Boca dio todo en el Maracaná. Regó el cesped de Río de Janeiro con el más generoso de sus sudores. Y no le fue suficiente. En tiempo suplementario y luego de haber igualado 1 a 1 en los noventa minutos, Fluminense le ganó 2 a 1 y alzó por primera vez en su historia la Copa Libertadores de América. Respaldado por 25 mil hinchas que alentaron toda la tarde en el estadio y casi 80 mil en las inmediaciones, el equipo xeneize no pudo satisfacer la obsesión copera de la séptima Libertadores. La cuenta quedó clavada en seis y cuesta moverla de allí desde que la última consagración data de 2007. Cuando Juan Román Riquelme era la máxima estrella dentro de la cancha y no el vicepresidente primero como ahora.
Nada se le puede objetar a Boca. Perdía 1 a 0 con un golazo del argentino Germán Cano a los 36 minutos del primer tiempo y en la segunda etapa, a los 27 minutos pudo empatar con otro golazo de zurda del peruano Luis Advíncula desde afuera del área y terminó ganándole la pelota y metiendo contra su área a Fluminense. Estuvo a punto de perder en la última jugada del encuentro cuando un remate cruzado del lateral Diogo Barbosa (reemplazante de Marcelo) se fue muy cerca del palo izquierdo del arco de Sergio "Chiquito" Romero.
Pero a los ocho minutos del primer alargue, un derechazo infernal del delantero Kennedy volvió a adelantar a los cariocas en la carrera. Y ya no hubo asunto. Los dos se quedaron con diez hombres (Kennedy recibió una segunda tarjeta amarilla por haber ido a gritar el gol con sus hinchas y Frank Fabra vio la tarjeta roja por un cachetazo al zaguero Nino Paraíba) y aunque Boca tiro centros y más centros y de nuevo acorraló a los brasileños, no pudo volver a empatar y se quedó con las manos vacías y la sensación de haber dado todo y haberse quedado sin nada.
En todo caso, lo que hubo fue una diferencia de jerarquía individual a favor de Fluminense que le posibilitó definir el partido. Boca fue un equipo duro y aguerrido. Pero acaso le haya faltado ese plus que sirve para resolver trámites parejos como lo fue esta final. En el primer tiempo, el arco carioca le quedó muy lejos. Sobre todo porque el uruguayo Edinson Cavani arrancó desde la mitad de la cancha y no pudo respaldar a su compatriota Miguel Merentiel. En el segundo, se adelantó 20 metros en el terreno, soltó más gente en ataque y con mayor posesión de la pelota, crecieron los dos Fernández (Pol y sobre todo, Equi). Pero no tuvo claridad. Ni siquiera cuando tras el gol de Advíncula, ingresaron Benedetto por Cavani y Langoni por Barco para tratar de ganar la Copa en los noventa minutos.
En el alargue entraron Janson por Merentiel, Saracchi por Equi Fernández, Taborda por Medina y el paraguayo Valdez por Figal. Pero resultaron manotazos de ahogado de Jorge Almirón. Boca arrinconó a Fluminense que después del 2 a 1, sólo quiso aguantar. Pero lo hizo a punta de corazón y orgullo, sin una pizca de fútbol. Igualmente cumplió.
De los últimos veinte partidos que jugó entre la Copa de la Liga, la Copa Argentina y la Libertadores, Boca apenas ganó tres. Y en el torneo continental batió un record: empató los cuatro juegos de play off (Nacional, Rácing, Palmeiras y Fluminense). La multitud boquense que peregrinó hasta Río de Janeiro en una conmovedora manifestación de amor a los colores nada tiene para reprocharle a su equipo. Pero igual se vuelve en silencio. La obsesión de la séptima sigue viva. Y deberá seguir esperando como hace dieciseis años que lo viene haciendo.
Boca no se guardó nada y dejó todo en el Maracaná. Pero la mística copera, el coraje y la historia de nuevo no alcanzaron. En la final, Fluminense tuvo un puñadito más de fútbol y por eso, la Copa Libertadores se queda a vivir un año más en la ciudad maravillosa.