En los estudios de los regímenes políticos latinoamericanos hay una problematización del rol de las élites tecnocráticas en los gobiernos. Una de las reflexiones pioneras fue la del politólogo argentino Guillermo O’Donnell en su conocida investigación sobre el estado burocrático-autoritario.

Desde sus primeras elaboraciones, O'Donnell utilizó esta categoría para referirse a regímenes socialmente excluyentes, producto de golpes de Estado con ruptura del orden constitucional, sin competencia electoral y con control y represión de la participación política de los sectores populares, en los cuales los actores principales de la coalición emergente son los tecnócratas de alto nivel. Estos tecnócratas, dice el autor, entran en estrecha asociación con los capitales extranjeros.

Adolfo Diz, exdirector del FMI y presidente del BCRA con Martínez de Hoz, no vaciló en aplicar en la Argentina la tesis prekeynesiana de McKinnon: “La vida de las autoridades monetarias es realmente idílica (y quizás un poco aburrida). Basta sólo un poco de esfuerzo requerido en el lado fiscal para mantener la tasa de inversión agregada adecuadamente ajustada. El sistema bancario-monetario no tiene ningún papel particular que desempeñar en el proceso de acumulación de capital, aunque los banqueros y sus agentes de relaciones públicas pueden haber persuadido a la gente de lo contrario”.

Al señor Adolfo Diz le dictaron prisión por el caso Greco-Quiebra del Banco de los Andes. Un colega suyo, Pedro Pou, egresado de la Universidad de Chicago, ministro de la dictadura en la provincia de Buenos Aires, arrastró desde 1979 un cargo por tentativa de defraudación y abuso de firma en blanco con el grupo Catena (su pariente Domingo Catena fue otro Chicago boy cofundador de CEMA, en un momento prófugo de la Justicia por estiramiento de vinos, hombre muy ligado a Martínez de Hoz, relacionado con la venta de su empresa al Grupo Greco).

Chicago

Salvo Diz y Pou, ningún funcionario importante de la última dictadura estudió en Chicago, aunque a este último los más taimados lo admiraban, inclusive por otras cosas que no tienen que ver con el objeto de este artículo. Más tarde tendríamos una descendencia inagotable de egresados de la universidad con mejor marketing del mundo en los setenta.

Algunos de ellos egresados con apenas una maestría, como Ricardo López Murphy, se hicieron ricos y famosos, otros se doctoraron, como Pablo Guidotti, Jorge Ávila, Carlos Rodríguez y Roque Fernández; aglutinados en la intransigente absolutista proveedora de economistas del Estado, amparadora y entrenadora de ejecutivos del sistema financiero. Como dicen los jóvenes, “por un tiempo garpaba” estudiar en Chicago, sus hijos estudiaron en el MIT o Harvard y trataron a Chicago como si fuera la universidad muleto, es decir, se postulaban en Harvard, Yale, Stanford, Princeton o el MIT; sino, entraban a Chicago.

Se recuerda la etapa como un momentum del pensamiento económico que disparó la consultoría que hoy conocemos, enfocada en la teoría monetaria, ya no de Economía. Para los egresados de ciertas universidades y empleados de ciertos estudios, los problemas siempre son de los políticos. Pero para los argentinos, “los Chicago boys” están asociados a Martínez de Hoz y la confusión viene por su sociedad con el plan económico, donde parte de los principios monetaristas aplicados fueron copiados de Milton Friedman, premio Nobel y profesor de la entidad.

El caso chileno

Se suele decir que en Chile la aplicación del monetarismo fue un éxito para terminar con 100 años de inflación desde 1879. Omiten aclarar que el plan de estabilización generó una sociedad desigual y un influjo hegemónico financiero de la ciencia social. No incluyen que el primer año (1973-1974) se disparó la inflación de 300 a 746 por ciento. Omiten decir que en 1973 el desempleo era de solo 4,3 por ciento.

La contrapartida de lograr un segmento de alta productividad fue el empobrecimiento de amplios sectores de la población. Sumergió a la ciudadanía en altas tasas de desempleo, desestimuló la inversión y privilegió la especulación financiera, en menoscabo de las actividades productivas. En Chile, aumentó la vulnerabilidad ante los shocks exógenos, como lo probó la aguda recesión de 1982, que ahogó a la economía. El PBI se desplomó un 14,3 por ciento, el desempleo alcanzó el 24 por ciento y la pobreza, un 40 por ciento. En aquella crisis, hubo que intervenir bancos y licitar empresas estatales, como Chilectra y la Compañía de Teléfonos.

Ni hablar que para poder hacer lo que se hizo se procedió a soportar 17 años de Pinochet en forma directa y 16 años en forma indirecta. Es más, aquel fantasma aún amenaza al actual presidente Gabriel Boric y no le deja modificar la Constitución. Todo esto, para garantizar la aplicación de experimentos que se construyeron a prueba y error.

Para ampliar, se puede consultar un video de YouTube, derivado de un magnífico libro de Naomi Klein “La doctrina del shock”. Las cuatro familias más ricas en Chile en 2012 poseían una riqueza equivalente al 20 por ciento del PBI.

Neoliberales

Volviendo a los “Chicago boys” de la Argentina de 1977, no necesariamente eran egresados de la Universidad de Chicago, sino profesionales que participaban de la filosofía económica que suele llamarse liberal o de mercado. Al frente de estos planes salvadores siempre hay un “cachafaz”.

Martínez de Hoz era un jactancioso que hablaba inglés y atesoraba prosapia. Tenía muchas relaciones con empresarios locales, militares y cazadores, pero no era un hombre de los mercados internacionales que levantaba el teléfono y todos corrían para atenderlo. Un buen modelo de Chicago boy era David Rockefeller, allegado a Francisco Soldati (Jr.), que era el verdadero hombre de las relaciones financieras en el mundo.

En adelante, para explicar el fracaso del plan económico de 1976-1981, los adherentes a esta corriente siempre mencionaron que hubo problemas de aplicación. Pensar hoy en una tablita de devaluación muy inferior a la tasa de inflación (se le atribuye a Ricardo Arriazu, previamente asesor de Mondelli, el ministro de Economía de Isabelita), y aun menor que la remuneración de las tasas de interés pasivas, explica en gran medida la tragedia generada entre 1978-1981. Pero cuando a los acólitos se les consultaba unos años después de aquella desdicha, dirían que el mayor problema fue la incapacidad de persistir en el plan. La frase siempre sería "debió ser más duro”.

Fracasos

El problema era que, al igual que en la época de Macri-Sturzenegger-Prat Gay, el déficit fiscal superaba el 5 por ciento y se financiaba con emisión monetaria. Luego se aplicaría un engendro, llamado “cuenta de regulación monetaria”. En 1977, no era la “casta política” gastomaníaca que usaba el BCRA para robarle a la gente, sino los padres de los funcionarios de Macri, convertidos en technopols y herederos de la patria contratista, que usufructuaron sus servicios a la dictadura cívico-militar. En la Argentina, las políticas que propone Javier Milei no han funcionado, ni con gobiernos de factoni con gobiernos civiles.

Los tecnócratas y technopols “pro mercados”, son los grandes fracasados que, para financiar los déficits, siempre emiten pesos o colocan deuda en moneda extranjera, que al final genera más déficit financiero y rojo cuasifiscal, con inflación y alto endeudamiento.

Remunerar con alta tasa de interés real pasiva a los inversores genera financiamiento a altas tasas de interés activas para los tomadores de crédito. Así se destruyó a la industria argentina durante 1977-1983, lo mismo que 2015-2019, por señalar sólo dos períodos nefastos del esperpento.

El caso más emblemático de la estafa de aquella economía fue la caída del primer banco privado nacional del ranking: Banco de Intercambio Regional (BIR). Desde su caída, se acentuó el “refugio dólar”, con una economía cuya inflación no bajaba de 300 a 400 por ciento anual, cuando terminaba el periodo cívico-militar. Para formarse una idea del nivel de corrupción generalizada, con “Isabelita” la deuda de YPF era de 426 millones de dólares y cuando se fue la dictadura superaba los 5.500 millones de dólares, en un contexto donde los países pobres que tenían empresas de energía se hacían ricos.

El gremio SUPE denunció que Martínez de Hoz y “sus mejores muchachos” concretaron la entrega masiva de áreas petrolíferas a empresas privadas. YPF se constituyó en la única empresa petrolera del mundo que, en lugar de ganar dinero, lo perdía de una manera indecorosa e inexplicable.

Ni hablar de la contradicción que implicaba para monetaristas y austríacos la "nacionalización" de la Compañía Ítalo de Energía. Nunca se supo si el Estado pagó 35 o 332 millones de dólares. El decreto de aprobación del 27 de abril de 1979 autorizaba a emitir bonos de la República Argentina para hacer un pago de 105 millones de dólares. Pero ese no fue el importe que se pagó, la verdad es que no se conoce el precio.

A través de una denuncia de Álvaro Alsogaray sobre bancos que defraudaban falseando la documentación al BCRA para cobrar compensaciones, se dispuso la prisión preventiva de Adolfo Diz por encubrimiento y a varios miembros del directorio del Banco Ganadero Argentino: Narciso Emilio Ocampo era el presidente (padre de Juan Ocampo, presidente del BNA en ese mismo tiempo, procesado por el caso Greco). Homónimos de Emilio Ocampo, el numen de la dolarización de Milei. A pesar de los delitos, la prisión preventiva fue revocada.

Lo peor es que durante la "Plata Dulce" la gente viajaba a Miami y estaba entretenida comprando. Había negociados, coimas y otros ilícitos, solo farfullados, por temor a la mafia que desde el Estado garantizaba la impunidad. Mientras algunos llegaban a Ezeiza con un televisor a color y se conformaban, otros se volvieron ricos.

Crisis

Por supuesto, estas políticas inevitablemente destruyen el saldo de la balanza comercial, a raíz del retraso del dólar y el endeudamiento sideral que las sostiene. Cuando todo se “sincera” termina en crisis, quiebra y desempleo.

La reforma financiera de Cavallo (presidente del BCRA, julio 1982), mejoró los balances de los bancos y las empresas, con el costo de una disparada inflacionaria, y resolvió también parte del problema fiscal. El inconveniente posterior fue asimilar la deuda del BCRA que generó Cavallo.

El déficit fiscal permanente, después de la fiesta, intenta corregirse con una baja del gasto público, pero nunca con una suba de impuestos a los agraciados invitados. Aunque hay evidencias de que la primera táctica no funciona, la segunda jamás se intentó, porque el establishment no lo aprobaría, y sus encantadores de serpientes, sortílegos y agoreros pronosticarían situaciones apocalípticas.

Durante los años 1976-1981 predominaron dos escuelas opuestas. La de Chicago, monetarista al 100 por ciento, con Adolfo Diz a la cabeza y, la Austriaca, con Estrada (dixit: “da lo mismo producir acero o caramelos”), que defendía la libertad total de los mercados.

Cuando llegó la dictadura cívico-militar, Martínez de Hoz dijo que iba a enfrentar la inflación, la recesión y la insolvencia. Indicó que iba a pasar de una economía de especulación a una economía de producción, y logró exactamente lo contrario. En 1983, todos los problemas se habían potenciado, sumados a una deuda que había pasado de 6.800 millones de dólares a 40.000 millones, sin crecimiento del PBI de punta a punta.

Desde 1976, la financiarización de la economía se ha transformado en un principio que rige a la organización de nuestra sociedad, mediante una casta de economistas especializados en reformas neoliberales. Naturalmente, aquella dictadura cívico-militar argentina entró en la caracterización O'Donnelliana del autoritarismo burocrático e inauguró un periodo incesante de incursiones tecnocráticas durante las democracias de baja intensidad de los 1990.

Estos técnicos siempre han tenido un bajo nivel de tolerancia hacia la politización, especialmente la popular; la perciben como un obstáculo al crecimiento económico. De esta forma, hoy en día la relación entre los roles tecnocráticos y la deriva autoritaria lucen claramente inevitables, fusionadas en un hombre que podría ser el producto final de 47 años de la casta de economistas.

* Director de Fundación Esperanza. Profesor de Posgrado UBA y maestrías en universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, doctor en Ciencia Política, autor de seis libros.