¡Cómo podemos soñar con Polaris o la luna 23 de Júpiter si ya no nos queda ni el 144 rojo! Por las noches, en la gran ciudad sólo se ven las luces azules de los patrulleros policiales. Un oxímoron: patrullero inteligente. Son luces que destellan. Estridentes en el vacío. Cada vez más luces azules y cada vez más delito. ¿Qué cantidad de policía puede detener a quinientas mil personas bajo la línea de pobreza en una ciudad donde es más fácil conseguir droga que una caja de leche? Pasada la medianoche las luces azules son casi lo único que circula. En ese silencio solo se escucha el rap 9 milímetros por un bunker cada vez más chico. A las doce, puntualmente, como un reloj suizo, las bombas de estruendo avisan que llegó la droga a la U de la calle Necochea. Festejos y funerales mariachis. Los soldaditos ya tienen 13 o 14 años, duran apenas una semana, una ryder 250 cc. limada de ponchos, y veinte mil pesos por día. Rubencito mata a Tico, Lucho mata a Rubén, Lucas mata a Lucho, Milton mata a Lucas, Owen mata a Milton, el Chuky mata a Owen, el Tyson mata a el Chuky, la Shaki mata a Tyson, la Colo mata a la Shaki, Jairo mata a la Colo, Popeye mata a Jairo, el Quemadito mata a Popeye, el Quemado mata al Quemadito, el Ojudo mata al Quemado y Brian los mata a todos. Cuando lo detienen, le dice al sumariante: --¡No sabés cómo me gusta matar! Tiene 18 años. Tercera generación de narcos de Rosario. Al sumariante le sale una buena, es justo reconocerlo, dice: la película se llama “Rescatando al soldadito Brian”.

Para la gente común la sensación es la misma que tenían nuestros ancestros en el Cretácico: cada noche conseguían volver sanos, salvos y exhaustos a la cueva y veían que la cría estaba a salvo. Mirando la magia del fuego, celebraban que al menos por ese día el Tiranosaurio no había devorado a ninguno, aunque toda la noche se escuchaban aullidos afuera.

Hace 10 días pasaron robando todos los medidores de agua, el mes pasado, los de gas, todo el tiempo la ropa de las terrazas y los punguistas en el chino. El último robo en el súper parecía el cuento de Calvino: unos niños robando cajas de chocolate, devorándolas desesperados mientras las escruchaban. Y sin embargo, por todas partes se ven las luces azules, pero el crimen no cede, balaceras, extorsiones, arrebatos, robos, homicidios y algo simbólico, hace unos días, dos docentes, profesores, uno de química y otro de educación física, mataron a piedrazos a una chica que iba en su moto festejando con su novio que Central le había ganado a Ñubel. Me vienen dos flashes, uno, de hace 40 años, cuando tomaba el 144 a las seis de la mañana para ir al Juzgado de Instrucción Segunda donde trabajaba. Teníamos 700 delitos por año y en las noches, las únicas luces azules eran las estrellas. En el otro flash, la peli “Cielo de medianoche”, donde queda un hombre solo en el mundo, George Clooney y el fantasma de una niña, un hombre solo en la nieve tiene que salvar a la humanidad desde una estación espacial pero se le están agotando las baterías, y la sangre, carcomido por la leucemia.

Por momentos pareciera que el afán de Poe se ha cumplido: caminar de noche por una gran ciudad sin gente, el hombre solo en la multitud y las luces azules. Pero no son estrellas, son patrulleros policiales impotentes, erráticos, como una IA o un chatbot de la seguridad. Cámaras, cámaras, cámaras. Cine. Mientras tanto se escucha el tambor del contenedor de la basura, es el único ruido que hay en el barrio por la noche. El tambor del hambre. Una melodía siniestra, es la tapa de la caja de residuos que se levanta y baja en busca de un raspadito de cortezas de pan vencido. El burlete del contenedor hace de parche legüero. No deja de sonar su batuque toda la noche. A su manera, los que lo visitan, aúllan, porque no queda nada. Se escapa algún gemido, alguien se autoinflinge un golpe o un arañazo de pena o dolor. Alrededor de los containers suele haber restos de sangre. Hay peleas a cuchillo o chuzas por un mendrugo.

 

Hay como un toque de queda implícito. Nadie lo ha declarado, pero ahí está, las luces azules son una orden tácita de que va siendo la hora en que empieza a crecer el silencio: el silencio universal del miedo (Luis Rosales). Alrededor de medianoche ya está mudo el barrio, es la inminencia de los crímenes de la calle Morgue. ¿Será un gorila que ha escapado del circo y asesina a los desprevenidos? Debe ser un gorila, dice otro gorila, o esa clase de bárbaros Atilas de los arrabales, mayormente de las provincias o extranjeros pobres, dice la gorila madre que almuerza atendida por sirvientes y seis cubiertos. La casa se incendia y la abuela se peina. Cuanto más peor, mejor… parece el momento justo para que llegue un ceo mesías o un ángel exterminador y le ponga tarifa a las luces azules de las últimas estrellas.