Siempre que llovió, paró, reza el viejo refrán. Y eso es literalmente lo que ocurrió en la ciudad costera durante las primeras jornadas del 38° Festival Internacional de Mar del Plata. Claro que ni la lluvia ni el sol rebotando a pleno en la arena de la playa Bristol impidió que el público se agolpara en la sala mayor del Teatro Auditorium: es sabido que al cinéfilo de ley lo llama más el confort de la sala oscura frente a la pantalla que cualquier contingencia o regalo meteorológico.
Dos nuevos largometrajes, ambos en calidad de estreno mundial –es decir, que nunca habían tenido previamente una proyección pública en ningún lugar del mundo– se sumaron a los tres títulos ya ofrecidos en días anteriores en la Competencia Internacional del encuentro cinematográfico. Dos títulos rozagantes llegados de las tierras de Miguel de Unamuno, Dante Alighieri, Octavio Paz y Fernando Pessoa, que no podían resultar más diversos en cuanto a sus ofertas narrativas y formales. Por un lado, la coproducción entre Italia, España y México Animal/Humano, ópera prima del realizador Alessandro Pugno que transcurre en el mundo de la tauromaquia. Por el otro, el film del luso Pablo Abreu que traslada al formato cinematográfico una de las obras teatrales más idiosincráticas y rupturistas de fines del siglo XIX.
La referencia a esos cuatro grandes de la literatura universal viene a cuento de una de las influencias mayores de la obra Ubú Rey, creada por el dramaturgo francés Alfred Jarry en 1896. No hace falta ser un especialista en la obra de Shakespeare para caer en la cuenta de que Macbeth es una de sus inspiraciones más evidentes, aunque en las manos de Jarry las excrecencias y abusos de poder, las intrigas y traiciones palaciegas, el horror de la guerra y otras cuestiones que han acompañado la historia del ser humano a lo largo de los siglos adquieren dimensiones grotescas, por momentos surrealistas. No casualmente, más de un historiador del arte teatral reconoce a Ubú Rey como un prolegómeno del Teatro del Absurdo que llegaría bien entrado el siglo XX. Ubu traslada la pieza original al medio cinematográfico con un pie en la fidelidad y otro en la experimentación, como lo habían hecho antes con la obra del gran bardo inglés cineastas de la talla de Orson Welles o, más recientemente, Joel Coen.
En un blanco y negro de contrastes afilados que utiliza el rodaje en locaciones para transformar las paredes, recintos y campos reales en perfectas escenografías, las criaturas que habitan el relato comienzan su derrotero con una simple discusión marital. Es que la mujer de Ubu, exrey de Aragón que habita “en una Polonia que es al mismo tiempo sinónimo de ninguna parte”, como afirma la placa al comienzo de la proyección, convence a su marido de asesinar al rey Venceslao. Luego de la traición, el derrocamiento y la matanza comienza un camino de corrupciones, autoritarismos y violencias sistémicas que derivan finalmente en la guerra.
El realizador Paulo Abreu viene del cine experimental más rabioso y, si bien Ubu está más cerca de una narración narrativa convencional, el juego especular entre realidad y representación, tragedia y parodia, está presente en cada una de las escenas. Los actores recitan las líneas de diálogo con justeza respecto del texto seminal, pero al mismo tiempo son conscientes del artificio que los rodea, que llega a incluir un batallón de soldados cuyo rostro es exactamente el mismo, como si un ejército de clones del futuro hubiera invadido el medioevo. No se trata, en ningún sentido, de un hueso fácil de roer, en parte por su cualidad histriónica, alejada de cualquier atisbo de naturalismo. Pero esa es precisamente la intención de Abreu, abrir el juego a los efectos de la farsa más desembozada, que por elevación parece señalar en una dirección unívoca: el monarca Papá Ubú es el antepasado de muchos gobernantes contemporáneos y sus miserias.
El de Alessandro Pugno es un animal de otra raza. Con el fuerte compromiso de asimilar las experiencias de vida y muerte humanas con las de los animales, el film marca de entrada el paralelismo entre Matteo, un joven italiano con ansias de convertirse en torero, y Fandango, un ternero y luego novillo destinado –por elección humana, por haber nacido en un criadero de toros de competición– a enfrentarse en la arena a un joven toreador en su corrida debut. Entre otros personajes que habitan tanto en la escuela de toreros como en el criadero, se destaca un joven mexicano de la misma edad de Matteo, descendiente de una familia de orgullosos matadores que no parece demasiado feliz de ser el receptor de esa herencia con forma de maldición. Entre prácticas con la capa y conversaciones íntimas entre los muchachos, Pugno entrelaza el crecimiento de Fandango, que es elegido por el capataz a pesar de su falta de alcurnia como animal destinado al sacrificio.
Lo mejor de Animal/Humano son sus segmentos documentales o semi documentales, en los cuales la cámara logra registrar con precisa concentración los rituales centenarios ligados a un deporte que, ante la presión creciente de los defensores de los derechos animales, parece destinado a extinguirse en un futuro no muy lejano. En cambio, las instancias de ficción pura y dura entregan en partes iguales situaciones atinadas con otras que parecen destinadas al golpe debajo de la cintura (la escena en la cual el niño Matteo simula los movimientos de un torero mientras su madre enferma permanece fuera de campo resulta un buen ejemplo).
* Ubu se exhibe el lunes 6 a las 15:30 en Teatro Auditorium.
* Animal/Humano se exhibe el lunes 6 a las 16:50 en Paseo Aldrey 2.