Quizá porque es casi la única divisa que cualquier humano entrenado en el lenguaje del capitalismo puede entender sin necesidad de acudir a algún conversor o traductor, el tiempo es dentro de nuestro sistema una noción fundamental: cuántos años de experiencia tenés, cuánto vale tu hora de trabajo o cuántas semanas hace falta para llevar un proyecto adelante son preguntas que cualquier persona inserta en el mundo laboral puede responder sin necesidad de pensar mucho, sea cual sea el rubro en el que se desempeña. En la obra de Federico León, el tiempo también puede pensarse como un principio ordenador de todos los demás elementos, aunque por motivos diferentes: es el campo de batalla sobre el cual los personajes luchan para llevar adelante sus objetivos y sus ideas, un aliado y el enemigo más íntimo a la vez.
Quizá un repaso breve por alguno de sus trabajos sirva para entender. En Las multitudes, más de cien intérpretes de muy diferentes edades, desde niños hasta ancianos, se encontraban y desencontraban en escena para tejer en conjunto reflexiones sobre el amor y los vínculos humanos. Yo en el futuro planteaba desde el vamos un juego de espejos generacionales: la obra partía de las filmaciones caseras que un grupo de chicos de los años ’50 había creado para ser vistas en la posteridad y esos mismos chicos, devenidos adultos en el presente de la obra, intentaban convencer a un grupo de sucesores que repitiese esas filmaciones para continuar con el ritual de registrarse y ser vistos más adelante. En El adolescente, dos adultos se infiltraban entre jóvenes para intentar recuperar a la fuerza su energía vital. Así podríamos seguir mencionando otros ejemplos de la obsesión del dramaturgo y director por el paso del tiempo. O, mejor dicho, de su obsesión por capturar y representar ese paso del tiempo en su obra –compuesta por películas pero sobre todo por obras de teatro; paradójicamente, un arte tan efímero como el tiempo en sí–.
Resulta bastante natural, entonces, que la próxima obra de León, que se estrena este jueves en el Teatro Sarmiento, se llame Los tiempos. La obra, como toda obra de teatro, se desplegará en el presente, pero implicará a su vez un ejercicio de profunda vinculación con el pasado, porque está construida a partir de algunos fragmentos de gran parte de las piezas anteriores del autor. Fragmentos mezclados y montados en una creación nueva, que desde su concepción establece un diálogo con las huellas de todas esas piezas anteriores y, al mismo tiempo, las actualiza. Quien conozca bien la obra del autor reconocerá en Los tiempos escenas de Cachetazo de campo, El adolescente, Las ideas, Las multitudes, Yo escribo, vos dibujás, Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack y Yo en el futuro. Quien en cambio vaya con ojos vírgenes verá algo nuevo, algo que no se parece a casi ninguna otra cosa que puede verse en el teatro hecho en Buenos Aires. Una maquinaria escénica contaminada por el cine y la performance y que además toma muchos elementos del arte conceptual en su forma de vincularse con el espectador.
Desde el nacimiento del ciclo Artistas en residencia, que invita a los creadores elegidos a montar una retrospectiva de su obra, el Teatro Sarmiento es la sala de esta ciudad destinada a volver a llevar a escena obras de autores y directores emblemáticos de las artes escénicas locales. Esa operación permite a los espectadores más jóvenes conocer las obras de esos artistas y reponer parte de su recorrido. A su vez, ofrece al público que ya había visto esas puestas la posibilidad infrecuente de un reencuentro con esos materiales muchos años después. Ahí mismo, en el Sarmiento, montaron sus retrospectivas Matías Feldman, Leticia Mazur, el grupo Piel de Lava, Lucía Seles y Mariana Chaud. Pero esta es la primera vez que la invitación a volver sobre las propias huellas cobra forma de una sola obra construida de fragmentos.
Para explicar cómo llegó a darle forma a Los tiempos –que durará, igual que todos sus trabajos previos, alrededor de una hora–, Federico se vale primero de las ideas que quedaron en el camino: le gusta contar sus ondulantes procesos creativos como aquello que finalmente no fue, porque eso lo ayuda a entender y contar lo que tiene entre manos. “Hace varios años estaba con la idea de hacer una obra de fragmentos. No tanto con obras mías sino con las de otros: las obras que yo había empezado a ver cuando empecé a ver teatro. Quería hacer una varieté de recuerdos, de pedacitos que habían sido importantes para mi educación sentimental y artística. Una actuación de Machín, una escena con títeres que vi cuando empecé a hacer teatro en una muestra de fin de año en lo de Bartís y me quedó grabada a fondo, la discusión de Dos personas diferentes dicen hace buen tiempo, que habían escrito, dirigían y actuaban Rafael Spregelburd y Andrea Garrote. Estaba con eso dando vueltas, volver a traer a la vida algunos estados que me habían conmovido mucho. Ni siquiera se trataba de escenas completas, era más bien eso: el afán de volver a ciertos momentos de actuación”, recuerda. Esa idea, tan hermosa como impracticable, seguía dando vueltas en la cabeza de León cuando le llegó la invitación de Vivi Tellas, directora artística del Sarmiento, para hacer la retrospectiva. Pero volver a llevar a escena sus obras enteras no le terminaba de cerrar. Y entonces, a su idea original e impracticable le pasó una de las mejores cosas que le pueden pasar a una idea original e impracticable: devenir otra cosa, aunque en esa operación se pierda cierta pureza.
Quizá convenga advertirlo: las escenas que finalmente conformarán Los tiempos no siempre están recreadas tal y como existieron en su momento, en las obras originales de las que fueron extraídas. De lo que se trató, en realidad, fue de llevar a escena sus trazas y las operaciones que estaban contenidas en ellas. La escena elegida de Las multitudes, por ejemplo, no tiene esta vez 120 actores sobre el escenario sino una veintena. El pedacito seleccionado de Las ideas no será interpretado por Julián Tello, que acompañaba a León cuando la obra se estrenó, sino por Gastón Frías. Y es que, mucho más que una copia fiel de lo que había hecho en su momento, al director le interesó volver sobre sus procedimientos más recurrentes, que a veces incluso se repetían de una obra a otra de forma no del todo consciente.
Además de los dispositivos inmateriales estarán los materiales. En ese sentido, Los tiempos puede pensarse también como un recorrido por muchas creaciones de Ariel Vaccaro, que trabaja con León desde su segunda obra (es decir, casi desde siempre). En el escenario del Sarmiento aparecen el piano de Yo en el futuro, la mesa de ping pong de Las ideas y otros elementos que conformaban distintas escenografías de obras previas, ahora invasores del paisaje de otras. “La obra también vuelve a poner a jugar muchos de esos objetos raros creados por Ariel: una ballesta lanza-pelotas, el casco que estallaba en El adolescente, el globo de Las ideas”, enumera Federico. “Muchos de esos elementos habían sido creados para una obra, al final no funcionaron y terminaron siendo usados para la siguiente. Entonces, para mí, Los tiempos tiene algo de reencarnación de los objetos, de resignificación: una cosa que en una obra aparece muy poquito después es muy protagonista en otra”.
Los tiempos llega casi cinco años después de Yo escribo, vos dibujás. Ese período de silencio, que para otros directores podría parecer inmenso, es habitual en la medida León del tiempo: “Tuve épocas en las que estrenaba un poco más seguido, cada tres o cuatro años, pero jamás pude apurar demasiado los procesos. Creo más en activar las cosas cuando a uno le hacen un sentido absoluto”.
Así como con el correr de los años y de los estrenos aprendió a conocer sus tiempos como artista, durante la creación de esta nueva obra Federico empezó a hacerse preguntas personales –que nunca dejan de ser políticas– sobre el uso del tiempo. “Mientras pensaba en esta obra pasaron varias cosas en mi vida: vino la pandemia, nos encerramos, fui papá. Y por un lado empecé a pensar, medio como chiste, que estaba haciendo esto para mi hijo, para que se ponga al día con mi trabajo y entienda a qué se dedica su padre. Que estaba haciendo una suerte de trailer conformado por pedacitos para que no tenga que ver las obras enteras en video, que es mucho más aburrido”, bromea. Y sigue, pasada la chanza: “Empecé a pensar mucho en la actividad, en mi vínculo con la actividad. Sentí un cambio enorme en mí, como una suerte de descubrimiento de hay un montón de cosas por fuera del teatro, o con lo que a mí me pasaba con hacer teatro. Antes, hacer teatro me generaba un tipo de intensidad que era incompatible con cualquier otra cosa. Supongo que tendrá que ver con la adultez o con cierto cancha ganada para poder estar de manera intensa en lo que uno hace y también en otros lugares: familia, amistad, la vida. Como una suerte de descubrimiento de que la vida me interesa bastante. Y no es que antes no me interesara, pero siento que Los tiempos es la primera obra que me permite alternar: trabajar y vivir en simultáneo muchas otras cosas que no me quiero perder. Cosas que, descubro ahora, con los años, me son importantes”.
Los tiempos se estrena este jueves, y se presentará de miércoles a domingo, en el Teatro Sarmiento, Av. Sarmiento 2715. A las 20.