Transcurridas dos semanas desde el impacto por la victoria electoral del oficialismo, en un aspecto se observa mayor calma y excitación a la vez. Es la seguridad de que el partido no está liquidado, ni muchísimo menos.
Como era lógico, al principio hubo entre los ganadores una sensación triunfalista que pareció definitiva (Sergio Massa les dijo a sus colaboradores que correrá de la campaña a quien se muestre de esa forma). Y la oposición se sumergió en una ristra de yerros autoinfligidos, que continúan y que no dejan de generar asombro.
Sin embargo, y aunque la política acostumbra quedar lejos de rígidos cálculos matemáticos, hay unas cuentas ya producidas que insisten en llamar a la moderación de un lado y del otro. Pero más aún en el peronismo. No es lo que advierten las encuestas, para quienes se apuran en adjudicarles equivocaciones intencionadas que, desde ya, puede haber. Es, simplemente, lo que surge de las votaciones efectuadas.
Si es por Massa y Axel Kicillof, son meritorios principalísimos de una recuperación que quemó todos los manuales respecto de circunstancias como las que atravesaron y siguen sufriendo. Incluso, puede dárseles el hándicap de obviar ciertos números muy feos de la economía macro y de la cotidiana. Por caso, hay que buscar con lupa algún antecedente de oficialismos triunfantes después de la pandemia.
Y si es por Javier Milei, quien ni esperó de la noche a la mañana para mudarse de incendiar todo a plegarse a la casta, semejaría que esa actitud desvergonzada no tiene retorno. Mauricio Macri, su sponsor ahora desinhibido, al fin de cuentas es o sería un collar de melones que —precisamente por eso— no pudo presentarse en su momento como candidato unificado de la derecha. Pero, suma prevención: para el re-entusiasmado voto anti K, en una opción de balotaje y créase o no, Macri podría brindar imagen de “racionalidad” frente los dislates de su vector.
A Milei está partiéndosele su “frente” de voluntades sueltas, que apenas estaban atadas por eslóganes de rigor cero. Desapareció Ramiro Marra, que en la práctica era su vocero exclusivo o más relevante. Lo reemplazó provisoriamente Diana Mondino, con sus ¿humoradas? acerca de lo fantástico que sería un mercado de órganos humanos, la equiparación del matrimonio igualitario con el gusto por los piojos y la conveniencia de que la gente se haga sus propias cloacas. Ya nadie asume ese papel de vocería porque es Macri quien copó el sentido de una nueva fuerza ultra, apartada del extinguido Juntos por el Cambio. Pero, a la par y como buen cínico que tira la piedra y esconde la mano, Macri se remite a ofrecerse como el sintetizador conceptual de campaña. Hasta ahí. No es un obrero de lo que propone.
Perdido por perdido y muy asustado ante su suerte judicial, si le sale bien aspira a erigirse como el gran estratega y protegerá sus negocios (que de eso se trata, al fin y al cabo). Y si le sale mal tendrá vacaciones eternas como representante de la FIFA, en algún destino exterior que también resulte a salvo de persecuciones populistas. Recursos es lo que le sobra.
A Milei se le van diputados electos, que de por sí ya no alcanzaban para constituir un bloque homogéneo y por los que, cuando asuman, nadie da un centavo en la apuesta de que no se desperdiguen. Se le van referentes económicos, como Carlos Rodríguez y Darío Epstein (el primero, inclusive, llegó a confesar que le prohíben hacer declaraciones). Se le van adherentes de orden municipal. Se le van gobernadores del Pro. Se le van los radicales de presencia más reconocida. Se le van, unidos por el espanto y no justamente por simpatías hacia Massa o el peronismo, firmas destacadas del ámbito cultural e intelectual.
Y van desembarcando, a hurtadillas, con el abrazo del oso macrista para proveerle a Milei los fiscales que no le aportó Luis Barrionuevo y los cuadros de que carece por completo, figuras como Federico Sturzenegger. Presidente del Banco Central en la gestión de Macri, les pone los pelos de punta a los economistas “libertarios” que, con su razón, lo acusan de ser el creador del corralito y de la bomba de las Leliq que en épocas macristas se llamaban Lebac.
Lo dice Clarín, no La Izquierda Diario.
Y lo dicen, asimismo, nombres mediáticos de la militancia opositora de quienes basta con registrar sus gestos, sus voces, sus oraciones bajoneadas.
Descripto así lo que sucede, el oficialismo tiene con qué sentirse más o menos optimista. Pero, volviendo a las cifras “objetivas”, ese sentimiento se achica.
Aquí se reiteró una cuenta que reside en los números de la inclinación al cambio. La subrayan columnistas de derecha que ni comen vidrio ni dejan de esperanzarse. Y, asimismo, algunos consultores y analistas que adscriben al oficialismo. O al rechazo a la posibilidad estrafalaria de Milei presidente.
Si el personaje conservara su porcentual de 30; si Bullrich le retuviera lo que puede considerarse su núcleo duro (el casi 17 por ciento de las Primarias, sin sumarle un solo voto del 11 de Larreta); y si el cordobesismo furiosamente anti K les agregara, apenas, cerca de la mitad de su porcentaje, como piso estaríamos hablando de un empate en caso de que Massa logre su otra hazaña de sumar unos 2 millones de votos.
Entran, después, las especulaciones a que dan lugar unas cuantas alternativas
Por ejemplo, es posible que el debate del próximo domingo sí tenga una influencia marcada y hasta terminante (como pudo haberlo tenido, en arrastre de lo que ya venía, el papelón de Bullrich en el primero de los dos anteriores).
Por ejemplo, no se sabe si al oficialismo le caerán, con efecto determinante, escapes de tortuga como la falta de nafta.
Por ejemplo, no se sabe si acaso incidirá que el exGuasón y compañía persistan en una campaña sin rumbo fijo, de contradicciones permanentes, percudiéndose entre sí en torno a sus propuestas de economía. ¿Alguien sabe qué fue de la vida de la dolarización, ya que estamos con los ejemplos?
Una síntesis quizás apresurada, quizás certera, diría que la gran tensión argentina desde hace tantas décadas —la familia peronista y la antiperonista— tendrá una instancia parecida en cuanto a cómo se ordenará lo electoral.
Eso significa una base para acá y otra para allá, con lo que se llama “los fluctuantes” decidiendo en una dirección o en la inversa. La novedad es que hay un actor históricamente desconocido, Milei, de cuyos simpatizantes, fanáticos, pragmáticos y dudosos es impredecible cómo jugarán en cuál proporción. También quizás, asoma más probable una merma en los votos propios de Milei —ahora desperfilado en sus saques— que un quiebre en los de Bullrich capaces de fugar al blanco o la abstención.
¿Contará el gorilismo a ultranza, para usarlo de conductor aunque el personaje despierte repulsa en la misma derecha? ¿Contará que los jóvenes y no tanto, tendientes a la frivolidad de la motosierra, estarán deprimidos porque su loco ahora es casta?
No se sabe, para ya cansar con la incertidumbre.
Lo más factible sería que el laudo (ahora sí) concluyente ocurra en los últimos 3 ó 4 días previos al domingo 19 de este mes. Ya aconteció en las PASO y en las presidenciales. Fue ahí cuando se volcó un grueso vacilante, primero a Milei y después a Massa.
La cosa ya transcurre por quien cometa la menor cantidad de errores, antes que por sus méritos.
Casi seguramente, si no incurre en grandes pifies como la falta de combustible, si no se achancha y si gana el debate con claridad, Massa crecerá sobre su propia remontada de la primera vuelta. Pero habrá que ver si le alcanza, frente a la mayoritariamente demostrada vocación de cambio.
Esto es voto por voto.
Ganará quien sepa ejecutar mejor ir por cada uno de ellos.