Locura y placer

Eso de sentar a la belleza en las rodillas e injuriarla seguramente forme parte de un manual de instrucciones indispensable antes de lanzarse a recorrer las páginas de Una hora de locura y placer, por más que su inspiración confesa venga antes de Whitman que de Rimbaud. “Oh furia, no me limites ¿Qué es lo que así me deja libre en medio de las tormentas? ¿Qué significan mis gritos entre relámpagos y vientos furiosos?”, reclama y se pregunta el buen Walt desde el largo epígrafe/poema que funciona como pistoletazo de largada para el libro de Nicolás Moguilevsky, en el que se despliegan bocetos, croquis, retratos, retazos de narración y poemas en prosa; todo lo que se pueda hacer, en realidad, a mano suelta y con tinta. Aparece por ahí nada casualmente un retrato de Osvaldo Lamborghini, hay manchones y también delicados trazos, mucha narración manuscrita, algún collage, algún diálogo. Deudor del Art Brut, pero también simplemente –como bien celebra Diego Cano desde su reseña en El Flasherito– “hermosos garabatos, producto de un sentir más que de un sentido”. ¿Libro de artista? ¿Novela gráfica? ¿Cuaderno de notas? Son algunas de las preguntas que se pueden leer en el texto de contratapa, buscando una explicación sobre los dibujos que recorren y se escapan por las páginas de un volumen editado por Palabras Amarillas. Poeta, editor y artista plástico, Moguilevsky es también músico y coordinador general de la editorial Mansalva pero además, algo mucho más importante en lo que se refiere a este Una hora de locura y placer, es uno de los fundadores de Un Faulduo, colectivo de investigación y experimentación alrededor del campo de la historieta. Esa pertenencia tal vez sea la mejor contraseña con la que acercarse a sus páginas, donde cabe todo el placer que se puede reunir en una hora de locura. Y viceversa. Sin olvidarnos de la tinta, claro.

Torta real

En Birmingham, aseguran que se esconde un tesoro que se revela una vez al año: The Cake International, el certamen de pastelería más grande del mundo, que premia la decoración de tortas más elaborada, extraña y también, estrambótica. Además de ser una venta de productos en el Centro de Exhibiciones (NEC, por sus siglas en inglés; algo así como la Rural de nuestras pampas), aficionados y profesionales de todo el mundo se dan cita para esta competencia singular que tiene, literalmente, tantas categorías como letras del abecedario, según su web oficial. La gran atracción suelen ser las tortas gigantes, tamaño natural, creadas por verdaderos artistas del glaseado. Así que este año, los visitantes pudieron encontrar, entre otras, una obra maestra comestible inspirada en los personajes de Stranger Things. Jane Lashbrook fue la autora de una escultura de tamaño natural del descarriado hijo del rock de Birmingham: Ozzy Osbourne, confeccionado en oscuro chocolate. Pero la pieza más codicionada fue Su Majestad el Rey Juan Carlos adornado con 2500 joyas de la artista del azúcar de talla Emma Jayne, que utilizó 60 kilos de fondant (para una torta de las más lujosas se usan apenas diez). Esta cocinera, madre de tres hijos, explicó: “Quise celebrar la coronación de Juan Carlos y para que la torta fuera completamente, real, primero tallé las formas a mano en telgopor y luego las cubrí”. Sólo para confeccionar la corona, Emma estuvo tres días trabajando a jornada completa.

Botas locas

John Wayne nunca soñó con un calzado semejante pero la empresa de zuecos Crocs, sí. Y aquí están: sus particulares botas vaqueras, de una textura negra y brillante, que incluyen bordados y espuelas. La idea surgió de memes creados por fanáticos de la marca en las redes sociales, según Heidi Cooley, su directora de marketing. Los equipos de diseño y desarrollo de productos de la marca se reunieron en enero para discutir ideas que habían visto en la web y le dieron forma a un objeto que redobla la apuesta en relación al diseño original, cuestionado por su dudoso buen gusto pero sin dudas, de gran popularidad. “Me sorprendí un poco”, reconoció Steve Natto, de 25 años, un YouTuber experto en zapatillas de Philadelphia, cuando vio estas flamantes botas. Es probable que la sorpresa fuera el objetivo de la empresa, que ya en otras ocasiones decidió convocar la atención y la indignación on line a través de una serie de lanzamientos de calzados extraños. Estaban los Crocs con aroma a pollo de KFC en 2020 y los Crocs de tacón alto, creados en colaboración con Balenciaga, en 2021. Hace poco, además, la compañía lanzó Shrek Crocs, verdes con orejas. “Creo que definitivamente habrá un mercado para esto”, aseguró Natto, quien fue uno de los primeros en caminar con las botas (que cuestan 120 dólares) en las redes sociales. Aunque no podía imaginarse usándolas para hacer mandados en el chino de la esquina, dijo que ciertamente se mostraría en público con ellas.

Romance de la luna

La estancia de Federico García Lorca en Nueva York a fines de los años treinta le permitió crear algo más que Poeta en Nueva York. En esa ciudad, Lorca escribió su único guion de cine: Viaje a la luna. Compuesto por un total de 71 escenas muy breves, que se pueden leer como poemas, Lorca entregó el texto a su amigo, el pintor y realizador mexicano Emilio Amero. Pero la idea quedó archivada hasta fines de los noventa, cuando escenógrafo y cineasta catalán Frederic Amat decidió, tras un minucioso estudio del texto, embarcarse en el rodaje del guion aunque el film pasó desapercibido. Ahora, el artista y performer canadiense Marcel Dzama desempolvó esta historia y armó con ella una presentación especial comisionada por The Performal Biennial, que se realiza en Nueva York. En este juego de espejos, explican los organizadores de la Bienal, la propuesta es recuperar esa obra perdida y reivindicar el rol de Lorca como artista de vanguardia de inspiración mundial. “Dzama combina una actuación en vivo con una película recién encargada que utiliza elementos de Viaje a la Luna para contar la historia no sólo de la muerte de Lorca, sino de su resurrección. Contada en la estructura de viñeta de la obra original, Dzama sigue a Lorca narrando esta historia a través de canciones y poemas en inglés y español, todos escritos por el artista”, explicaron. La elección de Dzama como impulsor de la propuesta no es casual. Entrevistado por The New York Times, el artista mostró su colección de 250 máscaras hechas a mano, en materiales tan diversos como cartapesta o madera. Aunque, según contó, debió vender estos objetos cuando se mudó de Winnipeg a Nueva York en 2004, al tiempo ya los había recuperado en diversas subastas. También para su nueva performance, apeló a este peculiar universo. “Hice un molde de una máscara de extraterrestre que compré en la calle. Para la película de Lorca necesitábamos una cabeza que explotara. La llenamos de condones llenos de espaguetis y salsa de chocolate y la rompimos dejando caer encima una sandía pintada como la Luna. En la obra, esto completa su sentido”, explicó. Como homenaje lorquiano, Dzama comentó que entre sus máscaras preferidas se encuentra una de inspiración africana que André Breton tenía en su estudio. También esta máscara aparecerá en la performance con la que Lorca vuelve a Nueva York, al igual que esos versos performáticos que dicen “En el aire conmovido/ mueve la luna sus brazos/ y enseña lúbrica y pura/ sus senos de puro estaño”.