Tilcara es conocida por el Pucará, por ser el centro de la atención de la Quebrada (algo que discutirán los huamahuaqueños) y por otros tantos atractivos. Entre ellos el entorno geográfico, su cultura inmemorial y la lisergia de sonidos, olores y sabores. Pero nunca por haber sido escenario de un hito fundacional.
En el acceso al pueblo por la ruta 9, un modesto y casi tímido cartel de madera con tres tablas horizontales dice en letras amarillas: “Bienvenidos a Tilcara, Patrimonio de la Humanidad”. La declaración de la Unesco data de 2003, aunque es en verdad a la Quebrada de Humahuaca en su conjunto.
Como sea, en el mundo hay más de mil sitios que son Patrimonio de la Humanidad. Pero solo un lugar de todo el planeta puede jactarse de ser “El kilómetro cero del camino a la consagración en México 86”. La frase pertenece a Carlos Bilardo, quien estableció en la altura de Tilcara el inicio del proceso preparatorio hacia el Mundial que su equipo conseguiría cinco meses después. El auténtico KM0 del viaje al Azteca está en un viejo potrero de la Quebrada.
Corría enero de 1986, nadie pagaba un peso por esa Selección que había jugado muy mal el año anterior, y ni siquiera estaban en el viaje al norte argentino Maradona y Passarella, los dos referentes del vestuario. Con todo, el Narigón convenció a Julio Grondona, entonces presidente de la AFA. Y también a un grupo de catorce jugadores. Aunque, en un principio, sólo él estaba seguro de la importancia de ese acampe de diez días en la Quebrada de Humahuaca. A Tilcara no llegaba todavía la TV y había un solo teléfono en todo el pueblo. Los mismos jugadores reconocían que ni siquiera sabían adonde estaban yendo.
Bilardo, médico, había tomado el consejo de un colega, el cardiólogo Bernardo Lozada, quien preparaba deportistas para competir a miles de metros sobre el nivel del mar: “El Mundial lo va a ganar el equipo que más se preocupe por la altura”, le aseguró.
Al igual que en 1970, México supondría en 1986 un torneo de partidos principalmente a más de dos mil metros sobre el nivel del mar. A pesar de ese antecedente, el Narigón fue el único de los veinticuatro entrenadores que reparó en ese detalle. Y eligió Tilcara después de analizar un sinnúmero de variables. Desde sus 2200 metros, similar altura al DF y Puebla, destinos mexicanos determinados por el sorteo. Hasta la calma del lugar, condición necesaria para intentar ese reseteo lejos del bullicio porteñocéntrico tras un 1985 difícil. Además, tomó nota de la experiencia de Miguel Ignomiriello en Tilcara con la Selección de 1973 (el Equipo Fantasma) y buscó corregir lo que en ese momento había fallado.
El Operativo Tilcara 86 permitió combinar exigencias físicas en la altura con exámenes médicos para analizar la reposición de cada organismo tras cada entrenamiento, información que luego influyó en Bilardo a la hora de dejar afuera del Mundial a dos jugadores de ese viaje: Jorge Comas y Oscar Dertycia.
Además, experimentaron el desayuno intenso como forma de sortear un problema que llevó a Diego a su primera gran pelea con la FIFA: los partidos se jugaron principalmente al crudo sol del mediodía mexicano por necesidades de la televisión europea y eso impedía el almuerzo a la hora convencional. De ahí, la famosa historia en la que Raúl Madero --el otro médico del cuerpo técnico-- le solicita a los jugadores que lleguen a México con dos kilos encima de su peso, pues los iban a perder rápidamente entre la altura y el calor.
Pero, en otro sentido, el viaje a Tilcara --con sus convivencias en un pueblo lejano para porteños, bonaerenses y rosarinos-- también colaboró a instalar un espíritu de grupo que la selección de Bilardo hasta entonces no tenía. No caben dudas de que el hipnótico entorno tilcareño fue clave para que esa expedición terminara de la mejor manera, incluso cuando entrenaban a triple turno en condiciones climáticas complicadas y se alojaban en un hotel bastante modesto. Lo que en inicio se presagió como una tortura, un viaje casi de combate, terminó siendo una full experiencia bilardista con lo malo (los entrenamientos, la exigencia) pero también lo bueno, que iba desde jugar picados con equipos quebradeños hasta ir a un baile de carnaval como premio a lo hecho.
Recién con el tiempo, tipos como el Checho Batista, Oscar Ruggeri, el Tata Brown o Ricardo Giusti --expedicionarios de Tilcara y titulares en el campeón de México-- entendieron aquella experiencia como un momento de refundación fundamental para lo que ocurriría apenas cinco meses después, en junio.
La magia de Diego en el Azteca funge también como síntesis de todo ese proceso en la altura jujeña. Su condición atlética (acaso la mejor de toda su carrera deportiva) se viraliza en un equipo robusto y granítico, aunque a la vez dinámico y expansivo. Entre las credenciales de Argentina en el Mundial ’86 está también la ventaja física que logró sacarle incluso a equipos europeos que se jactaban de tal virtud, especialmente Alemania. Una preparación iniciada sin dudas en Tilcara.
Todo eso comenzó en una cancha de tierra, piedras y resabios de lechuga que habían cosechado semanas atrás en la parcela. La de Pueblo Nuevo, club armado a principios de los 80’ entre algunos amigotes sobre lo que entonces era un baldío. Allí hicieron con caños desechados de Obras Públicas dos arcos, lo único que tuvo durante mucho tiempo: Bilardo y su Selección no llegaron a conocer los paredones.
En ese potrero, Bilardo hizo entrenar a su equipo. Y hasta lo midió con el anfitrión. Técnicamente, esos fueron los primeros “partidos” de la Selección en 1986. Cuenta la leyenda que el DT le solicitó a Le Coq Sportif, la firma que vestía a la Selección, una camiseta con predominante color blanco. El propósito era refractar el sol picante de la Quebrada. El curioso modelo (con mangas y cuello redondo de azul) se observa en varias fotos del viaje.
Durante varios años los muchachos de Pueblo Nuevo intentaron comprar el terreno. Pero el acuerdo no prosperó. Y en 2022 comenzaron tareas de loteo, se presume que para la construcción de viviendas. El paso de las topadoras revolvió la tierra y dejó zanjas. Aunque aún sobreviven esos arcos con ángulos curvos, tumbados, esperando que alguien los rescate antes de un nuevo descarte, acaso para conservar el último recuerdo material el mismísimo KM 0 rumbo a la consagración en el Azteca.