La Constitución Nacional no prescribe análisis de salud mental a ningún funcionario, y menos a los Presidentes de la República. Lo que es una falencia importante –que en una próxima Reforma habrá que salvar– porque primeros mandatarios los hubo de toda calaña, civiles y militares, pero nunca alguien tan severamente falto de equilibrio en sus expresiones como un candidato de este turno electoral, cuya postulación y campaña las hizo en base a propuestas heterodoxas y en ocasiones extravagantes que podrían comprometer el futuro de nuestra democracia.
Por eso, y sobre todo porque faltan muy pocos días para las urnas, quizás sea hora de redactar estas líneas a modo de manifiesto democrático que posible o seguramente firmarían millones de compatriotas. Y propuesta ésta que quizás inspiraría un sano pronunciamiento de la civilidad, en aras de movilizar a las masas políticas democráticas, como también podría inspirar a que se expresaran algunos organismos o colectivos del campo de la salud, asociaciones de psicólogos o psiquiatras, y las federaciones médicas en general.
Lo cierto y evidente es que el pueblo argentino está ahora mismo amenazado por la insólita, inesperada y aluvional popularidad de una persona que “habla” con sus perros, y dice tener 4 que en cierto modo lo “asesoran”. Un hombre que además es partidario del libre comercio de órganos humanos y, entre otros exabruptos y a los gritos, proclama su intención de "eliminar" el Banco Central. Y sujeto que a la vez adelanta, en discursos de combate, que convocará a economistas que ya fracasaron en las últimas décadas. Y por si fuera poco parece consentir otra posible decisión autoritaria y cipaya, ésta ofensiva para la memoria histórica que el pueblo argentino guarda hacia los centenares de jóvenes inmolados en las Islas Malvinas cuando otro presidente, además beodo sin remedio, llevó a la Argentina a una guerra cuyo ominoso final nos condenó a ceder las Malvinas y prácticamente todo el Atlántico Sur.
Es éste un hombre de potente histrionismo, que se expresa en todo o casi todo –al menos lo que se ve en la tele o publican los diarios– con afectación o exageración propia de un actor teatral, lo que en sí no tiene nada de malo. Pero sí puede ser peligroso cuando además afirma públicamente que “habla” con seres superiores que le dictan conductas desde algún más allá que sólo él cree conocer, y que no tiene, ni muestra ni reconoce, más familia que una hermana a la que llama "El Jefe", en masculino, y de quien se ignoran conductas o méritos. Igual misterio rodea a sus progenitores, de quienes en apariencia está alejado y no suele hablar.
Además, y a juzgar por informes periodísticos y apariciones televisivas, este candidato presidencial –que suele expresarse con afectación e histrionismo propios de un actor teatral– en más de una ocasión se ha desencajado. Entonces grita y amenaza si se lo contraría, y verdaderamente es impactante verlo en ese estado.
Claro que también ha sabido morigerarse –obvia estrategia electorera– como cuando fue presentado en apariencia de fingir amor por una actriz de la que es dable pensar que fue contratada para que el candidato "tenga pareja" y alguna “normalidad”. Al menos eso pareció pretenderse durante su presentación en un desgastado programa geriátrico televisivo.
Sin dudas excede a este columnista definir qué es una persona “normal”, cuyo antónimo, en el variado lenguaje del vulgo argentino, sería mucho menos complejo y poco complaciente: audaz, insensato, desequilibrado o inmaduro (por lo menos). Todo lo cual parecería caberle al dedillo –en el imprevisible presente argentino– a semejante candidato a quien el imaginativo y muchas veces agudo lenguaje popular podría definir con gracia pero sin rigor médico.
Lo cierto es que en estas horas pre-comiciales este personaje sigue siendo materia de intensos análisis y debates entre profesionales tanto de la política como del periodismo televisivo y de la farándula. Y sobre todo, si se hace caso del siempre frívolo mundillo porteño, también esta figura importa y es tratada en mafiosos ambientes políticos capitalinos como el muñeco alrededor del cual se tejen y destejen alianzas y rupturas siempre difusas y luego negadas, pero sólo porque de esa manera las exageraciones y falsedades se disimulan y desmienten como por arte de magia. Que es lo que son.
Mientras tanto, en el modesto imaginario de millones de compatriotas cabe la muy seria posibilidad de que este candidato llegue a ser presidente de esta nación, lo que podría habilitar a pensar a priori que cierto grado de locura, al instalarse en la Casa Rosada, habrá alcanzado también a millones de votantes.
Ante perspectiva tan disolvente como la que podría avecinarse, no parecería sano permanecer en un silencio que de ninguna manera sería saludable. Y cuando hay en todo el país por lo menos 30 o más organismos o federaciones de profesionales de la salud, sería de esperar que no permanezcan en silencio. Es la salud de casi 50 millones de compatriotas lo que estaría en juego.
Si cualesquiera de esos trastornos mentales y/o espirituales se caracterizan por ciertas desconexiones de la realidad, aquí hay un caso. Si la psicosis puede ser el resultado de un trastorno psiquiátrico, como la esquizofrenia, aquí puede haber otro. Y si se trata de desquicios mentales ocasionados por trastornos de salud, medicamentos o consumo de drogas, también se requeriría urgente atención.
Los síntomas posibles en casos como el de marras –tomado esto de enciclopedias y diccionarios– serían delirios, alucinaciones, hablar incoherente y/o nerviosismo explosivo. La persona con tal tipo de trastornos, obviamente no suele ser consciente de su comportamiento. Los tratamientos, queda claro, incluyen medicamentos, terapias conversacionales y mucho tiempo. Por lo menos.
Lo muy preocupante, a juicio de esta columna, es que casi nadie habla de esto. Ni en la política ni en el periodismo. O al menos no se expresan públicamente ni facultativos ni asociaciones profesionales. Y mucho menos las castas políticas. Lo que es por lo menos extraño, si no peligroso.
Desde luego que no quiere esta columna ser alarmista, pero sí confiesa íntima inquietud. Algo así como esa misma alarma contenida que observa en innumerables compatriotas, y en conversaciones y actos en los que siempre aparecen –como peligro inminente o al menos como riesgo cierto– algunas expresiones desproporcionadas del candidato aludido, así como la improvisación estentórea y sin fundamentos de futuras decisiones políticas que de tomarse afectarán, sin ninguna duda, a 50 millones de personas de todas las edades, de todas las profesiones, de todos los conglomerados humanos.
La conducta de este candidato, su verborragia y sus provocaciones –todo sea dicho–no son asuntos para observarlos con neutralidad, y menos con frío desinterés.
A menos que todo obedezca y se reduzca, tangueramente, a locuras juveniles y la falta de consejos.