros seres más queridos, el amor a la comunidad, el amor a la Patria.

Ministra de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual de la provincia de Buenos Aires