A muchas cuadras de distancia de la cancha de River, se percibía que la ceremonia estaba a punto de comenzar. El bullicio era tan ensordecedor que daba pie a la duda de si se trataba del arrebato del público o si algún avión había iniciado su descenso a Aeroparque. Más cerca del predio, en la esquina de Quinteros y Del Libertador, el volumen de gente era tan grande que parecía que el ingreso se había ralentizado. Sin embargo, era un cóctel de fans, padres y transeúntes que crearon de forma espontánea un sector para, al menos, escuchar y palpitar la experiencia del fenómeno más importante del año en la Argentina y el mundo. El domingo a la noche, Taylor Swift se despidió de Buenos Aires con el tercero de sus recitales (dejó la ciudad en la madrugada del lunes). En realidad, iba a ser el segundo. Pero el diluvio universal que cayó en la ciudad el viernes obligó a la reprogramación de la fecha.
Si bien ese día las swifties temieron la posibilidad de que el show no pudiera reprogramarse, lo que generó hasta ataques de nervios, la artista afortunadamente se quedó un día más. Y ella, una genia, lo anunció con la mejor onda a través de sus redes sociales esa misma tarde. “¡La buena noticia es que me quedaré más tiempo en Argentina!”, concluyó el comunicado escrito de su puño y letra, en el que explicaba que, pese a que le gusta cantar bajo de la lluvia, no podía poner en peligro al público ni a su staff a raíz del caótico clima. Aunque ciertamente las seguidoras que vinieron de otros lugares del país y de otros países de la región tuvieron que hacer un esfuerzo económico para permanecer un día más, la espera valió la pena. Y es que se materializaron todas esas expresiones que hasta entonces parecían obsoletas como “no hay mal que por bien no venga” o “la tercera es la vencida”.
A pesar de que el día del debut de un artista internacional es en general el aperitivo más suculento, el condimento angustioso, muy propio de la idiosincrasia local, le puso un plus a este recital. Al punto de que la cantante y compositora ofreció varios guiños a su fandom comprometido (estuvo acampando en la puerta del estadio por 5 meses). Como lucir un body de Versace que aludía a los colores de la bandera argentina (uno de los 16 outfits que usó en el show). O cuando dijo en español: “Estoy muy contenta de compartir estas palabras con ustedes: ¡Bienvenidos, Buenos Aires, a The Eras Tour”. A lo que añadió: “No tienen idea de lo feliz que estoy de verlos esta noche. Estaba tan nerviosa y asustada de que no pudieran venir al show, estaba pensando en los viajes, pensando en cómo estaban. Estoy muy emocionada al verlos a todos acá esta noche”.
Lo que no varió fue el repertorio (salvo por un par de temas), ni la dinámica del espectáculo: arrancó con el pop introspectivo “Miss Americana & The Heartbreak Prince”. Al que le secundó otro tema del mismo matiz, “Cruel Summer (a manera de dato de color, es su canción más popular en Spotify, con más de mil trescientos millones de escuchas), donde el diálogo entre lo orgánico y lo electrónico fue más equilibrado. Siguió con “The Man”, el downtempo electrónico “You Need to Calm Down”, y el que da título al álbum que contiene a estas canciones: “Lover”. El show tuvo 10 segmentos, divididos por sus discos (el orden del recorrido fue aleatorio). Tras inaugurar el setlist con su trabajo de 2019, a continuación eligió una terna de composiciones del material en el que country y pop se cruzan: Fearless. O más bien la “Taylor's Version” de Fearless, publicada en 2021.
Swift regrabó sus seis primeros álbumes, a razón de un pleito legal en el que se vio envuelta en 2019 con su ex discográfica. Quería ser propietaria de sus discos, pero no la dejaban. Entonces tomó esta decisión. Lo explicó más adelante, en el tramo de Speak Now, del que escogió “Enchanted” y “Long Live”. Justo el trabajo que incluye sendos temas la convirtió en 2023 en la primera mujer en la historia en alcanzar en 12 ocasiones el primer lugar en las carteleras musicales de discos (además es la primera y única mujer en ganar tres Grammy en calidad de solista en el rubro “Album del año”). Originalmente, ese repertorio lo grabó cuando tenía 21 años. Desde ese entonces, se perfiló como una artista empoderada, genia del marketing, batidora de records (The Eras Tour en su país recaudó 2200 millones de dólares, destronando una marca de Elton John) y defensora de la pluralidad.
De esto último pudieron dar fe los músicos de su banda. Pero sobre todo su cuerpo de baile, entre los que había mujeres y hombres de origen caucásico, afrodescendiente, latino y asiático. Y al más estelar de todos ellos, a causa de su peso, seguramente lo hubieran rechazado en cualquier casting. Hoy el impacto de esta hija adoptiva de Nashville tiene el mismo alcance que el de Elvis Presley, Madonna y Michael Jackson. Curiosamente, dueños de títulos nobiliarios en la cultura pop. Aunque Taylor no necesita colgarse de eso, ni de su pasado porque es una compositora prolífica y una laburante incansable desde sus 15 años. Al igual que Paul McCartney. No es fortuito que éste se haya fijado en ella, a tal punto que su vida pública le sirvió de inspiración para la canción “Who Cares”, incluida en su álbum Egypt Station (2018), lo que decantó en una amistad entre ambos.
Por más que la canción que hizo “Macca” es “anti-acoso”, ella no tiene problema en exponerse, compartir su intimidad, ni en ir a besar apasionadamente a su actual novio, el jugador de fútbol americano Travis Kelce, al terminar un recital. Tal como sucedió en la segunda fecha en el Más Monumental. Ese tema, por cierto, tiene cierta similitud con “Shake It Off”, hit de la artista de 33 años, con sabor a rock and roll de primera generación, que no faltó en el segmento del álbum 1989 (el título se refiere a su año de nacimiento). Antes de invocar algunas de esas canciones, entre las que destacaron “Blank Space y la estética posmodernista de la puesta en escena, la música se abocó a revisitar por un buen rato Folklore (2020). Sin duda, su disco más maduro y evolucionado. Para subir aún más su vara cancionera y su afán por mejorar, en esa ocasión contó con la ayuda de Aaron Desnner.
El frontman del grupo de música indie The National, con el que compuso por mail debido a la pandemia, le sacó filo a la impronta más sombría, melancólica y sofisticada del estilo cancionero de Swift. Algo similar a lo que hicieron Miley Cyrus y The Flaming Lips, en 2015, cuando juntaron fuerzas en el disco Miley Cyrus and Her Dead Petz. Aparte de su contemporaneidad etaria, en otros rasgos que coinciden ambas es que son actrices e hicieron de la música country su bastión. A partir de ahí, empezaron a demostrar que su talento y camaleonismo no tienen techo (en esto ahonda el documental Miss Americana, producido por Netflix en 2020). Siempre con coherencia, claro está. En el caso de la artista que debe su nombre al cantautor James Taylor, su modelo a seguir es la “bruja” Stevie Nicks (también voz de la banda Fleetwood Mac).
Donde más se nota ese peso, amén de Folklore, es en el disco Evermore (2020). Quizá por eso ese segmento tuvo un inicio hechicero, comandado por “’Tis the Damn Season” y “Willow”, y en el que se lucieron atuendos medievales y bolas de cristal. Con los músicos a ambos costados del escenario, durante las 3 horas y media de show la inmensa pantalla sirvió de telón de fondo, de caja de sorpresas y hasta de testigo de cómo una casa de campo de tamaño real emergía de la nada. Igual de impresionante que el piletazo que se mandó la icono en medio de la pasarela ubicada en el campo. O cuando le cantaba a uno de sus bailarines, en el otro extremo de una mesa, en tanto su tecladista se sumergía. Todo esto antes de la simpleza del “momento acústico”, en el que la artista tocó la guitarra y el piano. Traspasando (y contrastando) los límites de lo visualmente visto antes.
Por más que estaba guionado a rajatabla, lo que no pudo controlar la estadounidense (férrea anti Trump) en esta parada de The Eras Tour fue la arenga contra Javier Milei de parte de las swifties. Justo en el pasaje de Speak Now, y al mismo tiempo que se realizaba el debate presidencial. Lo que alternaba con carteles que versaban “Swiftie no vota Milei”. Nada más punk, mientras ella lucía su vestido azul de princesa. Así que el show pop del año se tornó tribuna política, desbanalizando al género y a la capacidad reflexiva de esa horda adolescente. Antes de que la eucaristía finalizara el domingo, y de que la artista emocionada volviera a preguntarse frente a esas 70 mil almas por qué tardó tanto en venir, una troupe de chicas, previendo el final con el disco Midnights, se preguntaba por el día después. Pasa lo que le sucede a toda bestia pop: hay que seguir cultivando y transmitiendo el legado.