Los Juegos Panamericanos de Santiago 2023 concluyeron con una muy buena reacción final de la delegación argentina, traducida en varias medallas en los dos últimos días. Pero con una cosecha menor a la lograda en los anteriores de Lima 2019.
También con muchas menos medallas de las obtenidas en aquellos primeros Juegos Panamericanos de Buenos Aires 1951, en donde triunfó Argentina por única vez, con un total de 154. De esa cantidad 68 fueron de oro, obtenidas con apenas la mitad de los deportes con los que se compitió en el programa de Chile.
Otros tiempos aquellos, con una política deportiva sostenida en una importante inversión, y con fuertes terminales en un vigoroso deporte social conectado con el de representación nacional. Con los medios más importantes, como el caso de la revista El Gráfico, que dedicaban su tapa a atletas, esgrimistas, nadadores, yudocas o gimnastas, algo casi impensable hoy. Y lo más importante, con una ciudadanía enterada e interesada en la existencia de las disciplinas amateurs.
En Santiago, como sucede en todo evento multideportivo, hubo disciplinas que mejoraron o mantuvieron su nivel, mientras que otras lo disminuyeron. Los deportes de conjunto mostraron nuevamente su poderío en los dos últimos días de competencia.
Hubo algunas muy buenas actuaciones, mezcladas con otras que no cumplieron con las expectativas. Además de un recambio generacional en algunos deportes, también pudo incidir la declinante situación económica o la pandemia, que por supuesto afectó a todos los países. Todo, seguramente, forma parte del porqué de la actuación.
El análisis honesto y superficial nos indica que hubo un retroceso, pero la explicación de la realidad es mucho más compleja, que una simple suma y resta que cualquiera podrá hacer. Y tiene que ver más con la falta de desarrollo y mantenimiento en el largo plazo, de una política deportiva coherente.
Es razonable, o diría que más bien básico, establecer a los Juegos Olímpicos y Panamericanos, junto a los campeonatos mundiales, como las principales metas deportivas del alto rendimiento. Para ese reducido grupo de deportistas de las disciplinas amateurs, que pueden aspirar a clasificarse para las instancias de alto nivel.
Estas metas no pueden ni deben ser distorsionadas, sustituidas o devaluadas por otros compromisos federativos menores, de índole política, o interna, o por cualquier falla técnica en la periodización del entrenamiento.
Los Juegos y Campeonatos Sudamericanos serán el primer escalón internacional, nutridos por los campeonatos nacionales y regionales de cada disciplina.
En el plano masivo están el deporte de desarrollo y el social en todas sus distintas facetas, que serán decisivas no solamente para los logros a largo plazo, sino como un invalorable aporte a la cohesión social que no debiera ser ignorado.
Como receta abreviada de organización de la política deportiva en general, y de la de representación nacional parece simple, pero no lo resulta para nada en la práctica.
Confluyen allí la inversión del Estado, que debe ser suficiente y fluída en su ejecución, junto con la planificación estratégica de cada deporte, que necesita no sólo ser aprobada en lo económico sino consensuada en su viabilidad deportiva con las áreas técnicas del Estado, del Enard y del Comité Olímpico (COA). O sea, de quienes deben asegurar la inversión necesaria para todo el proceso, y por quienes se encargan de la participación internacional en estos eventos. Es decir, toda una serie de acciones previsibles, necesarias y decisivas, en donde la improvisación no tiene lugar.
La inversión del Estado en el deporte a moneda constante, ha disminuido fuertemente en estos 72 años transcurridos, desde aquellos primeros Juegos, y esto con más del doble de población resulta decisivo. Como consecuencia directa de esa desinversión, cayó enormemente la difusión, importancia y conocimiento de los deportes amateurs dentro de nuestra población, y por lo tanto su práctica se fue relegando muy considerablemente. Y en varias disciplinas individuales hay menos practicantes que hace 50 ó 60 años.
Los clubes de barrio, originalmente los casi únicos impulsores de muchas disciplinas no profesionales, han disminuido su número constantemente desde la última dictadura militar, aunque también lo hicieron durante algunos gobiernos democráticos que impulsaron a una voraz e indiscriminada corriente privatizadora.
Desde fines de los '70, según varios informes, han desaparecido más de 1.500 pequeños clubes en todo el país.
Además, muchos otros han sido privatizados y así su principal función social con la comunidad ha cambiado, convirtiéndose en impersonales reductos de fitness para consumo de los que pudieron permanecer en la clase media.
Esto ha provocado el retroceso de muchos de los deportes amateurs individuales, que son los que inciden en la ubicación de un país en el medallero, ya que entre todos se reparten más del 90% de las medallas en disputa, en Juegos Olímpicos y Panamericanos.
Estos deportes con gran dependencia de la ayuda estatal, tienen en general cada vez menor cantidad de practicantes, y en algunos casos menos de 300 federados. Lo cual claramente les impide o dificulta su desarrollo básico, y también la provisión de deportistas hacia el alto rendimiento.
En cambio, las actuaciones en la mayoría de los deportes profesionales, suelen depender más del nivel de los deportistas seleccionados por sus federaciones, que por las situaciones económicas antes descriptas.
En estos 40 años de restauración democrática hubo algunos intentos, aunque lamentablemente sin continuidad, que nos muestran que aún no se ha consolidado una política deportiva de Estado, consensuada entre los diversos factores de poder. Fundamentalmente en cuanto al grado y objetivos de la inversión, que es necesaria para retomar un nivel ascendente de desarrollo, y como consecuencia también en el competitivo.
El área deportiva osciló en las cinco últimas décadas entre diversos envoltorios políticos, peregrinando por Ministerios y Secretarías, fue luego bajada a la categoría de Agencia y suele ser ignorada muy a menudo en las plataformas y debates. Y hasta menospreciada por algún candidato que desea eliminar al respectivo Ministerio, como si el deporte fuera un simple excipiente infravalorado y no un derecho más.
No sirve cuando desde el poder tan solo se repiten como fórmula mágica frases huecas, como la archiconocida "hay que sacar a los chicos de la calle".
A la falta de ideas se le suma la de infraestructura y becas que resultan insuficientes, con algunos técnicos de primer nivel mundial en varios deportes, pero en otras especialidades con un importante déficit de ellos.
Es fundamental que dirigentes y políticos entiendan no sólo su trascendencia, sino los formidables cambios ocurridos dentro del deporte contemporáneo en cuanto a: organización, estrategia y entrenamiento. De lo contrario, se llegará a una dependencia casi única del surgimiento espontáneo de talentos.
El deporte es inversión y planificación a cargo de especialistas competentes, y no de improvisados o amigos.
De no ocurrir, y como ya hemos visto, se comprometerá su función social, y por supuesto, también el resultado deportivo.
* Ex Director Nacional de Deportes.