“Bocaaaaaa, Bocaaaaaa”, fue el grito que invadió los alrededores del Obelisco a pocas horas de que comience la final de la Copa Libertadores entre el Xeneixe y Fluminense Un nutrido grupo de hinchas se dio cita en este punto estratégico del centro porteño para vivir el partido y le puso color a una tarde que tuvo de todo: bombos, pirotecnia, glitter –hoy se celebró le edición número 32 de la marcha del orgullo LGBT+- y un vasto cancionero con el que alentaron a más de 2600 km de distancia de Río de Janeiro.

La policía apostada en el McDonald’s de 9 de Julio y Corrientes, miraba a los fanáticos que no paraban de llegar con botellas y banderas. En los bares cercanos solo se veía gente con camisetas azules y amarillas. “Cambio todo lo que tengo si Boca gana la séptima”, juró un hincha que no paró de besar una foto que tenía en su billetera, cada vez que el conjunto de Jorge Almirón se salvaba de una situación de peligro.

Una pareja de holandeses que desde hace dos meses está de vacaciones en el país, filmó todo y canceló una excursión para quedarse a ver el partido de Boca. “Esto es una locura. En Holanda nos gusta el fútbol, sí, pero como se vive acá, no pasa en ningún lado”, dijo la chica a este cronista, mientras acomodaba su cámara en un trípode para registrar el estado de adrenalina que se vivía.

Llegó el gol de Luis Advíncula que puso la igualdad y se festejó como un triunfo. La plazoleta del Obelisco estalló y en el medio de la algarabía, no se olvidaron de recordar a su eterno rival. “Es que no salta se fue a la B”. Los minutos de juego se hicieron eternos, pero nadie despegó la vista del celular ni la oreja de la radio. Sonaron bombas de estruendo y algunos fuegos artificiales iluminaron el cielo de Buenos Aires. La ilusión por alcanzar la séptima fue el combustible de los cientos de xeneixes que todo el tiempo recordaron el nombre del equipo que defendían. “Bocaaaaaa, Bocaaaaaa”. Los más chicos, quienes estaban en los hombros o de la mano de sus padres, lloraban de alegría.

Un joven arrodillado no dejaba de implorarle ayuda a Diego Maradona. “Por favor, Diego. Vos que todo lo podés, nos tenés que ayudar”. La calle era una pasarela de distintas emociones, pero todas coincidían en un solo pedido: “la séptima”. Los hinchas se abrazaron, se lamentaron y agradecieron ser de Boca. “Vamo' a traer la copa a la Argentina, la copa que perdieron las gallinas”, cantaban a viva voz.

En el tiempo suplementario, la ansiedad comenzó a invadir a algunos hinchas que pedían a los jugadores que “pongan huevo”. Mientras los minutos pasaban, ningún equipo se hacía ni ancho ni vertical en el terreno de juego. Cuando todo hacía notar que la definición se daría por penales otra vez – o “a lo Boca”, como suelen describir propios y ajenos – llegó la trompada del nocaut. John Kennedy convirtió para Fluminense y el marcador pasó a estar 2 a 1. Los semblantes enmudecieron y otros protestaron contra Almirón.

A pesar de estar contra las cuerdas, el aliento se mantuvo presente, pero sin el mismo vigor que tuvo durante toda la tarde. El momento que nunca hubiesen querido se hizo presente: el final del partido. Para muchos un desconsuelo insospechado, otros aplaudieron a su equipo por haber llegado hasta ahí. Una mujer abrazó fuerte a su hijo y ambos lloraron hasta que un hombre que vendía gorros y banderas de Boca se acercó a calmarlos. “Ya está, el fútbol es así. Se gana y se pierde”.

Con esta derrota, el Xeneixe suma una tercera final en la que queda con las manos vacías y muchos ya se animan a hablar de “la maldición de la séptima”.