Una niña debe pasar varias temporadas en el campo con su abuela y una prima. La madre, un personaje ausente al comienzo de la historia, se acopla poco después al gineceo que habita una modesta casa rural, gobernada con mano firme por la abuela. Perpleja, la chica procesa el modo de hablar con aires refraneros de la anciana. “Mejor esposo muerto que borracho violento”, reflexiona la mujer cuando muere el marido de una vecina. Cuando la hija intenta convertir un lote vacío de la casa en un spa con termas de aguas barrosas, la abuela sentencia: “Estas viejas son las típicas que comen mondongo y eructan caviar. Andá a taparme ese pozo y dejate de pelotudeces, nena”. Se puede decir que Adentro tampoco hay luz, la primera novela de Leila Sucari (Buenos Aires, 1987), funciona como una suerte de diorama verbal construido exclusivamente con voces femeninas.
“Lo primero que surgió fue la voz de la niña -cuenta la autora?. Comencé a habitar al personaje, a asumir su punto de vista. Tuve que entrar en su subjetividad, descubrir qué sentía, cómo miraba. Una vez que encontré el tono, dejé que ella hablara. No fue tanto un trabajo intelectual, sino más bien una entrega. Darle lugar a la protagonista para que ella misma se revelara.” Ese personaje asume el universo entero de la novela. El ambiente cegador, el tiempo que se separa en temporadas según la fruta de estación, los personajes secundarios y todo un bestiario conformado por gallinas, una chancha con síndrome de Rapunzel, un lagarto-príncipe y una docente-pájaro se conocen por el filtro de la mirada infantil, a la vez neutra y disparatada. “Estoy segura de que en su familia son mucho más avanzados que en la mía. Si pudiera transformarme en reptil me iría feliz a vivir a un pastizal con ellos”, reflexiona mientras alimenta con moscas muertas al lagarto enamorado.
Si bien hay personajes masculinos en la novela de Sucari, como el novio barbudo de la madre que medita a la sombra de los árboles y se niega a comer carne (“un vago”, en opinión de la abuela), la suya es una novela de mujeres. “Los hombres están ausentes, muertos o son unos inútiles -dice la narradora?. El movimiento está en manos de los personajes femeninos. Ellas son las que buscan, construyen y destruyen. Las que desean y están vivas. La prima tiene una sensualidad desbordada. La abuela es un personaje que se maneja con total impunidad, cargada de prejuicios, educada en base a mitos. La madre está perdida, no sabe quién es ni qué quiere. Avanza cargada de angustia e incertidumbre, pero no se detiene, prueba, arriesga.” La chica, “pura potencia y descubrimiento”, vive en una zona donde la realidad cobra un perfil tan radiante como siniestro. El campo es a la vez fértil y mortífero. “Digo sagrado y pienso en la sangre”, piensa la protagonista antes de recibir un bautismo improvisado.
“Sabía de antemano lo que no quería escribir, eso lo tenía claro. El campo no iba a ser un lugar idílico, la abuela no tejería ningún pulóver en invierno y la niña no podía vestirse de rosa ni tener una mirada piadosa”, dice Sucari. Adentro tampoco hay luz recibió el primer premio del Fondo Nacional de las Artes en la categoría novela en 2016, con un jurado integrado por Guillermo Martínez, Romina Doval y Fernando Sánchez Sorondo. Sucari había escrito la novela mientras estaba embarazada de su primer hijo. “Me avisaron del premio a fines de 2016 –relata–. Me acuerdo de que le estaba dando la teta a mi hijo, preocupada porque tenía que entregar una nota y no llegaba. Cuando se durmió, lo acosté y salí corriendo a mi computadora para ponerme a escribir. Apenas me senté, entró el correo del FNA. Lo leí veinte veces seguidas, fue un momento de mucha emoción.” Esa emoción alumbra, de manera frágil, toda la novela.
Adentro tampoco hay luz
Leila Sucari
Tusquets