La cultura japonesa acuñó el concepto “mundo flotante” para referirse a esos universos clandestinos y sensuales que aparecen por la noche y se desvanecen con el día. En las ciudades modernas se materializan en los saunas, los parques y bosques eróticos, las calles suburbanas plenas de prostitutas y taxi boys, los cabarets, los mingitorios de baños públicos, las estaciones de trenes, los clubes nocturnos y bares que propician que se desate la concupiscencia de la carne. Quizás la belleza de esos reductos de la voluptuosidad radica en que son metáfora o dan cuenta de que, frecuentemente, lo mejor en la vida se vive una noche y desaparece para siempre.

El aclamado y popular director de películas gays, Ferzan Özpetek es un maestro en el arte de retratar esos mundos flotantes. Ya lo había hecho con los baños turcos en Hamam (1997) y ahora lo vuelve hacer en Nuovo Olimpo, a partir del cine cuyo nombre da título a su última creación.

Según la ficción autobiográfica del director, en la Italia de los años setenta, algunos cines y pasillos de cine de los suburbios romanos eran lugares utópicos de encuentros para el ligue entre varones, pero también servían para forjar redes de amigos y solidarias comunidades homoeróticas. No eran cines pornográficos, sino cines que daban espacio a los directores de nombre más glorioso para la historia del séptimo arte italiano: Federico Fellini, Pier Paolo Pasolini, entre otros, que, particularmente en esos años, 68 daban luz a títulos de alegre sexualidad hijos de las ideas liberadoras de Mayo del 68 tales como Bocaccio70 o El Decamerón, respectivamente.

Ese es el escenario y el contexto en la cual se conocen Enea (Damiano Gavino) y Pietro (Andrea Di Luigi) dos muchachos de veinticinco años cuya belleza hubiera hecho las delicias onanistas del poeta Sandro Penna. En el cine “Nuevo Olimpo”, regenteado por la hermosa y entrañable “pajarera” -cuyo look evoca a la inmortal diva Mina-, Titi (extraordinariamente Luisa Ranieri), los jóvenes se encuentran, se enamoran y al poco tiempo devienen amantes. Las estéticas escenas de los cuerpos desnudos gozando en la cama filmadas por Ozpetek, que incluye la visión de sus genitales erigiéndose o colgando alegremente, tiene reminiscencias al cine de Pasolini.

Sin embargo, obnubilados por los brillos del amor y por la aparente libertad sexual, los jóvenes olvidan que la peste de la represión no desaparece nunca. Que, parafraseando a Foucault, “la gente puede tolerar a dos homosexuales a los que ve irse juntos a darse un revolcón sexual luego de levantarse en la calle. Pero sí al día siguiente están sonrientes, cogidos de la mano y abrazándose tiernamente, entonces no tienen perdón. No es la salida por placer la que es intolerable, sino la ternura del día siguiente, el despertarse felices”. En definitiva, cuando los amores de Enea y Pietro están por salir a la luz en una cita al aire libre y en una cena romántica, una tragedia hija de la persecución policial los separa para siempre.

La historia de “Nuovo Olimpo”, de evidente contenido confesional, se desplaza durante medio siglo hasta una actualidad donde Enea devino Enea Monte, un director de cine gay que se encuentra en pareja con Antonio (interpretado por el despampanante Alvise Rigo) y Pietro, un ocupado oftalmólogo casado con la desolada y clarividente Giulia (Greta Scarano). Sin embargo, ninguno de los dos olvidó el “breve encuentro” que, aparentemente signó sus destinos.

Plena de intertextualidades cinematográficas, la nueva creación de Ozpetek, se erige no solo como testimonio de las vivencias de los gays en el siglo XX –signada por los placeres fugaces, los ocultamientos y las persecuciones- sino también constituye una oda y un nostálgico homenaje al cine y con él, a los paraísos perdidos. Por un lado, las fantasías del cine fueron un refugio de la comunidad LGTBIQ para escapar de realidades hostiles tal como lo ejemplifican, entre tantas otras, las existencias de Manuel Puig, Gore Vidal y Gianni Vattimo. Por otra parte, en “Nuovo Olimpo” son evocadas tanto las joyas del cine italiano como los melodramas norteamericanos de los años cincuenta y sesenta, particularmente La usurpadora (“Back Street”, Miller, 1961) y, de manera casi literal, Sublime obsesión (1954) de Douglas Sirk.

Unidos por la pasión, la alegría y el amor y separados por las circunstancias –la guerra o la represión contra los sueños de liberación sexual y social-, la historia de amor truncada de Enea y Pietro remite a la de Giovanna y Antonio (Sophia Loren y Marcello Mastroianni) de Los Girasoles (I girasoli, De Sicca, 1970). Es más, con sus acordes musicales que evocan a Henry Mancini, Nuovo Olimpo puede verse como la versión gay de Los girasoles de Rusia.

Apelando con melancolía a sus recuerdos personales,  Özpetek brinda su mejor creación, su obra cumbre hasta la fecha y una nostálgica oda a los mundos flotantes, a las cartografías eróticas del pasado romano y a las vidas que perdemos viviendo.