Se terminó el recreo popular. La ultraderecha -fagocitada por la derecha- suma puntos. Al menos según las encuestas por las que nos guiamos a pesar de sus fracasos. Pero no son las únicas que están alertando sobre una posible derrota de Sergio Massa. El maridaje entre derecha y ultraderecha es virulento y violento. No obstante, como una serpiente hipnótica en la plaza de Marrakech, fascina a ciertas personas. Hay quienes equiparan “nuevo” con “bueno”, o espejitos de colores con diamantes.
La lógica del sentido común también palpita una posible derrota de UxP. Si al comenzar la contienda electoral se dio un enfrentamiento de tercios y dos de ellos se unieron, la conclusión de manual es que ganará la alianza entre dos de esos tercios. Al menos es la estrategia que pensó para jugar su deseado segundo tiempo el expresidente Mauricio Macri, titiritero, domador de patos y castrador de leones.
Pero en el mundo concreto las cosas no son tan prístinas como en las ciencias formales o en los imaginarios megalómanos. La vida es turbulenta y se da sus propias leyes, nos enfrenta a situaciones conflictivas. También nos brinda elementos para combatirlas o al menos intentarlo. Podrán sumar las partes, pero eso no da el todo. Ninguna candidata ni candidato posee título de propiedad sobre los sufragios.
Se votan ideas, partidos, movimientos, proyectos, eventualmente se votan personas, pero no hay certezas sobre los sufragios futuros. Es indiscutible que se vota también coherencia, materia reprobada antes del balotaje tanto por JxC como por LLA. Es por esos desgarrones de los fascismos locales que el fulgor de la equidad social podría penetrar. “Los pájaros que cantaban / Al descanso del día / Comenzar de nuevo / Los oí decir / Olvidate de tu oferta perfecta / No puedo correr más / con esta multitud sin ley / Mientras los asesinos en lugares altos / digan sus oraciones en voz alta / Hay una grieta en todo / así es como entra la luz” (L. Cohen).
El 22 de octubre de 2023, al caer la tarde, un rayo justicialista hizo nido en las urnas y se conformó una zona de confort entre quienes consideramos que donde hay una necesidad hay un derecho. Pero hoy -a pocos días de la elección definitiva- la realidad es otra. Se impone un elogio del miedo productivo. Ese que no genera desesperanza ni pánico, al contrario, ese que estimula y fortalece las acciones militantes a favor de la soberanía nacional y la justicia social.
Porque el triunfalismo es mal consejero, produce relax tóxico, distiende las preocupaciones, baja las defensas y desaprovecha ocasiones de reforzar el apoyo a la contienda política que nos afecta. Al aflojar los controles se puede filtrar la derrota.
Las autocomplacencias entorpecen, impiden advertir el riesgo, lo subestima. El ejemplo reciente y contundente es el triunfalismo suicida de Milei. Venía tan embalado con su victoria en primera vuelta que no vio el precipicio. La caída lo descompensó y su flamante socio lo pulverizó
Más de medio siglo fatigando aulas -primero como alumna y luego como docente- me permiten afirmar que, antes de un examen, el miedo es positivo, siempre y cuando no sea paralizante. Potencia esfuerzos, discursos y prácticas fecundas sin pausa y sin tregua aumentando las chances de lograr objetivos. La confianza extrema, en cambio, facilita el bochazo.
Pero, ¿qué es el miedo? Una pasión triste. Positiva o negativa según las circunstancias. Es como el dolor, un signo, un llamado de atención sobre algo que va contra la vida o la entorpece. Produce sensaciones desagradables e intensas ante un peligro real o imaginario (que sea imaginario no impide sufrir por esa contingencia). Sin embargo, el miedo -cuando es fértil- mueve a la acción constructiva
Veamos dos ejemplos históricos de las desventuras del exitismo. Felipe II, que en la guerra anglo española aseguró que aniquilaría al enemigo, ordenó el armado oneroso y descomunal de una flota bélica que bautizó Armada Invencible. Ciento treinta y siete barcos sólidos, pesados, de aspecto terrorífico, sobrecargados de armas y de hombres. El triunfo estaba “garantizado”. El oponente no poseía algo semejante. Pero antes de llegar a territorio enemigo un huracán furioso causó el naufragio de buena parte de la armada. Los ingleses no necesitaron defenderse, a la Invencible la venció una tormenta.
La historia se repitió, pero sin comedia. En 1912, del puerto de Southampton partió el trasatlántico “más seguro” y lujoso del momento, Titanic. El suceso es súper conocido, pero hay un detalle revelador. A pesar de sus dimensiones opulentas, llevaba menos de la mitad de botes salvavidas de los que hubiese necesitado. Tan pronto como se desató la hecatombe, las autoridades mandaron loquear puertas y escotillas para impedir que las personas de las cubiertas inferiores se pudieran salvar. La obscenidad del exitismo y la soberbia oligarca.
El balotaje está preñado de agravantes para Massa, en lugar de confrontar con las ideas de un oponente deberá enfrentarse con las de tres: padre, hijo y espíritu santo. La santísima trinidad parida en la oscuridad -Macri, Milei y Bullrich- tres personas distintas y un solo dios verdadero: el capital.
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“El hombre es un lobo para el hombre” (Thomas Hobbes). Agresión originaria, pulsiones mortales, egoísmo exacerbado, exclusión de las personas diferentes y menosprecio de la democracia son valores de la oposición. Mondino comparando al matrimonio igualitario con suciedad y piojos. Potencias negativas, homofóbicas, misóginas, contrarias a les trabajadores, condescendiente con la explotación, agitadores de explosiones. ¿Lo contrario? la robustez de la descendencia peronista que se constituye desde pasiones alegres: solidaridad, creación de derechos, inclusión, goce, ¿y el miedo?, sí, pero no patológico, sino jovial y estimulante para luchar por la libertad. No la libertad de mercado. La libertad que conduce al equilibrio social, la independencia económica y la soberanía nacional. Sergio Massa le está poniendo el cuerpo, pero necesitará resistir las emboscadas de la oposición, contar con abundante militancia (propia y de indignados contra Macri-Milei) y que persista la mística originaria. Un desafío compartido con quienes, independientemente de su filiación partidaria, repudian los negacionismos fascistas.