“Veo que tiene una buena colección de policiales”, dice la dama elegante, como escapada de una novela negra, y acercándose a la biblioteca que el médico atesora toma delicadamente un volumen. “¿Éste lo leyó?”, pregunta, dejando ver la tapa de El halcón maltés. “Psssee, claro”, vacila el médico, no se sabe si intimidado por la belleza de la muchacha o por su determinación. “Entonces me conoce”, susurra ella, y hace un oportuno silencio... “Yo lo traduje”. Es curioso que la protagonista de un policial de enigma, a la inglesa, cite el libro más famoso del más famoso autor de novela negra, la variante estadounidense del género, que no se parece en nada a la otra. Pero no deja de ser cierto que algunas novelas negras de Hammett tienen rémoras del policial de enigma, y El halcón maltés es una de ellas. Lo seguro es que Adolfo Bioy Casares, coautor junto a Silvina Ocampo de la novela Los que aman, odian, jamás hubiera citado a El halcón maltés, a Dashiell Hammett o a cualquier novela negra: tanto él como Borges abjuraban de la violencia que campea en esa forma genérica. El pasaje testimonia, en tal caso, la libertad con que los creadores de la versión cinematográfica de Los que aman, odian han tomado la novela de Ocampo & Bioy. Lo cual, como se sabe, nunca es malo o bueno de por sí.
El médico es el doctor Huberman, un atareado homeópata y conferencista, entre otras responsabilidades, que para descansar de su ajetreada agenda viaja a reposar al Hotel Ostende (que no es el Viejo Hotel Ostende, tal como se lo conoce hoy en día). El solo cambio de su nombre de pila es revelador de las mayores diferencias entre novela y película. En la novela se llama Humberto. Humberto Huberman: sólo un personaje ridículo podría llamarse así. (Vladimir Nabokov, que llamó Humbert Humbert al profesor de Lolita, ¿habrá leído Los que aman, odian? Parece poco probable). En la película, Huberman es Enrique: un nombre neutro, un personaje neutro, un tono neutro se desprende de él. Que en el original HH sea el narrador convierte a Los que aman, odian de Ocampo & Bioy es una (auto)sátira. Narrada en tercera persona, Los que aman, odian de Alejandro Maci & Esther Feldman está en cambio más cerca del drama policial.
La época son los años 40. Unos años 40 indeterminados, tanto en el libro (publicado por primera vez en 1946) como en la película. El 45 no parece haber pasado por estas playas: los escasos pasajeros del Hotel Ostende son dueños de campos o venidos a menos, que van a la arena con saco y sombrero y toman brandy por las noches, espléndidamente atendidos por esa dama que es Andrea, prima de Huberman (Marilú Marini, siempre derrochando histrionismo). El doctor Huberman (Guillermo Francella, envarado, aunque no al punto de la autorridiculización) sólo quiere una cosa: descansar. Le resultará difícil. Una de las pasajeras del hotel (que parecería reservar sólo a amigos y conocidos) es Mary, aquella paciente y traductora (Luisana Lopilato, de pelo oscuro). El primer encuentro, en la playa, transparenta la clase de relación que se da entre ambos. Mary, acompañada de su hermana Emilia (Jimena Bustos, otra rubia oscurecida), el novio de ésta, Atuel (Juan MInujín) y un amigo, el doctor Cornejo (el siempre excelente Mario Alarcón), se muestra, llama la atención, seduce a troche y moche. Huberman espía desde detrás de un médano, y cuando es descubierto huye aparatosamente, sin cuidar la línea en lo más mínimo.
Otra diferencia mayor, la Mary de la novela casi no tiene tiempo de desarrollarse. La de la película es una histérica de manual, que no puede parar de usarse a sí misma como arma de seducción, volviendo locos a los tipos y a sí misma. Es clave, en este punto, la única escena en la que se la ve libre de la mirada de los demás. Hasta determinado momento (mitad del metraje, más o menos), la película es un estudio de caracteres, con los del solterón Huberman y la predadora Mary como figuras centrales. El resto es el policial de enigma, guiado por la pregunta “¿quién lo hizo?” (de allí el nombre de whodunit con que lo designan los anglosajones), con el inspector provinciano de Carlos Portaluppi conduciendo la investigación. El whodunit es, por definición, algo parecido a un juego. “¿Quién lo hizo? ¿Éste, el otro? Hagan sus apuestas”. El giro final de Los que aman, odian lo salva de la nimiedad. En cuanto a la primera parte, la creciente obsesión de Huberman parece interrumpida por, justamente, la irrupción del policial. Pero eso no es responsabilidad de Maci & Feldman, sino de Ocampo & Bioy. Lo que está fuera de toda discusión es la excelencia técnica de Los que aman, odian, desde el diseño de producción para abajo y sin que ni la dirección de arte ni el vestuario ni la fotografía predominen jamás sobre el relato.