Había una vez un mundo paralelo. Un mundo que se asemeja bastante a nuestro pasado reciente pero en el cual las parejas tienen la posibilidad de atravesar un pequeño y doloroso test para certificar que ambos están enamorados. Apenas un tironcito con una pinza, una uña de cada partenaire arrancada de raíz, unos segundos en un aparato muy similar a un microondas y… voilá: la certeza científica de que están hechos el uno para el otro o, por el contrario, que el anhelado final feliz está destinado al fracaso. Un 100% garantiza la felicidad absoluta; si el resultado roza el 50% uno de los dos no está realmente enamorado y la pasión o la obsesión les han jugado una mala pasada; un 0% implica el desengaño total y, posiblemente, el comienzo del fin. 

En el segundo largometraje del griego Christos Nikou luego de Apples (2020), y su primera película en idioma inglés, la irlandesa Jessie Buckley interpreta a Anna, una joven que decide emplearse en un instituto dedicado a esos menesteres, empresa comandada por uno de los responsables de crear la tecnología años antes (Luke Wilson). Completan el reparto de Ámame hasta con las uñas (Fingernails es el título original) Jeremy Allen White, el protagonista de la exitosa serie El oso, como Ryan, la pareja cien por ciento garantizada de Anna, y Riz Ahmed (El sonido del metal, The Night of) como el técnico del instituto encargado de la manipulación y control de calidad del test.

Anna ha comenzado a dudar un poco (apenas un poco) de sus sentimientos hacia Ryan, aunque el resultado del test que tomaron años atrás no deja lugar a dudas. Desde luego –y ahí late el corazón de la trama– el contacto permanente con su nuevo compañero de trabajo señala la posibilidad de que algo haya cambiado en su interior. De esa manera, Ámame hasta con las uñas, que ya está disponible en la plataforma Apple TV+ sin pasar previamente por las salas de cine, mezcla las aguas de la ciencia ficción minimalista con algunos de los signos centrales de la comedia romántica, aunque con una mirada alejada de los lugares comunes. “Es una idea que se me cruzó por la cabeza años atrás, pensando en la pregunta de qué es el amor y por qué parece más difícil encontrarlo en estos tiempos”. 

Amame hasta con las uñas

Christos Nikou (Atenas, 1984), que estrenó su nuevo largometraje en el Festival de Telluride y luego participó de la sección oficial competitiva del Festival de San Sebastián, conversó con un puñado de periodistas internacionales en una charla virtual de la cual participó Página/12. “La gente usa muchísimo la tecnología hoy en día, y los dedos y las uñas, por supuesto, se utilizan todo el tiempo para pasar la pantalla de derecha a izquierda, de abajo hacia arriba, en las pequeñas pantallas de los teléfonos. Y muchas veces ese movimiento está ligado a la búsqueda del amor online, ya sea a través de aplicaciones de citas o simplemente gracias al uso del chat. Por supuesto, ese fue apenas el punto de partida”.

-El desarrollo de la historia en la película terminada incluye varios elementos de la comedia romántica, incluso algunos de sus clichés. ¿Eso fue algo que siempre estuvo presente o fue desarrollándose mientras escribía el guion junto a sus colegas Sam Steiner y Stavros Raptis?

-Queríamos jugar un poco con los estereotipos alrededor del concepto del amor, cómo la gente lo experimenta. Todos esos lugares comunes, como la idea de que la lluvia ayuda al amor romántico. Cosas un poco tontas. Por eso incluimos la escena en la cual las parejas se huelen mutuamente estando a ciegas. Convivís todo el tiempo con alguien pero, ¿sabés cómo huele? ¿Podrías reconocer a esa persona por el olor? La idea era jugar con esas cosas, por lo tanto siempre formaron parte del guion. También estuvieron presentes desde el inicio el instituto y las tareas que allí se llevan a cabo, pero lo que sí nos llevó algo de tiempo resolver era cómo sería finalmente el test científico que demuestra que hay un match, una coincidencia, entre dos miembros de una pareja, y a partir de allí expedir un certificado. Fue algo difícil llegar a la solución de las uñas.

-Mucha gente que vio la película en sus primeras proyecciones en los festivales de Telluride y Toronto sintió que el proceso era un poco violento, considerando que la historia gira alrededor del amor y las relaciones románticas. ¿Cómo se llegó a esa instancia, a la idea de arrancar una uña para probar que alguien está enamorado?

-La idea era hallar algo que emparentara el dolor físico con los dolores del amor, que fueran algo equiparable. Al principio pensamos en que podía ser algo que se quitara del corazón, pero luego, como dije antes, surgió esa idea de los dedos como elemento central en la búsqueda de amor en estos tiempos. Nuestros teléfonos celulares son extensiones de nuestros dedos, en cierto sentido, y las uñas protegen los dedos. Por lo tanto, cuando una uña es extirpada, nos sentimos más vulnerables. Como en el amor. La carne, el interior, queda expuesto. Después encontramos algunos hechos científicos, como el hecho de que en ciertas enfermedades del corazón aparecen manchas blancas en las uñas. Además, hay una costumbre o superstición tradicional brasileña que afirma que la cantidad de manchas blancas en las uñas indican cuántas veces te vas a enamorar en la vida. Todas esas ideas determinaron la forma algo violenta del test.

-En más de un sentido, Ámame hasta con las uñas es una película de ciencia ficción, pero no vemos computadoras, autos modernos ni otros elementos que podrían indicarnos un presente paralelo o un futuro cercano. ¿Cómo se decidió esa idea de un tiempo impreciso, que podría ser algún momento de los años 80 o 90?

-Intentamos crear un universo que se sintiera poco específico. Hubiera sido más sencillo hacer una película en la cual la gente estuviera todo el tiempo con el teléfono en la mano y hacer así un comentario sobre el uso de la tecnología. Pero creo que es más poderoso hacer un comentario sobre la tecnología cuando esta está ausente. El único elemento tecnológico es precisamente esa máquina con la que se hacen los tests para encontrar a la pareja ideal. Para mí esa máquina simboliza toda la tecnología actual. La historia podría transcurrir en los años 70, los 80 o los 90. La última referencia en el film es Un lugar llamado Notting Hill, que se estrenó en 1998, y el chiste es pensar que Hugh Grant es el único tipo en el mundo que sabe realmente qué es el amor, porque en sus películas siempre se enamora. Pero definitivamente utilizamos elementos de un mundo en el que la tecnología no estaba tan presente como hoy.

-¿Cómo es su relación con la tecnología, en particular con las inteligencias artificiales, que es algo que parece penetrar nuestra vida cotidiana cada vez más?

-La verdad es que no soy fan de las IA. Nunca le pedí nada a Siri, por ejemplo. Es algo que me asusta, para ser sincero. Leo que hay gente que está comenzando a escribir guiones con la ayuda de una inteligencia artificial. ¿Cómo es posible que estemos conectando tanto nuestras vidas a algo que no tiene una mente real, que no es humana? Soy un tipo algo anticuado, todavía tengo mi iPhone modelo 2017. Soy de la idea de que no hay que correr tan rápido. La vida es hermosa, disfrutemos de los seres humanos que tenemos a nuestro lado.

-El rodaje fue realizado en 35mm y eso le aporta a la imagen una textura particular. Es una decisión técnica pero al mismo tiempo artística. Incluso decidieron dejar algunas de las marcas típicas del fílmico en la imagen, las imperfecciones, en lugar de “limpiar” en la posproducción.

-Cuando comenzamos a conversar con la gente del departamento técnico de Apple lo primero que nos dijeron era justamente eso: que debían limpiar la imagen. ¿Pero por qué? Eso es lo mágico de rodar en celuloide: tenés todos esos ligeros rasguños y marcas. No es perfecto, pero precisamente así es la vida. La textura del fílmico es algo que el cine necesita. Nuestra generación se crió viendo películas que fueron rodadas en fílmico. Hoy en día todo es tan afilado, tan digital, tan limpio que me da la impresión de que todo el mundo quiere crear algo perfecto, pero es algo que no compro. No me gusta. La idea en Ámame hasta con las uñas era crear un mundo analógico, una película que se viera como si hubiese sido filmada en los 90.

-¿Cómo fue que se sumó Cate Blanchett al proyecto? Ella no participa como actriz pero es una de las principales productoras.

-Fue algo muy sencillo y maravilloso. Ella estaba en el Festival de Venecia y allí vio mi primera película, Apples. Al día siguiente recibí un mensaje: quería desayunar y conversar conmigo. Bueno, por supuesto fui, y descubrimos que compartíamos la misma pasión por el cine. Ella prometió sumarse al proyecto de mi siguiente película, así de sencillo. Cate es una actriz estupenda, pero por sobre todas las cosas es una persona muy inteligente. Su instinto es estupendo y eso es lo mejor que nos podía pasar.

-¿Y qué puede decir respecto del reparto, que incluye a tres de las figuras más relevantes del cine y la televisión actuales?

-Realmente fui muy afortunado, porque son todos extraordinarios. Pero lo que realmente me importa es trabajar con buenas personas, y ese fue el caso. Fue muy sencillo trabajar con ellos y encontraron de inmediato el tono perfecto que la historia necesitaba. Jessie Buckley y Riz Ahmed ya estaban en el reparto, pero Jeremy Allen White fue el último en sumarse. Y fue algo complejo, porque necesitábamos de alguien que fuera tan fuerte como Riz, que ocupara un lugar en la pantalla igualmente importante. Al ver El oso me di cuenta de que era él, que solamente podía ser él. Por suerte nos dio el sí de inmediato.