El debate público sobre los asuntos de interés común resulta un elemento constitutivo de la vida democrática. Desde sus orígenes en la Atenas clásica la democracia se basó en la confrontación de ideas. La discusión entre diversas posiciones requería un tiempo específico: el tiempo de la política. Este tiempo, en el que transcurría la deliberación, se desarrollaba en el espacio público -el agora- particularmente en la ecclesia o asamblea. En ella, quienes pretendían liderar la vida de la ciudad sabían que debían orientar la discusión. El uso de la palabra tenía como objeto seducir al conjunto de la ciudadanía y para ello se administraban todos los recursos retóricos disponibles. Tal como Aristóteles sugirió, la retórica puede ser organizada en tres grandes géneros: el judicial, el deliberativo y el epidíctico o demostrativo. Si bien el segundo fue históricamente reconocido como el género específico de la política, la dimensión demostrativa y la capacidad de juzgar los hechos también han formado parte de la argumentación política.
En nuestros días, en los que la política y sus principales dirigentes atraviesan una etapa de profundo descrédito, el buen uso de la retórica constituye un factor relevante para avanzar y posicionarse en épocas de campaña presidencial como la que atraviesa Argentina. En esta clave se observó el comportamiento de cada aspirante a la primera magistratura en el marco de los debates electorales previos a la primera vuelta electoral. Debates en el que los nervios y la falta de claridad en las ideas lograron jugarle una mala pasada a la buena dicción.
El ideal normativo de un modelo de democracia deliberativa se orienta siempre por la búsqueda de una discusión robusta sobre los asuntos de interés público, un tipo de debate que apunta a profundizar el intercambio de argumentos como base para mejorar la calidad democrática. Sin embargo, el agora mediático vigente apuesta a una reducción del debate democrático con las ostensibles consecuencias que ello supone. Por ello el debate presidencial, tal como se plantea en la actualidad, se funda en consignas marketineras y tiempos muy breves de preguntas y respuestas. Un tipo de debate extremadamente pautado en función de los tiempos cada vez más acotados que expresa antes la lógica de los medios que de la política. Así fueron los dos primeros debates presidenciales previos a los comicios del mes de octubre que, como se esperaba, constituyeron apenas la primera vuelta electoral. Para el último debate previo al balotaje se modificaron algunas condiciones. El encuentro entre candidatos contó con menos restricciones y aunque no se trató de un diálogo sin pautas previas, las nuevas circunstancias tendieron a favorecer la evaluación de los diferentes proyectos y de quienes los encarnan. Esta última edición del debate presidencial les permitirá a los electores, sobre todo a los indecisos y desencantados, observar un abanico más amplio de cualidades en torno a las fortalezas y debilidades de cada candidato y sus propuestas.
El coucheo y el papel de los asesores ocupó en todos los casos un lugar central en el diseño de la estrategia argumentativa y en la preparación de los candidatos para enfrentar al opositor. Pero no reemplazó a la capacidad oratoria y de diálogo de los candidatos, aspectos básicos dentro de las reglas de la democracia a la hora de presentar y de confrontar ideas y propuestas de gobierno. En este sentido, los dos primeros debates les brindaron a los candidatos de menores chances un mayor conocimiento de sus posicionamientos. En el tercer y último debate entre los dos candidatos que participarán del balotaje se estableció la prohibición de lectura durante las alocuciones y la posibilidad de entablar intercambios entre los dos participantes permitió observar las capacidades de cada uno y los puntos fuertes y débiles de cada propuesta.
El debate cara a cara en un formato negociado entre ambas candidaturas no escapa a la lógica de la mediatización. Lo acordado por las fuerzas políticas se desarrolló luego en un escenario televisado y transmitido por múltiples pantallas en las que posteriormente los comentaristas políticos se dedicaron a enfatizar debilidades y fortalezas de cada candidato. En paralelo, los guarismos sobre quién resultó ganador del debate y varios fragmentos del mismo fueron rápidamente viralizados y continuarán teniendo efecto sobre el electorado en el transcurso de la última semana previa a los comicios. En una coyuntura decisiva para el país, la televisión mantuvo el alto nivel de encendido logrado en las ediciones anteriores y las visualizaciones por canales digitales también fue altísima. Gran parte del electorado asistió como espectador a un espectáculo que se desarrolló con menos momentos álgidos que los que muchos -y en especial los medios- esperaban. En el acotado tiempo que ofrece la mediatización del debate seguramente éste fue seguido con intensidad por los públicos convencidos ya de su voto. Sin embargo, el gran interrogante se abre en torno a la evaluación de las fortalezas o debilidades de los candidatos y de sus propuestas que tengan tanto los sectores del electorado aún indecisos como los que no se sienten representados por ninguna de las opciones inclinándose hacia el voto en blanco. Sobre ambos grupos, que por acción o por omisión tendrán un papel decisivo en los resultados finales, la capacidad de influencia de las conversaciones que se desarrollen en el ecosistema mediático en los próximos días será fundamental de cara definir el destino político del país.
* Investigadora del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe - UBA