El camión recolector de basura eleva el contenedor y vacía el contenido en el receptáculo que llevará los residuos a su destino final. Una carpeta con un texto manuscrito cae en la vereda y un linyera la recoge, leyendo de inmediato y en voz alta las palabras impresas. “Era el final de los años 90. Teníamos menos de dieciséis años y desde entonces mi primo Lorenzo ya estaba muy Lorenzo, como diría mi madre. Se suponía que veríamos una película de acción en el cine. Yo acababa de llegar a Guadalajara de Los Altos y mi primo trajo a dos amigos para presentarnos y discutir la idea de un business”. Las palabras remiten al libro del escritor mexicano Juan Pablo Villalobos No voy a pedirle a nadie que me crea y también introducen su adaptación cinematográfica, comandada por su coterráneo Fernando Frías de la Parra, el mismo realizador de Ya no estoy aquí, la película indie que se transformó en un fenómeno de culto a partir de su lanzamiento en festivales y salas de cine, en 2019, y luego en Netflix. La misma plataforma estrenará el nuevo largometraje del cineasta el próximo miércoles 22 de noviembre, luego de pasar por la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata. Se trata de una película mutante, camaleónica, llena de vericuetos, callejones sin salida y movimientos en zigzag, que traslada con inteligencia el texto de Villalobos, que desde su lanzamiento editorial en 2016 se impuso como un fenómeno literario de envergadura. Una historia protagonizada por un joven mexicano también llamado Juan Pablo, estudiante de literatura y ganador de una beca en la prestigiosa universidad catalana Pompeu Fabra, que prepara su viaje no sin antes meterse en un problema con mafiosos narco de su país. Un relato en el cual los choques culturales y diferencias de clase van de la mano de la sátira mordaz, pero siempre juguetona, a las correcciones políticas de nuestros tiempos. Tarea ardua la de Frías de la Parra, ya que la novela, con su tono sarcástico y constantes cambios de timón narrativo, no resultaba particularmente sencilla para un traspaso de ámbito creativo.

Fernando Frías de la Parra en rodaje

Después de la secuencia de títulos, que imita un típico video porno de los años 80 o comienzos de los 90, tracking malogrado de VHS incluido, Juan Pablo (Dario Yazbek Bernal, el actor de La casa de las flores y hermanastro de Gael García Bernal) se apresta para abandonar el terruño e instalarse durante una temporada en Barcelona. La relación con su novia Valentina (Natalia Solián, la protagonista de Huesera) no está pasando por el mejor momento y las perspectivas de escape resultan más que tentadoras. La perspectiva original del protagonista es clara: preparar un doctorado sobre los límites del humor en la literatura latinoamericana del siglo XX. Pero a escasos seis minutos de comenzada la historia Juan Pablo recibe un llamado de su primo, involucrado con los narcos, y en un galpón destartalado es testigo de su asesinato, que hace las veces de amenaza. Si acepta la nueva misión, el muchacho deberá instalarse en Barcelona junto a su pareja e infiltrarse en la universidad con un plan que permanece en el misterio más absoluto. De no aceptarla, muy simple: una bala en la cabeza, como a su primo. Esa instancia tan violenta como inesperada es apenas la punta de lanza de los mil y un cambios de registro e intensidad de un film que pasa de la comedia de costumbres al relato criminal, del drama romántico al relato de crecimiento, del humor de situaciones al absurdo en cuestión de segundos. El origen de todo, el germen de la película que recién ahora ve la luz, es de larga data y está relacionado con algunos problemas de producción de su película anterior. “Era el año 2017, finales de año”, recuerda Frías de la Parra, sentado en el café del Hotel Provincial luego de la primera proyección de la película en el festival marplatense, “y ya había filmado toda la parte que transcurre en Monterrey de Ya no estoy aquí. Faltaban las secuencias de los Estados Unidos, y además de la presión de la falta de presupuesto, el protagonista, Juan Daniel, había hecho ya tres entrevistas para obtener la visa. Pero en la embajada le ponían mil peros y siempre se la negaban, con preguntas diseñadas para que eso ocurriera. En ese tiempo de espera, entre deprimido y presionado, compré el libro de Villalobos de la manera más insólita. Fue gracias a una de esas recomendaciones del algoritmo de una librería online: como habías comprado tal libro te recomendamos este otro”.

Frías de la Parra ya conocía la obra anterior de Villalobos y recuerda particularmente la lectura de la primera novela del escritor, Fiesta en la madriguera, pero al encontrarse con No voy a pedirle a nadie que me crea la idea de filmarla lo cautivó de inmediato. “Lo cierto es que hay factores en común entre mis dos películas más recientes, como el tema inmigratorio, pero por otro lado existen muchas diferencias. Una vez que me reuní con Villalobos y la cuestión de los derechos fue avanzando, comencé a pensar en el guion, en la adaptación. Lo que suelo hacer es escribir una suerte de diario en el cual apunto las cosas que deben estar. Conforme pasa el tiempo voy viendo si son simples necedades o realmente son necesarias para la película. Por ejemplo, en Ya no estoy aquí apunté muchas noticias periodísticas de la realidad, que luego fueron absorbidas por la ficción de la película, y en este caso escribí chistes buenos que escuchaba, borradores de personajes. Cosas que no eran traducibles directamente al formato cinematográfico, pero que podían ser útiles. Villalobos me dijo que su idea para el libro era una historia que iba perdiendo narradores, algo muy lúdico pero que resulta muy difícil de trasladar al cine. Sí intenté mantener la parte juguetona del texto y subirle el tono a la meta-narración”. En la ficción, Juan Pablo también lleva una suerte de diario íntimo en el cual describe todo lo que le pasa, y el resultado es un manuscrito para un libro futuro de dudosa publicación que es también, a su manera, el guion de la propia película. El inopinado héroe recibe las órdenes de los narcos mexicanos e intenta cumplirlas y mientras el stress comienza a hacer de las suyas, incluido un sarpullido general en todo su cuerpo y rostro, conoce a una galería de personajes a cuál más excéntrico, intenso, misterioso o todo eso junto. Por la pantalla desfilan un argentino entrador y algo garca (Juan Minujín), un italiano anarquista y okupa, un político encumbrado con conexiones non sanctas, un matón chino que fuma como una chimenea y una joven catalana, estudiante de estudios de género, con la cual Juan Pablo está obligado a interactuar por su propio bien (Anna Castillo).

Como si se tratara de un Después de hora en el cual el protagonista no atravesara una única noche sino varios meses de existencia laberíntica, cuya salida permanece absolutamente fuera de su visión e intuición, Juan Pablo recorre los días y las noches de Barcelona intentando llevar a cabo la misión, como una marioneta sin hilos. Pero si algo no le falta a No voy a pedirle a nadie que me crea es el sentido del humor, usualmente ácido y absurdo, por momentos surrealista. “Está la cuestión del choque cultural, desde luego”, reflexiona Frías de la Parra, “pero también esos villanos que parecen salidos de Malolandia, como en Los Simpson. Malos de caricatura. Creo que estamos en un momento del mundo en el cual ciertas cosas que aparecían en la serie de Matt Groening hoy forman parte de la realidad. Si me hubieras dicho a mí hace veinte años que Donald Trump iba a ser presidente te hubiera dicho que era imposible”. La conversación con el realizador comienza a girar alrededor de la batidora de géneros, siempre abordados de manera tangencial, que forman parte esencial del corazón del film. Aparecen nombres como el de Jonás Trueba (el naturalismo a la hora de retratar las relaciones de un grupo de jóvenes) e incluso el del uruguayo Federico Veiroj (el absurdo, el entretejido casi onírico de los hechos y sus consecuencias). “Me gustan esas referencias, pero agrego que me gustan las ficciones en las cuales los personajes hacen cosas absurdas de manera seria. Silvia Prieto es una película que me encanta, por ejemplo. La premisa aquí era que el espectador dijera ‘que demonios estoy viendo’. En Ya no estoy aquí lo que hicimos fue fragmentar la línea temporal, que la parte emocional fuera un pasito más adelante que la parte racional y lógica, la información. Que sientas las cosas y luego se expliquen. No me gusta que vayan a la par, porque resulta algo obvio, didáctico. En este caso quería que el absurdo fuera varios pasos adelante y que la información llegara después para subvertir así los géneros. En Latinoamérica en general, tal vez menos en Argentina pero sí en México, se espera que se hable de la realidad de una manera única. Pero podemos hablar de ciertas situaciones sin tener que explotar la violencia, la porno miseria. El público europeo está acostumbrado a la idea de que en nuestras películas la violencia en pantalla sin contexto es una manera de sublimarla. Yo creo que podemos hacer otras cosas, contar otras historias, proponer también caminos actorales distintos. No voy a pedirle a nadie que me crea no es ni un neo noir, ni una comedia, ni un thriller, ni un film de denuncia, pero tiene un poco de todo eso”.

En determinado momento del laberíntico tránsito por su nueva realidad, Juan Pablo participa de una clase en la cual se discute la continuidad de los estereotipos de género en el porno e incluso el cine experimental. Es una de las secuencias más abiertamente graciosas de la película, un momento en el cual el protagonista se enfrenta a un nuevo desafío en su camino hacia… quién sabe dónde. “Me parecía importante incluir esa discusión en la clase respecto del porno, y qué nos puede gustar dependiendo de dónde viene. Llegamos a un momento en el cual se suele escuchar que sólo pueden escribir sobre el rugby aquellos que juegan al rugby, que sólo los que tienen un color de piel pueden crear personajes de ese mismo color. Si seguimos por ese camino estamos relegando al menos la mitad de lo que se crea en el mundo. Vivimos en una época en la cual estamos muy censurados por la corrección política, y por un costado que no está ligado a la convicción o los valores, sino al miedo. Estamos todo el tiempo pisando cáscaras de huevo por miedo a ser cancelados, por querer estar del lado correcto de la historia, más allá de cualquier ideología. Pero que no digamos las cosas no quiere decir que no existan. Por eso la idea era invitar a los estereotipos para modularlos: el chino que fuma y no habla español, el argentino ventajoso, el italiano gritón y okupa, el mexicano narco, la madre mexicana clasista y racista. Creo que es más oportuno partir de esos estereotipos que llegar a ellos como destino final, porque eso es lo que ancla el tono de la película”. Como un testigo que es al mismo tiempo partícipe de su propia aventura –¿incluso su creador? – Juan Pablo avanza a tientas sin saber hacia dónde se dirige, quizás transmutado, pero sin consciencia de ello. Cuando la ruta está por llegar a su fin un nuevo misterio sin posible solución desembarca en la pantalla (y en el manuscrito que puede verse en ella). El acto de desaparición más inesperado. Para el realizador el film “se burla también de sí mismo. Creo que la película encuentra su licencia para ser tan desarbolada, tan saturada, en el hecho de que lo que estamos viendo es el intento de un joven no profesional, aspirante a escritor, de escribir su primer borrador. Y que, por lo tanto, no puede ser pulcro ni pulido. Si así fuera sería una película muy artificiosa. Lo que vemos es un manuscrito, una maqueta. El mayor desafío era honrar esa idea sin perder de vista que estamos contando una historia, con sus personajes, sus acciones y consecuencias”.

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