El silencio y las palabras la persiguen desde la infancia. Claudia Piñeiro sospecha que lo que escribe nace del silencio. Todo está en ese principio dialéctico, como una madeja de lana enredada que hay que desanudar para luego ovillar. Si en las novelas, armada hasta los dientes con la imaginación, saca el polvo escamoteado debajo de la alfombra o todo aquello que es ocultado deliberadamente de la mirada, en los textos de no ficción reunidos en Escribir un silencio (Alfaguara), que incluye conferencias y discursos célebres como el que dio en la cámara de Diputados a favor de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo o la apertura de las ferias del libro de Buenos Aires y Rosario, pone su cuerpo y su voz para librar la madre de todas las batallas desde las palabras.

Los textos incluidos en en el libro fueron publicados en Página/12, Clarín, La Nación, Télam, Tiempo Argentino, Diario.ar, Infobae, Perfil, El País de España, Anfibia, La mujer de mi vida, Gata Flora y Escritores del Mundo, entre otros medios. En “Los dueños de la palabra”, una carta a favor del matrimonio igualitario publicada en 2010, dirigida al director de la Real Academia Española, la escritora cuestiona que la palabra matrimonio sólo nombre el vínculo heterosexual. “No es ingenuo ni legal lo que plantean, es ontológico. Saben que negar la palabra, negarles ser nombrados, es negar la existencia misma. Un método que viene de los campos de concentración y de los centros clandestinos de detención donde se llamaba a las personas privadas de su libertad por un número, donde no había que nombrarlos, porque el objetivo era que desaparecieran”.

La escritora, dramaturga y guionista de TV confiesa a Página/12 que está preocupada de cara al balotaje porque está en riesgo la democracia, las instituciones y los derechos de las personas y aclara que nunca votaría al candidato de La Libertad Avanza, a quien elige no mencionar por su apellido. La autora de las novelas Las viudas de los jueves, Tuya, Elena sabe, Las grietas de Jara, Betibú, Un comunista en calzoncillos, Una suerte pequeña, Las maldiciones, Catedrales y El tiempo de las moscas le dedicó su último libro “a los silencios que mi padre no pudo escribir”. Desde la trombosis cerebral que sufrió, hasta la Mar del Plata evocada, donde veraneaba con su familia, pasando por tres maestros fundamentales que tuvo como Guillermo Saccomanno, Mauricio Kartun y María Inés Andrés y hasta artículos en los que reflexiona sobre la maternidad y la educación sentimental, todo lo que escribe es provocado por silencios anteriores.

Encontrar las palabras

“Cuando mi papá se peleaba con mi mamá, no nos hablaba a mi hermano y a mí; entonces nosotros nos preguntábamos cuándo se le iba a pasar el enojo y creíamos que nos estaba castigando con ese silencio. Hoy pienso que a lo mejor no encontraba las palabras para decir lo que tenía que decir”, plantea la autora de los cuentos Quién no y el volumen Cuánto vale una heladera y otros textos de teatro, que ha obtenido diversos premios nacionales e internacionales como el Premio LiBeraturpreis, el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, el Premio Pepe Carvalho del Festival Barcelona Negra, el Premio Clarín de Novelay el Premio Dashiell Hammett de la Semana Negra de Gijón. Fue finalista del International Booker Prize 2022 con la traducción al inglés de Elena sabe. La versión homónima de esta novela en la que Elena, aquejada de un Parkinson terminal, investiga quién mató a su hija Rita, se acaba de estrenar en el Festival de Cine de Mar del Plata con dirección de Anahí Berneri y un elenco encabezado por Mercedes Morán y Érica Rivas.

-¿“Escribir un silencio” es tu libro más íntimo?

-Sí, en los artículos me permito hablar de mí; en la literatura estoy mucho más escondida, excepto en Un comunista de calzoncillos, pero claramente yo no hago una literatura autobiográfica. En los artículos me permito mostrar ciertas cuestiones personales y me doy cuenta de que mucha gente está sorprendida porque al verlos todos juntos en un libro me preguntan: “¿cómo te animaste?”.

-¿Por qué los lectores preguntan tanto por lo autobiográfico? ¿Será porque buscan la vida de los escritores en las novelas?

-La pregunta por lo autobiográfico no está solamente en que se busque la vida del escritor, yo creo que uno de los motores por los cuales la gente te pregunta si es autobiográfico es porque al que no escribe, al que no inventa historias, le cuesta creer que alguien tenga esa imaginación. Lo que llama la atención es la imaginación del otro y no tanto el morbo de ver si le pasó o no. Hace poco un periodista me dijo: “qué raro porque se te ve tan normal y después se te ocurre una historia así”… Entonces le pregunté: “A (Mario) Vargas Llosa, le decís se te ve tan normal ¿cómo se te ocurrió una historia así?”. Además no sé qué es ser normal.

La importancia de llamarse Claudia

-Tus intervenciones como escritora en el espacio público fueron teniendo cada vez más intensidad. ¿Cómo explicás esta politización?

-Creo que me voy politizando por distintos motivos: por un lado porque tengo un peso en el espacio público que cuando recién empezaba no tenía; entonces te empiezan a preguntar cosas que antes no te preguntaban, pero además porque se abrieron ciertos debates en los que me interesaba participar. La primera vez que hubo una intervención más rotunda no fue con la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo sino en la marcha a Plaza de Mayo contra el 2X1 (fallo de la Corte Suprema que intentó bajar las penas a los genocidas). Ese día tenía que dar una charla en la Feria del Libro y la suspendí para ir a la marcha.

-El eje de tu ponencia en la cámara de Diputados, en el debate en defensa del aborto, fue “no permitamos que nos roben la palabra vida”. En esa misma línea, pero con el tema del matrimonio igualitario, escribiste una carta al director de la Real Academia Española en la que le preguntás quiénes son los dueños de la palabra. ¿La discusión empieza por las palabras?

-Exacto. ¿Desde dónde puedo discutir yo? Desde el uso de las palabras. Ese texto a la Real Academia también es interesante porque apareció en el diario La Nación. Cuando escribí ese texto pensé que si se lo daba a Página 12, donde muchas veces había publicado, le iba a hablar a las mismas personas que estaban a favor del matrimonio igualitario en un medio donde ya se estaba hablando del tema. Me interesaba que ese texto saliera en un lugar donde no se estaba hablando del tema; hasta el momento que lo propuse no había salido ningún texto a favor de la Ley del Matrimonio Igualitario en La Nación.

-La gran mayoría de los textos de opinión suelen interpelar a quienes están muy próximos o forman parte de una misma comunidad o grupo. Una de las mayores dificultades hoy es llegar a los otros que desconocemos cómo piensan. ¿Por qué se produce esta especie de escritura para los “convencidos” o para los mismos de siempre?

-Yo creo que es más grave lo que está pasando ahora porque con esta nueva situación política aparecieron voces que directamente teníamos negadas. Una de las cosas que me impacta es que discutamos temas como si las cloacas las tenemos que hacer nosotros en vez del Estado, o la venta de órganos. ¿De verdad tenemos que discutir esos temas? Entonces me pregunto: ¿esta es una conversación que estaba en otro lugar y no escuchábamos ni veíamos? ¿O es algo impuesto desde una supuesta disrupción política? Me extraña que hubiera en nuestra sociedad una discusión sobre si las cloacas las tenemos que hacer nosotros, si vamos a vender órganos o vamos a portar armas. Es probable que no hayamos visto algo que estaba ahí; hay una exageración que no sé si es propia de un grupo o si es la necesidad de decir cosas disruptivas, no lo sé, todavía no lo termino de entender. Cuando empezó el Covid, nos dijeron que teníamos que lavarnos las manos y mucha gente se enteró ahí que había personas que no tenían agua donde vivían para lavarse las manos. Dijimos “esto no puede pasar; hay que solucionarlo”. Terminó el Covid y seguramente hoy también hay gente que no tiene agua para lavarse las manos, pero ya no lo decimos más. Hay como ciertos sectores que no vemos, que no escuchamos, que tratamos de no mirar, excepto que venga una pandemia y nos diga: “Tenés que mirar acá”.

Libertad y grieta

-Hoy pareciera que se robaron o secuestraron la palabra libertad. ¿Cómo explicás lo que está sucediendo?

-Yo me cuido de decir la palabra libertad porque no sea cosa que interpreten que estoy diciendo otra cosa. Eso es tremendo, es una palabra que por supuesto tenemos que poder usar y que tiene otras connotaciones muy diferentes, pero evidentemente es una palabra que ha sido tomada por un grupo. Hay una palabra que empezó a desdibujarse y es la palabra grieta, que había hecho una separación rotunda entre distintas personas que estaban de un lado o del otro; pero ante la amenaza de perder derechos y como la democracia está en peligro, muchas personas que estaban de un lado de la grieta empiezan a coincidir con personas que estaban del otro lado: “Estoy coincidiendo con lo que dice esta persona, aunque estamos a kilómetros de distancia en el pensamiento; entonces había puntos donde podíamos coincidir. Muchos queremos evitar que pase una catástrofe democrática. Pero antes pensábamos que estábamos en las antípodas y no conversábamos. En esta coyuntura estamos pudiendo hablar con gente con la que habitualmente no hablábamos. Eso me parece interesante. El Covid y la amenaza a la democracia es la que nos hace ver que esto es posible; es una pena que cuando pasan estas amenazas no podamos sostener la conversación entre personas que piensan distinto.

-¿Cómo fue cambiando el sentido de tu compromiso como escritora desde que empezaste hasta ahora?

-Siempre fui una persona bastante comprometida. Antes de ser escritora me animaba a decir no solo lo que pensaba sino lo que los demás no podían decir en los lugares que son inconvenientes para decirlo. Lo que pasa es que ahora en la esfera pública se ve más. Ese compromiso creo que fue evolucionando a medida que me sentí más segura de que mi voz podía tener un peso. Cuando empecé a escribir, ¿a quién le importaba lo que yo pensaba? Cuando me llaman para hablar en el Congreso o para abrir la Feria del Libro, me están dando un lugar y eso genera una responsabilidad. A veces ese compromiso es mucho más militante, mucho más visible, porque son temas que me interesa debatir, como fue la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo.

-¿A mayor participación en el debate crecen las agresiones, los discursos de odio?

-Sí. Yo no minimizo la violencia en las redes sociales; tener montones de mensajes donde te dicen barbaridades no es agradable. Pero después cuando lo pensás en frío también decís: si yo me retiro de las redes, lo que se logra es lo que busca el fascismo, que es callar determinadas voces y eso opera mucho mejor con las mujeres. Lo que hice es tratar de no participar de todas las discusiones porque yo era muy participativa. Ahora me guardo para las batallas que tengo ganas de dar.

El riesgo de votar en blanco

-¿Cuáles son esas batallas que te interesan dar hoy?

-Hoy me interesa participar de la discusión que tiene que ver con las próximas elecciones porque me parece que están en riesgo cuestiones que me importan, como la democracia, las instituciones, los derechos de las personas. Yo jamás votaría al candidato de la Libertad Avanza, no me importa con quién se asocie. Yo jamás votaría a un partido que propone las cosas que propone, que no hace falta que las enumere porque todos las sabemos. A veces la realidad es peor que la imaginación. Lo que estamos viendo es peor. O por lo menos las propuestas que estamos escuchando, que ojalá nunca se concreten. Lamentablemente no voy a estar en el balotaje porque tengo un compromiso de trabajo, un viaje que justo coincidió con este balotaje, entonces no voy a votar, pero si yo estuviera acá votaría a (Sergio) Massa simplemente para que no gane el candidato de La Libertad Avanza. No nombrar al candidato de La Libertad Avanza es una postura política, creo que está donde está porque lo hemos nombrado demasiado. Yo no llamaría a votar en blanco porque me parece riesgoso en esta circunstancia, pero no me gustan las críticas furibundas y despiadadas a quienes toman esa opción porque también es una forma de manifestarse políticamente.

El Reino terminó

 

Claudia Piñeiro confirma que empezó a escribir las primeras páginas de su próxima novela. Lo único que puede contar es que trata sobre la relación de dos hermanas. El Reino, la serie que escribió junto a Marcelo Piñeyro, ganadora del Premio Platino a Mejores creadores de series, no tendrá nueva temporada. “Si hubiera otra continuación que el streaming decidiera, seamos nosotros los guionistas u otros, tendrían que ir por otras líneas, precuelas, spin-off o tomar un personaje secundario y desarrollarlo. Me parece que los personajes principales están cerrados”, subraya una de las escritoras más traducidas a otros idiomas. “Me impresiona mucho que cuando hicimos la segunda temporada a alguna gente le pareció que era exagerada, que se metía más con lo político que con lo religioso. No sabés la cantidad de mensajes que tengo en los últimos días en los que me dicen que nos quedamos cortos con respecto a lo que estamos viendo hoy con La Libertad Avanza”, concluye Piñeiro.