Para cierta generación que creció al calor del rock argentino, la figura del prócer no resultaba especialmente simpática. El prócer remitía a imágenes cristalizadas en el aula, a las figuritas de revista infantil que se recortaban para los trabajos prácticos de fiestas patrias, a gestos adustos y gestas heroicas. Los últimos años de revisionismo permitieron tener una nueva mirada sobre los próceres argentinos, pero en aquellos años blanco y negro de la dictadura eran otra expresión del corset impuesto al pensamiento. El prócer era perfecto e inmaculado, y la lección se repetía de memoria.
Y sin embargo, el sábado por la noche David Lebón está liquidando una faena impecable, y suena "Seminare", nada menos, y todo el Teatro Opera es un coro conmovido, las gargantas quebradas con "porque estamos en la calle de la sensación...", y el Ruso sonríe otra vez y hace una leve reverencia. Y vaya uno a discutirle a alguna de esas más de dos mil almas que se está en presencia de un prócer. No el adusto, no el embalsamado, el apolillado, el que no nos significaba nada. David es el tipo que nos llenó la cabeza y el corazón de canciones, solo y en grupo, y a los 71 años presenta un show apropiadamente llamado Herencia Lebón, y no necesita reclamar ningún lugar en el libro gordo del rock argentino porque ya lo tiene, hace rato. Porque basta verlo con su guitarra con caja frente al mic para retrotraerse a tantas noches, tantos teatros, tanto Obras, tanta vida compartida. Y sí, agradecer su herencia de melodías que nos hicieron mejores.
Herencia Lebón, el disco, fue el aperitivo de la ceremonia de dos horas quince que repetirá este domingo 12. Un recorrido por la obra que arranca oficialmente en el album de 1973, pero que en realidad tiene su preludio en el magma de aquel rock argento de comienzos de la década en el que El Deivis era convidado habitual de todos. Integrante de bandas inevitables de la era: Pappo's Blues, La Pesada, Color Humano, Pescado Rabioso. Y sí, después vendría Polifemo, y Serú Girán, y todos los discos bajo su propio nombre. Había material más que suficiente para la cita en calle Corrientes, pero el guitarrista y cantante encontró el balance justo, el menú para conformar a todos, hasta al que se desgañitaba pidiendo "Suéltate, rock and roll" sin éxito.
Lo hizo, además, con una banda a la altura del asunto. Empezando, claro, por su socio desde hace 40 años, el baterista Daniel Colombres, una maquinaria de precisión, tempo, potencia y groove que, con la naturalidad y simpleza con que uno hace la lista de compras, empuja a todos a brillar. El bajista Roberto Seitz completó la base perfecta para Dhani Ferrón, dúctil en la segunda guitarra y capaz de asumir con total elegancia los coros o la voz principal de "No llores por mí, Argentina". Leandro Bulacio, director musical, sacándole humo a las teclas en los solos de "No seas dura" y "Despiértate nena". El guitarrista Gustavo Lozano, demostrando por qué el protagonista de la noche le cedió un par de solos incendiarios. E invitados como el inoxidable Rubén Rada en "Creo que me suelto" y "En la vereda del sol", o la justicieramente ovacionada arpista Sonia Alvarez en una delicada versión de "Mundo agradable". Y el violinista Alex, agregando intensidad en varios pasajes, y el violero Alambre González dejando un solo para la historia en "Noche de perros", otra de las altas cumbres de la noche.
Las canciones mencionadas llevan al núcleo del asunto: lo que significa repasar la historia de David. Un músico que se manifestó nervioso a pesar de tantas horas de escena, que saludó a su familia y se emocionó varias veces, pero cuando se trató de poner a vibrar sus canciones no tuvo piedad. No la tuvo en el comienzo, con la demoledora tripleta de "Sin vos voy a estallar", "Frecuencia modulada" y "Cuánto tiempo más llevará": arrancar la velada así, temas que alguno recomendaría dejar para el sprint final, da una idea de cuánto más hay en el repertorio del Ruso. Y claro que hubo más.
Postales en movimiento, entonces, de un encuentro con la historia. La intensísima visita al "Perro andaluz" de Grasa de las capitales, con las pantallas haciendo desfilar una animación de otros próceres. "Esperando nacer", Lebón suelto en ese terreno del blues que tanto domina, clavando en el ángulo ese solo de viola. El combo "32 macetas / No confíes en tu suerte", que soltó a la banda a quemar naves del rock'n'roll. El lejano recuerdo de "Casas de arañas" y de "Dos edificios dorados" y otro solo excepcional. Las lágrimas de él, y las de unos cuantos en la platea, cuando junto a Ferrón, Alex y Seitz en contrabajo revisitaron "Desarma y sangra", una de las canciones más bellas compuestas por Charly García. En ese mismo segmento reposado, "San Francisco y el lobo" derivó con toda naturalidad al "Blackbird" de The Beatles, y a la comprobación de que la voz de Lebón, aun con efectos del paso del tiempo, conserva la expresividad, el color y el poder de emocionar a fondo en dos inflexiones.
"Yo creo que adentro nuestro hay alguien que sabe más de nosotros. No le des bola a esta", dijo, y se señaló la cabeza. "La mente te va a joder, pero el corazón no", concluyó David Lebón, el Deivis, el Ruso, antes de volver a llenar el universo de belleza con "El tiempo es veloz". En las butacas del Opera, en el escenario, el prócer lo desmintió: cuando suenan ciertas canciones que llenaron el alma del rock argentino, al tiempo no le queda más remedio que detenerse. Y escuchar.