Laura Albarracín, intérprete y cantora argentina, no está de acuerdo con aplicar la palabra “revisitar” a lo que acaba de hacer: un disco basado en la obra de Carlos Guastavino. Se contenta con hablar, apenas, de visita, porque tal obra “es inmensa”. Difícil de asir, por tanto, en un disco de apenas once piezas. A ella, que algo de experiencia en el rubro tiene, le tocó catarlas y cantarlas, porque todas tienen una letra de otro. Convocada por Fernando Lerman, puso su voz a textos de Rafael Alberti, de León Benarós, de Atahualpa Yupanqui, de Alma García, y de Gabriela Mistral, que alguna vez escribieron sobre músicas compuestas por el maestro santafesino. “Lo que hice fue escuchar las versiones líricas, las más populares, los arreglos originales y así todo fue manifestándose de modo fluido, porque además los arreglos de Lerman y de Nacho Abad sobre lo que trabajé me sonaban cercanos a la estética que me han rondado siempre”, aproxima ella.

Bajo el nombre de Guastavino Ahora el disco tiene por supuesto la intención de preservar el acervo de quien fuera en vida un tremendo pianista y compositor de músicas clásicas y populares, a través no solo de la voz de Albarracín, sino también de la intervención de Lerman quien, además de idear y arreglar el disco, toca en él una buena gama de instrumentos de viento, acompañado por el piano de Nancy Stork, el bajo de Máximo Rodríguez, y la batería de Tomás Babjaczuk. “Trabajar con un director que sabe lo que quiere, a veces te enseña más que tu propia búsqueda. Es apasionante esto, porque extiende tus límites a lugares nuevos y eso es muy estimulante”.

Va de suyo que, con tal arreglador y con tales músicos, los temas de Guastavino suenan más a jazz urbano que a cosa vernácula. Tal perfil se intensifica incluso cuando la banda se manda a improvisar en una clave que tal vez alerte a los más puristas. Pero no a los que ubican a Guastavino en su verdadera dimensión, promediando todas sus etapas compositivas, que fueron muchas. Y susceptible de bancarse nuevas miradas, claro. “Lograr que algo suene distinto es bueno, por supuesto sin perder la esencia de lo que dicen las letras”, sostiene Albarracín.

-El ejemplo clave vendría a ser la versión de “Se equivocó Paloma”, ampliamente visitada por muchos intérpretes. ¿Considerás disruptiva la que hicieron con Lerman?

-Bueno, si suena disruptiva creo que sería un elogio para mí, ya que se trata de un tema muy conocido. Lo mismo me pasa con “La Tempranera”, zamba clásica cuyo arreglo, en nuestro caso, también la torna diferente. De todas formas, lo importante en este disco, y en lo que a mí concierne, es que me dejé llevar por la música y los arreglos, y me sumé a sus sentimientos, sobre todo al ver que Guastavino habla de flores argentinas, de pájaros, de aquí, del estudiante, y de los valores de hermandad y amor a la tierra.

-¿Cuán complejo –o no- fue el proceso de adaptación personal a una obra que requiere suma atención y concentración?

-Me resultó sencillo, porque no vengo del mundo en que están puestos Guastavino y su obra. Se trató de entender la poesía, de dejarse llevar por la música y los arreglos, y de sumarse a los sentimientos de los que hablaba antes.

-¿Fue intrépido el camino?

-Si sigo la definición de intrépido en el diccionario -ir sin miedo hacia el peligro- digo que no, porque jamás sentí miedo, ya que la solvencia de los músicos hizo que el miedo no exista, y que el respeto por la obra de Guastavino sobrevuele toda la estética del disco.