En los años setenta y ochenta, la Justicia calló en Argentina, salvo en el juicio a las Juntas militares, como lo haría en otros países de la región y lo sigue haciendo en otros en nuestros días. En aquellos años de acero, de persecuciones y negación de la libertad y de la vida, hubo un puñado de víctimas que dieron la cara y que pelearon con todas sus fuerzas porque el olvido no fuera la regla que gobernara nuestras mentes. Esa insistencia hizo mella en el corazón de la Justicia de varios países, y, en particular, en España.

Yo mismo intuía y me preocupaba, pero tuve la comprensión absoluta del horror que vivió Argentina cuando realicé una inmersión obligada siendo juez en la Audiencia Nacional española. La Unión Progresista de Fiscales, presentó el 24 de marzo de 1996 una denuncia por la desaparición de ciudadanos españoles durante la dictadura. Cuatro días después, dicté una resolución por la que se incoaba el procedimiento penal en el Juzgado Central de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional del que era titular, por delitos de genocidio, terrorismo y torturas contra los máximos responsables de las Juntas Militares argentinas, en aplicación del principio de jurisdicción universal.

Hablamos de sucesos terribles, de asesinatos, desapariciones, robos de bebés y desprecio de la vida humana que sucedieron a partir del golpe de estado de 24 de marzo de 1976 hasta que un gobierno elegido por los ciudadanos el 10 de diciembre de 1983 restituyó la democracia. Hasta entonces, Argentina había sido presa de un Gobierno ilegítimo que estableció un plan sistemático de terrorismo de Estado. Uno de los nombres más conocidos y que identifica el espanto durante los años setenta del siglo pasado en Latinoamérica fue la Operación Cóndor, impulsada por técnicos militares y políticos de varios países y la tutela de EEUU que entrenaron a los que acabarían con sus hermanos en una orgía de sangre y represión.

Es posible que muchos escuchen esta historia -su historia- como cuentos de viejos, como asuntos que no van con ellos. Otros, pueden caer en la tentación de pasar página y obviar la historia buscando caminos nuevos e, incluso, habrá quienes negarán los hechos, aun cuando los perpetradores hayan sido juzgados y sentenciados.

NEGANDO EL GENOCIDIO

Ocurre que nadie puede borrar lo ocurrido, como nadie puede devolver la vida ni los sueños a tantos ciudadanos llevados a la muerte o a quienes hicieron desaparecer sin dejar huella. Olvidar la propia historia es entrar en un círculo de pesadilla: cuando se intenta tapar el pasado, vuelve con más fuerza y arrasa. Me inquieta que algo así pueda ocurrir en este país al que quiero como al mío propio. Y me indigna escuchar a Victoria Villarruel, la diputada por Libertad Avanza y segunda de a bordo de Javier Milei, defendiendo a los genocidas o, como éste, negando los 30 mil desaparecidos a manos del régimen fascista. O cuando el candidato a presidente, Milei, asegura a sus seguidores que “vamos a aplastar el socialismo con las fuerzas del cielo” y augura un futuro sin inflación, sin inseguridad, sin populismo ni casta, cuando sus fórmulas económicas, sus enloquecidos planteamientos dictatoriales y sus corporativos compañeros de viaje, indican todo lo contrario.

Pero las soflamas vacías de contenido y cargadas de ideas incendiarias, pueden enardecer el descontento, frente al mensaje mesurado y productivo de su oponente, Sergio Massa que se postula por Unión de la Patria. Massa plantea temas tales como promover la industria nacional y el campo; la formación terciaria y universitaria y el obligado estudio de informática y robótica para el futuro inminente del mercado laboral o el empeño contra la inseguridad y el narcotráfico, asuntos vitales, concretos que son la base de la vida real. Y sobre todo, sin negar la historia acontecida. Defendiendo la verdad y la justicia; manteniendo firme la lucha porque ni el olvido ni el perdón sean la norma.

Soy testigo de cómo Argentina se ha ganado a pulso el respeto por una serie de avances fundamentales: en Derechos Humanos, en reconocimiento de las minorías, en la incorporación a la Comunidad Jurídica Internacional. En sucesivos gobiernos progresistas se ha fortalecido el Estado de Derecho y se ha avanzado en la consolidación de un Estado benefactor. Este trabajo continuo y efectivo se ve ahora en riesgo ante una ultraderecha con tintes paranoicos. Desde el exterior, Milei aparece como un personaje peligroso, iluminado, de una inestabilidad comparable a la del ecuatoriano Abdalá Bucaram o a la del estadounidense Donald Trump, o aún peor. Con la certidumbre de que esa inestabilidad se traducirá en una inestabilidad política muy grande para este gran país. Es sabido que en situaciones de descontento mucha gente, cansada de las recetas habituales, elige al cisne negro que viene a romper el molde, pero que, de hacerse Milei con el poder, tornará a Argentina a las tinieblas de las que el país consiguió salir, después de años combatiendo la pobreza y la desigualdad.

LOS JÓVENES

Se que son tiempos difíciles, de incertidumbres y desconfianza para las generaciones más jóvenes, pero, aún hay tiempo para la esperanza. En esta cuenta atrás hacia el ballotaje, multitud de jóvenes han dejado clara su percepción de lo que está ocurriendo. La gira de la cantante Tylor Swift esta semana en el estadio del River, ante millares de espectadores, convirtió la música en un acto político. Las seguidoras de la artista lo plasmaron en carteles y pegatinas: “Swiftie no vota a Milei”. Y “Milei es Donald Trump”. Swift, defensora de los derechos y activista desde el escenario contra cualquier tipo de fobia que atente contra las personas, tiene algunas canciones icónicas que utilizó en su personal campaña contra Trump de cara a las presidenciales de 2020, llamando a votar a Biden. Siguiendo su estela, en referencia a la reivindicación de Javier Milei de la década 1989-1999 en que el peronismo gobernó con un programa económico neoliberal, las jóvenes entonaron el We Are Never Ever Getting Back to Menem, (sustituyan Menem por together y tendrán el titulo original).Tylor Swift encandiló a su público cuando en el estribillo de la canción que dice Nosotros nunca, nunca volveremos a estar juntos, tipo nunca… cantó alto y claro: “Ni en pedo”.

Quizás los jóvenes tengan más idea de lo que se avecina que sus mayores. Ojalá ellos vean con claridad el camino, porque los electores que tienen una edad de entre 18 a 29 años representan más del 24 por ciento del padrón y porque, de verdad, lo que se decidirá en esta segunda vuelta será, sobre todo, el futuro de ellos.

Sean verdaderamente revolucionarios apostando por quien no miente y reconoce que la situación es difícil, pero no imposible. Exíjanle la rendición de cuentas y que se entregue sin fisuras a la defensa de la ciudadanía y no a las corporaciones, que defienda la diversidad y la pluralidad de un país diverso. Pero, por favor, no caigan en la trampa de quien ha inoculado la mentira y la falsedad en su discurso para obtener el poder y, más tarde, sentirse libre para hace lo contrario. No avanzara la libertad sino la negación de la misma. Desde el amor por Argentina y la defensa de los valores y derechos que siempre he visto en los rostros de verdad y de justicia de las víctimas, les pido que no voten a Milei/ Villarruel.

Por último, también les ruego que reflexionen sobre lo vivido, sobre lo que este país sufrió y el doloroso esfuerzo que ha supuesto llegar hasta aquí. A la hora de entrar en el cuarto oscuro, elijan muy bien la “boleta” y no se dejen llevar por cantos de sirena que a nada conducen, salvo al caos y la involución.