“¿Puedo decir el chiste que a mí me gusta de Arlt?”, pregunta Marilú Marini a Diego Velázquez, quien asiente entre risas, predispuesto a escuchar una vez más la humorada literaria. La actriz continúa: “Yo tengo un chiste preferido de Arlt, que no sé si es de Los siete locos, o de Los lanzallamas, en el que el Astrólogo dice: ‘¿Cómo hacer una revolución sin derramar una gota de sangre?’. Y Bromberg le contesta: ‘Hombre estrangulado no sangra’”. Ambos estallan en una carcajada, y ese goce compartido da cuenta de cómo el mundo arltiano caló hondo en sus cuerpos y consciencias de artistas.
Fue Velázquez el que comenzó a pensar en el proyecto que los llevó a trabajar juntos por primera vez, mientras interpretaba a Erdosain para la serie televisiva Los siete locos y Los lanzallamas, que se emitió por la Televisión Pública, en 2015. Meterse en la piel del célebre personaje creado por Roberto Arlt avivó su curiosidad y lo llevó a indagar en otros de sus escritos hasta que descubrió un título que captó su atención: Escritor fracasado. La historia, que integra el libro de cuentos El jorobadito (1933), revela el triste presente de un hombre que supo ser una joven promesa de las letras, exitoso, admirado y elogiado por sus colegas, pero al que la inspiración le juega una mala pasada, al punto de ya no poder escribir ni una sola línea digna de ser publicada. Fascinado por el relato catártico, desesperado, de ese escritor resentido por la pérdida de su don, el actor decidió llevar esas palabras a la acción teatral. “La idea del unipersonal no es algo que me atrae mucho, pero el deseo de hacer escuchar este texto fue grande”, revela. Y ese deseo es el mismo que traslada a la escena con un papel que le calza justo y que le ofrece la posibilidad de mostrar su versatilidad actoral, con una representación en la que se luce en todos los frentes, incluso hasta cuando canta en vivo una versión en español del tema “Greatest motherfucker”, de John Grant.
A medio vestir, calzado con unos zapatos de traje y medias tres cuartos, y con un palo de golf que oficia de bastón, Velázquez recibe al público en bata, intercambia miradas, sonrisas, y se deja fotografiar antes de pedir amablemente que apaguen los celulares. Nunca se sabe cuándo comienza o termina de actuar, y esa naturalidad y esa fluidez son parte de la adaptación especial que construyó primero en soledad, y luego con la inmejorable complicidad de Marilú Marini, quien al mismo tiempo debuta en el rol de directora. “Estoy muy contenta”, dice al respecto, y agrega: “Con Diego fuimos cómplices en la tarea de desacralizar lo arltiano, y de volverlo un lenguaje que fuera próximo y popular”.
Mientras trabaja cada uno por su lado –Velázquez actúa en Miedo, de Ana Frenkel, y Marilú Marini interpreta Todas las canciones de amor, de Santiago Loza–, de viernes a domingos se juntan para dar vida a una criatura teatral que destaca por la originalidad de su puesta, y lo hacen con la misma alegría que les provoca escuchar el chiste de Arlt.
–¿Qué vio en este cuento para decidir realizar una adaptación teatral?
Diego Velázquez: –Me sorprendió mucho encontrarme con ese material. Como también me había pasado con Los siete locos y con Los lanzallamas, vi algo muy predictivo en Arlt. La poesía embarrada que tiene para explicar algunas cosas es fabulosa, y habitó de tal manera su época que pudo ver muchas cosas que iban a suceder después, y en el caso de Escritor fracasado hay algo de cierta dinámica del mundillo de las artes, de cómo se conforma un artista, y cómo se sostiene eso, donde pareciera que lo único que importa es figurar, permanecer, pero donde no hay un deseo de comunicación con un lector, y eso me pareció muy trasladable a nuestro tiempo. Casi cien años después de la publicación de este cuento, hay cosas que se han empeorado muchísimo más en este sentido.
–¿Cómo aparece la idea de convocar a Marilú Marini para dirigir la puesta?
D. V.: –No se me ocurría quién podía dirigir esta obra, pero tenía ganas de trabajar con alguien con quien no hubiera trabajado antes, y que también me pudiera ayudar desde lo actoral a hacer este texto juguetón. Esta es una escritura muy atiborrada de palabras, y había que hacerla escuchar. Creo que hay muchos menos directores de actores que puestistas, y yo necesitaba a una directora de actores. Cuando le conté todo esto a Oria Puppo (escenógrafa y vestuarista de la puesta), me dijo: “¿Por qué no le decís a Marilú?”. Nosotros nos conocíamos socialmente, pero no teníamos un vínculo, y yo sabía que ella nunca había dirigido. Entonces me dije: “El ‘no’ ya lo tengo”, y le escribí, y le mandé la primera adaptación, provisoria, que había hecho. Sentí que ella era la persona ideal porque es una actriz muy física y con una experiencia muy grande de estar sola en escena, lo que para mí era algo muy difícil porque nunca había hecho esto.
–¿Y qué le sedujo a usted de esta propuesta para que decidiera embarcarse en su primer trabajo de dirección?
Marilú Marini: –Primero debo decir –y no es para masajearle el ego a Diego (risas)– que lo había visto trabajar en numerosas oportunidades, por lo menos en cuatro obras, y me encanta su presencia, porque es un actor que actúa a través del cuerpo. Eso es lo que me dio muchas ganas de trabajar con él. Al mismo tiempo, el cuento de Arlt me hizo un cortocircuito revolucionario, en el sentido de lo congruente del concepto de este personaje, y de la calidad que tiene el texto. Hay una claridad en lo que el autor quiere decir, y una escritura intrincada, que se da como a borbotones, con un personaje que quiere hablar todo el tiempo, como si las palabras se le cayeran de la boca. Pero, además de todo eso, fue la inconsciencia la que me llevó a aceptar (risas).
–Y ahora, después de esa “inconsciencia”, ¿cómo evalúa su experiencia en este nuevo rol?
M. M.: –Estoy feliz, porque nos entendimos muy bien con Diego. Hubo algo creativo, porque me encontré con un actor que ya tenía tatuado, por dentro de la piel, el mundo de Arlt. Aunque este personaje es opuesto al de Erdosain, que también lo había interpretado, ese mundo, esa poesía, y esa forma de mirar el hecho real y convertirlo en un acto poético, como hace Arlt, ya estaban en él.
–Este escritor es un personaje un poco antipático, pero que busca seducir y hacerse querer. En la puesta es evidente que han trabajado para que éste pueda generar una empatía con el público…
D. V.: –Sí. Había que hacer que a la gente le diera ganas de acompañarlo durante una hora por lo menos, y que se encuentre riéndose con él, aunque en la frase siguiente se dé cuenta de que le desagrada lo que está diciendo. Se hizo mucho foco en tratar de tener al público atento y acompañando, y con herramientas muy claras y precisas, que era lo que yo anhelaba. Marilú aportó para esto una mochila de ideas y una caja increíble de herramientas, con cosas muy concretas y con cero enrosque psicológico.
–El personaje también despierta cierta compasión, porque en definitiva lo que vive es un drama, y un conflicto interno causado por ya no poder hacer lo que hacía, que es escribir.
D. V.: –Sí. Es alguien que quiere ser algo que no es. ¿Quién en algún lugar no puede empatizar un poco con eso? Más allá de la seducción, y de lo gracioso que pueda ser él, la idea también era que el público pudiera ver esa situación y pudiera identificarse con ella, que era lo más difícil. El dice: “Yo no podía resignarme a ser una partícula silenciosa, que en la noche se sumerge en el sueño colectivo. Yo quería ser una voz”. ¿Y quién no quiere ser una voz? El se transforma en alguien, a través de la mirada de los otros. Son los otros los que hacen de él una promesa, la misma promesa que él finalmente no puede llegar a cumplir.
–¿De qué manera trabajaron la adaptación del texto?
D. V.: –En el texto hay cosas que se reiteran, y hay muchas adjetivaciones, entonces tratamos de podar un poco la escritura para que realmente se pueda escuchar.
M. M.: –Nosotros estábamos pasando de un texto leído a un texto teatral, donde no hay posibilidad de volver atrás, y nuestro objetivo era que el concepto de lo que estaba diciendo Arlt fuera recibido y escuchado por la gente. Para eso necesitábamos dardos, caricias, cachetadas, o abrazos precisos que el espectador pudiera seguir. Yo soy una gran admiradora de la estructura, y lo que nosotros tratamos de armar con el texto era una estructura que le diera a Diego una columna vertebral, algo que armara, pero que también le diera libertad, porque la obra evoluciona con cada función.
–La interacción permanente del actor con el público, aun antes de que comience la obra, ¿fue también una decisión consensuada dentro de este proceso de adaptación?
M. M.: –Sí. El concepto de que Diego esté recibiendo al público es parte de la propuesta, porque él es el dueño del espectáculo. Pienso que armamos algo que tiene esta estructura, que es algo orgánico, para permitir que todas esas variaciones que se dan con el público puedan ser incorporadas a la obra.
–Usted mencionó que la idea del unipersonal no le atraía, pero el texto requería asumir ese formato. ¿Cómo transita este desafío?
D. V.: –Es algo que todavía estoy descubriendo. Recién ahora estoy empezando a ver cómo es, y estoy pudiendo disfrutarlo. Yo estoy muy acostumbrado a trabajar con mis compañeros, y que ellos sean mis salvavidas, y mis pasamanos. Y acá me doy cuenta de que esos salvavidas pueden ser el público, o los chicos que están en la cabina, y que no estoy tan solo como creía que estaba. Además, estoy apoyado en una estructura sólida, como decía Marilú, y trabajamos mucho para eso. Tengo unos nervios que hacía mucho no tenía al momento de actuar. Este personaje te habilita cierta impunidad, y eso es divertido.
–La obra de Roberto Arlt sigue siendo objeto de culto para el teatro, el cine y la televisión. ¿A qué atribuyen esa vigencia y ese redescubrimiento permanentes?
D. V.: –Arlt es profundo, medular y muy argentino. Su escritura es existencial. Hay mucha gente que no se banca una lectura de Los siete locos porque le parece muy compleja o muy oscura, pero cuando entrás ahí es increíble el nivel de su poesía. Es alguien a quien vuelvo siempre, y tuve la suerte de poder hacer una serie televisiva que me hizo volver a leerlo, porque es muy distinto leerlo a los 20 años que leerlo a los 40. A mí me sorprende que exista mucha gente que no lo conoce. Es por eso que quisiera acercar su obra al público, y lo que pasa con Escritor fracasado es parte de eso, porque quiero que la gente escuche estas palabras que escribió este hombre hace un montón de tiempo.
M. M.: –A mí Arlt me produce una sensación de leer algo que ya conozco, y que tiene que ver con dos cosas que están en su escritura. Por un lado, lo que él dice y piensa sobre la realidad social y artística de su momento, y que es tan vigente hoy, y por otro lado la energía que hay en eso. En él hay humor, y una ironía feroz. Pienso que era una persona que estaba en ebullición constante, y que era como el magma adentro del volcán, que cada tanto escupía cosas como estas obras que su generosidad nos dejó. Cuando lo leí, yo era una adolescente, y por eso tengo que agradecerle a Diego porque me hizo redescubrirlo.
–El título mismo de la obra alude al fracaso personal que siente el protagonista. ¿Cómo es posible definir un fracaso propio? ¿Es uno mismo o los otros, desde afuera, quienes pueden definirlo?
M. M.: –¿Quién mide el fracaso? Estamos hablando de la mirada del otro, y de alguien que nos dice si es un éxito o un fracaso lo que hacemos. Pienso que eso es algo que a nosotros no nos incumbe. El éxito es una palabra que da cierto vértigo, aunque si tuviera que definirlo diría que tiene que ver con sentirme plena con lo que estoy haciendo, mientras que el fracaso se vive cuando uno está en una posición mezquina frente a algo que realiza.
D. V.: –En nuestra profesión, el éxito y el fracaso son dos palabras muy asociadas. Yo particularmente no creo en eso, porque son dos extremos, y en el medio hay una variedad de grises hermosos que son los que trato de habitar todo el tiempo. El éxito y el fracaso son para el afuera. A los actores se nos está poniendo en ese lugar todo el tiempo, y es más compleja la realidad como para reducirla a eso.