La noche del 22 de octubre, cuando Milei salió al escenario, en ningún momento expresó que obtuvo un 7 por ciento menos de votos que Massa. El resultado, que sorprendió a propios y ajenos, no le habrá parecido que merecía una referencia. En cambio, con un discurso triunfalista, se dedicó a ostentar lo que LLA logró en dos años. Sin solución de continuidad, propuso hacer “tabula rasa” con sus rivales de hasta dos minutos antes (JxC) y los convocó a sumarse para el balotaje.
Al día siguiente, en TN le preguntaron qué autocrítica hacía y Milei volvió a referirse a los logros de su partido. Una vez más, no pudo admitir que en primera vuelta había perdido frente al candidato del oficialismo.
Hace unos días tuvo otra entrevista, con Esteban Trebucq, que fue masivamente comentada por la impresión que causaron las palabras y gestos de Milei. No fueron sus imprecaciones antiestatistas las que provocaron el impacto, sino su repentino enojo por presuntos “murmullos” del estudio, los llamativos movimientos de sus ojos y dedos, su estado de fascinación desconectada por la cantidad de likes que tuvo un meme publicado por él (un dibujo infantil de un león y un pato) y, también, la bizarra “metáfora” que aludía a que mientras otros ven una mujer por internet, él se mete entre las sábanas.
Mucho se dijo estos días sobre aquel murmullo, si efectivamente había ruido en el estudio o no: en el primer caso, el interrogante inquietante es cómo un sujeto que no puede soportar un ruido podría afrontar las exigencias del rol presidencial. En cambio, si no hubo tal ruido objetivo, la pregunta debería considerar otras variables de su subjetividad. No obstante, lo que sabemos es lo que afirmó el propio Milei en ese momento: el murmullo “me estaba matando” y “si yo le erro, después me destrozan”.
Loco o genio
En más de una ocasión, cuando algún periodista le preguntó por el mote de “loco”, Milei respondió que la diferencia entre un loco y un genio es el “éxito”, y alguna vez agregó: “después de las elecciones hablamos”.
Es decir, para el candidato de LLA, en estas elecciones parece jugarse algún meandro de su subjetividad, además de su proyecto político. Sin duda, en todo político que anhela ser electo intervienen aspiraciones personales y ambiciones de diverso tipo. En el caso de Javier Milei, según sus propias palabras, esta elección ratificaría si es un loco o un genio. “Loco”, aquí, no corresponde a un diagnóstico psicológico o psiquiátrico, sino que es el término utilizado por Milei, es el nombre que él le da al fracaso.
Milei no puede perder
Milei no puede perder no significa que obtendrá la mayoría de los votos, sino que él no puede admitir una derrota, tal como nos enseña la fábula del zorro y las uvas.
Si Milei cree que la cantidad de votos que consiga el 19 de noviembre determinará si es un loco o un genio, hay dos alternativas: que haga todo cuanto pueda para ganar o, si él creyera que el triunfo se le escapa de las manos, podría desistir de presentarse en las elecciones.
Este segundo camino, que por ahora es hipotético, parece contradecir la idea de que Milei no puede perder, ya que estaría dándose por derrotado. Objetivamente sí, no obstante, desde su singular perspectiva él podrá decir(se) que no perdió porque no se presentó, y culpar a quienes hace tiempo incluye en la lista de traidores.
Sin embargo, por el momento estamos en la primera alternativa. Inicialmente, Milei tuvo “éxito” con sus gritos e insultos, obtuvo rating y adeptos. Posteriormente, comprendió que para conseguir más adhesiones debía moderar sus agresiones y su volumen. Entonces, ya no dijo “zurdos de mierda” y el Papa dejó de ser el “representante del maligno”. Tiempo después, incluyó a Luis Barrionuevo entre sus filas y, finalmente, una vez que perdió en primera vuelta, hizo “tabula rasa”, convocó a JxC e, incluso, reconoció que los de la izquierda son los que más saben de temas sociales.
En suma, para seguir aspirando a ser un “genio”, para aventar la amenaza que significa ser el “loco”, Milei tuvo que admitir (incorporar) todo aquello que rechazó con violencia durante años.
La pulsión de destrucción
En varias notas ya anticipamos la catástrofe social que sobrevendría durante un gobierno de Milei. En efecto, su modelo económico, una mitología cuyas premisas no se verifican en los hechos, y su conservadurismo rancio, traerán más pobreza, desamparo, irracionalidad y violencia.
Sin embargo, ahora nos ocupa qué le agrega la destructividad de su retórica a la peligrosidad de su cosmovisión. En todo caso, el análisis en el marco de la psicología política busca comprender el alcance de la subjetividad en los procesos sociales.
Veamos unas pocas variables:
a) Las calificaciones agresivas que Milei usó constantemente (para referirse a dirigentes de JxC, de UP y de la izquierda) exhiben que solo procura suprimir a quien piensa diferente; el otro no es un adversario sino un enemigo al que destruir (“los voy a hacer mierda”, “exterminar al kirchnerismo”, etc.);
b) Aunque estas expresiones no son aceptables en ninguna circunstancia, su acelerado acercamiento a JxC post primera vuelta pone de manifiesto que aquellos insultos ni siquiera son una expresión horrible de una diferencia ideológica sino, únicamente, el sonido de su tendencia expulsiva y aniquilante;
c) Es cierto que si bien Milei adhiere a la venta de órganos, el tema no está en su plataforma (a diferencia de la libre venta de armas) y él argumentó que es una discusión “filosófica”. Lo que importa, entonces, es cómo gobernaría un sujeto que sostiene una filosofía de esa índole;
d) Recordemos que los insultos utilizados por Milei suelen jerarquizar la humillación del otro (“le voy a pegar un baile morboso”, “un socialista a un liberal no puede ni lustrarle las botas”, etc.).
El retorno de lo desestimado
Tomemos nota de una diferencia curiosa: su desempeño durante los dos debates entre candidatos a presidente fue mejor (en términos de estabilidad) que el que mostró en la entrevista con Trebucq, aun cuando los debates fueron eventos de mayor exigencia que la entrevista. ¿Qué ocurrió en el medio? Sencillamente, de estar en primer lugar en las PASO, quedó segundo en la primera vuelta.
Por eso afirmamos que, para Milei, Milei no puede perder. Esto es, Milei bascula constantemente entre desplegar su destructividad hacia afuera y la vuelta de esa destructividad --y de la consecuente humillación-- hacia sí mismo (“si erro me destrozan”, “un murmullo que me estaba matando”), movimiento en el que, desde luego, intenta volver al primer paso, con consecuencias progresivamente más graves.
¿Por qué tanta celeridad para sellar un acuerdo con Macri y Bullrich si, por esa misma velocidad, podía traccionar una opinión pública negativa? Posiblemente, hubo razones de diverso tipo, por ejemplo, adelantarse a la posición que tomaría el radicalismo. Sin embargo, Milei no pudo esperar porque no pudo asumir ni comprender el resultado del domingo 22 de octubre.
Volvamos unos párrafos más atrás: para una posición como la de Milei, sostenida en una ficticia omnipotencia, todo aquello que tuvo que ir incorporando para sostener la expectativa de éxito, fueron restricciones que debió a hacer sobre su empuje a abolir la realidad que le resulta displacentera. No es gratuito, para quien solo puede suprimir la diferencia, darle cabida a lo expulsado y eso solo ya amenaza quebrar el precario equilibrio. Pero mucho más costoso resulta esa asunción cuando, además, la realidad le impone admitir que el posible “éxito” se aleja y, en consecuencia, acecha el “loco” en lugar del “genio”. En rigor, no sabemos con certeza qué vivencias y sentimientos tendrá Milei si es derrotado, pero no debemos descartar que él mismo tema que incluso en caso de ganar no se consagre como un genio.
Tabula arrasada
Milei pretendió hacer tabula rasa, es decir, decretó que su violencia no sucedió, que hagamos como que no existió. Tal intento, desde luego, es uno de los fundamentos subjetivos del negacionismo. Podemos decirlo de otro modo: Milei considera que el Estado es una organización criminal y él aspira a ser el Jefe de ese Estado.
En síntesis, que la subjetividad ocupe un lugar significativo en la dinámica de los procesos sociales es un hallazgo que debemos a Freud, pero que nuestro destino dependa de la subjetividad singular de quien solo necesita el éxito para ratificar que no está loco, es un peligro que no debemos padecer.
Sebastián Plut es doctor en Psicología y psicoanalista.