Los mejores, los más inesperados regalos que está recibiendo esta edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata vienen con un fuerte viento del este. Primero, fue la llegada del gran director georgiano Alexandre Koberidze con un foco de tres películas de su país inéditas en Argentina y presentadas personalmente por el director de ¿Qué vemos cuando miramos al cielo?. Y ahora, como película sorpresa, aparece No esperes demasiado del fin del mundo, que el rumano Radu Jude (Bucarest, 1977) envió especialmente, sin costo alguno para el festival, en un gesto que demuestra el aprecio y el reconocimiento que se ha ganado Mar del Plata entre algunos de los mejores realizadores del cine contemporáneo.
Distinguida con el Premio Especial del Jurado en el Festival de Locarno de agosto pasado, No esperes demasiado del fin del mundo tendrá tres funciones especiales desde este viernes hasta el domingo* y quizás sea la única posibilidad de ver en sala una obra mayor del cine actual. La película de Jude recién llegaría a la plataforma Mubi el año que viene y no hay por ahora ninguna certeza de que pueda tener estreno en salas en el país. Lamentablemente, Jude no pudo viajar –como Koberidze- a Mar del Plata, pero su película habla por él con una elocuencia fuera de lo común, como si se estuviera frente a un film urgente, rodado apenas unas horas atrás.
Parece difícil encontrar hoy una película que hable del estado de las cosas como lo hace No esperes demasiado del fin del mundo: con una honestidad brutal, pero también con un humor cáustico muy propio no solo de Jude –ganador del Oso de Oro de la Berlinale 2021 con su largometraje inmediatamente anterior, Sexo desafortunado o porno loco- sino también del cine rumano en general.
La precarización y la explotación laboral, las diferencias cada vez más insalvables entre los países desarrollados y los periféricos, el avance salvaje del capitalismo global, el crecimiento exponencial de discursos tóxicos en las llamadas “redes sociales”, las consecuencias en la vida diaria de la guerra en Ucrania, la corrupción política, el instinto de supervivencia… Todo un enorme abanico de temas surge de la trama paradójicamente sencilla de No esperes demasiado del fin del mundo, una película que jamás se permite enunciar nada en voz alta ni alzando el dedo: le basta en cambio con retratar un par de días en la vida de una mujer “uberizada” en la Bucarest de hoy.
El punto de partida formal que elige Radu Jude es de por sí brillante. De manera declarada, toma prestadas escenas y hasta la estructura misma de una vieja película rumana proto-feminista, Angela Goes On (1981, de Lucian Bratu), sobre la vida cotidiana de una mujer taxista en la era Ceaușescu. Y las pone en diálogo con la historia actual de Angela (Ilinca Manolache), una asistente de producción de una compañía de cine que se pasa entre 16 y 20 horas por día arriba de un auto, haciendo castings en distintos barrios de la ciudad y realizando los trámites más diversos. “Me siento como una astronauta”, confiesa Angela. “Cuando logro salir del auto, la atmósfera está tan contaminada que me siento como si navegara en una nube de pedos”.
El lenguaje de Angela es casi siempre vulgar, por no decir bestial. Es una mujer joven, evidentemente instruida y no exenta de lecturas, con un manejo fluido del inglés, pero para poder sobrellevar el ritmo de vida que le exige su trabajo no sólo toma litros de café y bebidas energizantes. Para no quedarse dormida al volante, escucha el rock rumano más agresivo que pueda encontrarse, con letras muchas veces salvajes. Y a modo de catarsis, para descargar su ira, sube constantemente a sus cuentas de Instagram y Tik-Tok unos pequeños monólogos en los que su cara aparece desfigurada de modo grotesco como la de un hombre, un clásico “hater”, al que ella parodia poniendo en boca de ese personaje los discursos de odio en boga, desde la misoginia más grosera hasta el racismo contra judíos y gitanos. “Es una caricatura, ejerzo la crítica con una vulgaridad extrema, como lo hace la revista Charlie Hebdó”, justifica presumida, cuando alguien la cuestiona.
Desde No me importa si pasamos a la historia como unos bárbaros (2018), el collage y las múltiples capas de textura y de relato son cada vez más frecuentes en el cine de Radu Jude, y No esperes demasiado del fin del mundo no es la excepción. El antiguo, delicado Agfacolor del film de 1981 contrasta con el granuloso 16mm de la road-movie de un presente inequívocamente distópico y con el brillo agresivo de los videos que Angela lanza al mundo como si fuera una cloaca.
No hay, sin embargo, nostalgia alguna en las imágenes que el director rescata del film de la alegre taxista. Al modo del cine de Angela Ricci Lucchi and Yervant Gianikian, Jude aprovecha algunas de sus escenas rodadas en locaciones para ralentizar la imagen y descubrir algunos rostros anónimos que expresan el sufrimiento que se escondía debajo de la superficie de esa película aparentemente inofensiva, como la mirada de un muchacho muy joven que sin embargo parece ya anciano, como si todo el peso del régimen de los Ceaușescu le hubiera robado el futuro.
“Una película se compone de imágenes, sonidos, textos y otras fuentes, como materiales de archivo o imágenes hechas por otros”, explicaba Radu Jude en el festival de Locarno. “Para mí, en cierto modo, se convierten en la misma cosa. Así que no veo muchas diferencias. Tal vez sea demasiado estúpido, demasiado primitivo. Cuando utilizo materiales de la película de Lucian Bratu, se convierten en mis imágenes. En el software de edición, están las imágenes que filmé yo y están las que fueron filmadas por otros, en este caso por Bratu. Por supuesto, las manejo de manera diferente, pero al final sentía que todas terminaban siendo mis imágenes”.
El brusco cambio de tono y de ritmo también es moneda frecuente en el cine de Jude. Cuando Angela va a buscar al aeropuerto a la ejecutiva de la multinacional austríaca para la que están haciendo un video publicitario (interpretada por la gran Nina Hoss), la mujer se queja de la agresividad de los conductores rumanos. Y Angela le cuenta que no lejos de allí hay una ruta de 250 kilómetros que tiene más de 600 cruces que corresponden a los que murieron en el camino. Y el director entonces pasa a registrar, parsimoniosamente, sin sonido alguno, decenas de esas cruces que llevan nombre y apellido.
El prolongado plano-secuencia final, una toma fija de más de media hora de duración, es una pequeña obra maestra en sí mismo. La cámara de Rude se apropia del punto de vista de la cámara del engreído director de cine publicitario (como ya sucedía en su primer largometraje, La chica más feliz del mundo, 2009) y que, al quedar encendida, registra todo lo que allí sucede. Empezando por la manipulación descarada que el corto –sobre seguridad laboral- pretende hacer de la desgracia de un discapacitado a causa de un accidente de trabajo. Así como el hombre y su familia están pendientes de los 500 euros que les prometieron y que necesitan como el agua, la ejecutiva austríaca da instrucciones por videoconferencia (aunque está en Bucarest prefiere quedarse en la aséptica seguridad de su hotel cinco estrellas), mientras Angela sigue posteando barbaridades y el equipo hace todo lo posible por limar cualquier aspereza, como la referencia que hace el discapacitado a una empresa rusa con la cual la corporación sigue trabajando, a pesar del declarado boicot al comercio con el país invasor de Ucrania.
Hipocresía, violencia, estulticia… La verdad, no esperes demasiado del fin del mundo.
- * La película de Radu Jude se verá el viernes 10 a las 19.30, el sábado 11 a las 22.30 y el domingo 12 a las 10.30, siempre en la Sala Aldrey 5.