Estuve loca muchas veces, aunque nunca me dieron el título. ¿Quién no ha sentido el miedo a la locura alguna vez? Demasiado intensas, desbordadas, afectadas: este es un camino seguro a la desacreditación. 

Nadie quiere estar loca, ni estar cerca de una brotada. Y no es deseable ninguna consecuencia que este mundo tiene para aquellas que se corren de lo normal. Eso las feministas lo sabemos bien. Unas locas que se quejaban demasiado alto y pensaban que su inferioridad biológica era opresión política, en momentos donde la normalidad para una feminidad era callarse la boca y portarse bien. ¿No es ese gesto desobediente el que desafía el camino esperado de la cordura como imperativo de género? ¿Acaso nuestra locura feminista?

Este año conocí a Judi Chamberlin (1944-2010). Activista estadounidense, feminista y superviviente de la psiquiatria. Autora del libro Por nuestra cuenta: alternativas al sistema de salud mental controladas por pacientes, publicado en 1978 y este año editado por primera vez en la Argentina por la editorial Coloquio de Perros. Libro fundante de los movimientos y activismos en salud mental en primera persona. 

Judi Chamberlin ensaya un acto de reapropiación del lugar estigmatizante al que queda relegado la locura, para hacer de la injuria un territorio de enunciación y resistencia política. Retomando los grupos de auto-conciencia feminista, piensa en grupos de concientización sobre los saberes propios que se elaboran en la llamada enfermedad mental. Este saber no puede quedar solo en manos de los profesionales de salud mental, porque en esa desapropiación se constituye la desacreditación y la desvalorización. Y se reproducen de esta manera los estereotipos negativos y los sistemas opresivos: el cuerdismo. 

Si lo que llaman locura es un conjunto de conductas y pensamientos que no encajan con las expectativas normales, ¿qué es la enfermedad mental? ¿Cómo se construye un paciente mental? ¿Qué significa y qué pasa cuando la gente se vuelve loca? ¿Con qué premisas funcionan los saberes profesionales?. "El sistema (de salud) estigmatiza y nos hace temer reconocer los problemas dentro de nosotros mismos". 

Imprudente. Ruidosa. Demasiado en silencio. Peligrosa. Incoherente. Exaltada. Sea como sea, se refiere a una existencia inadecuada. Loca, la que cambia los signos. Los mezcla, los esconde. Produce una nueva significación y la vomita. O implosiona como efecto de adecuación. En su manifestación está su dolor, su cansancio y su sufrimiento, pero también su potencialidad. La representación de la locura fue y es para Occidente el monstruo en el ropero, el terror de toda normalidad. De allí no se vuelve: leprosas, locas, brujas, aguafiestas, depresivas, bipolares. 

Los mismos lugares de exclusión y patologización a través de la historia. Existe una relación directa entre desafío y castigo, desobediencia y culpa, imprudencia y estigmatización, delirio e infelicidad. Nadie quiere ni causar ni estar en problemas. Nadie quiere ser causa de infelicidad propia o social. ¡Todas queremos estar cuerdas! Pero, ¿no es en nombre de la cordura que se producen las peores crueldades e injusticias, y se hacen los silencios civiles más grandes? ¿No hay acaso en la locura potencia de insubordinación y creatividad?

Nuestra locura feminista

El síntoma es un instrumento de lectura de situación, y no algo de lo que hay que avergonzarse. Más bien, en todo caso, es efecto doloroso de una vida injusta, un dolor que es necesario escuchar para cuidar. Como dice Chamberlin: “la creencia de que uno ha sido dañado puede coexistir con la creencia de que uno está enfermo, de que ese (mal) trato era de alguna manera merecido o justificado”. El dolor no sería así enfermedad, si no efecto de un mundo cruel. En la fuerza ambigua del desborde, el delirio y la alucinación se elaboran, como potencia y sufrimiento, un conjunto de saberes. 

Las conductas que desorientan y abren territorios desconocidos son señaladas como las conductas alocadas. Sin romantizar en absoluto el dolor y el peligro, pero ojo, tampoco estigmatizando su enunciación, lo que la normalidad llama locura contiene en su gesto la fuerza contestataria para que ciertos mandatos de cordura se pongan en cuestión.

Que ciertas problemáticas normalizadas se develen para poder ser escuchadas. Son nuestras propias fuerzas conservadoras las que muchas veces hacen de la capacidad delirante, un terror. Es el fascismo propio y social que se apropia de lo delirante y lo convierte en destrucción. Nuestra normalidad está en crisis. Y de esto está hecho también nuestra crisis en la salud mental. Quizás lo que dejamos a un lado señalado como lo loco, es lo que hay que ir a buscar para conjurar contra los modos reactivos y conservadores de la vida. 

Hay que confiar un poco en el delirio para expandir los bordes de lo posible. Hay que confiar en esa fuerza que interrumpe la cordura. Y para confiar hay que hacer agrupamientos, no estar solas, hacer manadas. La gente no se vuelve loca sin razón, dice la autora y devela la clave del problema. Huir del mandato de cordura como objetivo ideal de felicidad. Ese objetivo que exige la adaptación del cuerpo y las potencias, a costa de inhibición y malestar, a un mundo determinado. 

Huir para habilitar el lugar de las múltiples posibilidades. Y, en todo caso, producir una existencia con otrxs, que pueda ambiguamente relacionarse con los polos entre la cordura y el delirio, la normalidad y la locura que abre mundos. Nuestra locura feminista. De lo contrario, el fascismo, siempre el mismo, se apropia del desorden, de esa afectividad desbordante y necesaria para interrumpir la inercia repetitiva de nuestras vidas invivibles. Necesitamos la fuerza de la imaginación de nuestro lado, delirar lo impensado para crear otros mundos posibles. Porque sin esos otros mundos futuros a inventar, no hay mundos presentes para vivir.