La obra de John Ashbery, que finalizó el domingo pasado 3 de septiembre, es quizás la más contundente que ha dado la poesía en lengua inglesa de fines del siglo XX. Fue nombrado de mil modos; poeta posmoderno, sobre todo, pero también como el ala poética del expresionismo abstracto, o como el poeta lingüista. Muy pocos poetas han sido tan leídos y su influencia ha sido tan poderosa como la de Ashbery. En América Latina, Roberto Echavárren lo leyó, lo tradujo y lo discutió y algo de la potencia de su voz es compartida con el poeta norteamericano. 

Quizás el rasgo más importante de la obra de Ashbery es el hecho de que sus poemas tienen una forma crítica, filosófica y reflexiva como muy pocos poetas han tenido después de TS Elliot y que es evidentemente heredera del romanticismo. Al mismo tiempo durante toda su vida, se dedicó a explorar la poesía en inglés y francés, y las artes plásticas contemporáneas. 

Su obra máxima, por la que le fueron otorgados todos los premios posibles para un escritor de poesía norteamericano, es Autorretrato en un espejo convexo del año 1976, en donde explora de manera prismática y poética, la obra de arte del mismo nombre del Parmigianino. 

La obra del siglo XVI es, de por sí, uno de los grandes enigmas de la historia de la pintura; pero pensada en la voz de Ashbery se vuelve un ícono de la idea misma del yo, de la reflexión acerca de sí mismo y de la relación entre el pensamiento de sí y la técnica moderna. Sus reverberaciones son tan plurales que fue pensada como una de las obras literarias que dio origen a la postmodernidad, a la idea, muy de los años ochenta, de la meditación de un texto sobre sí mismo, la parodia, la ironía, y todas las teorías de la literatura que estaban explotando por esos años en Francia y Estados Unidos. Y que, en más de un sentido siguen impactando nuestro presente. 

Tuvo Ashbery la buena o mala fortuna de que su obra fuera considerada como el pináculo de la historia de la literatura por uno de los teóricos más antipáticos del momento: Harold Bloom, que afecto como era a las listas y las consagraciones, en un momento lo consideró el poeta por antonomasia del presente. Lo que lo sumergió en una serie de debates que tiñeron su obra de justa deportiva. 

Más allá de eso, Ashbery ha seguido una tradición de grandes poetas, a la que efectivamente ha contribuido con algunos poemas preciosos como pequeñas cajitas de música (porque el problema de la forma en poesía era uno de sus grandes preocupaciones) como su libro El tren de la sombra y otros tan voluminosos como un tratado de metafísica, el Diagrama del flujo.  

“Paradojas y oxímoron” es uno de esos poemas tan formalistas y lúdicos que escribió: Este poema tiene que ver con el lenguaje en un nivel muy básico./ Observa cómo se dirige a ti. Miras por la ventana/ o pretendes juguetear con algo. Lo entiendes, pero no lo entiendes realmente./ No lo captas, o él no te capta a ti. Ninguno de los dos lo capta.// El poema está triste porque le gustaría ser tuyo, pero no puede. ¿Qué es «un nivel muy básico»? 

A los 42 años conoció a un joven veinteañero que era uno de los más grandes estudiosos de su obra, con quién se casó y ese matrimonio continuó hasta el fin de sus días. David Kermani, su marido, era también el colector de su bibliografía y el organizador de su obra.