Sergio Pérez vive en Almirante Brown. En 1982 fue soldado de Malvinas. Confesó a Buenos Aires/12 que la guerra le sacó la sonrisa. Habló del retorno tras el conflicto, de encontrarse sin trabajo, sin un norte. De volver a su casa y que no estuviera su familia. Del temor a cómo lo verían por la calle. Del recuerdo del frío y del llanto nocturno. “Síndrome del oso” fue su autodefinición acerca del dolor que desde hace 41 años lo lleva a encerrarse durante días.

Pero Javier Milei afirma que su admiración está en Margaret Thatcher, no en los pibes de Malvinas como Sergio.

Que no se sorprenda, entonces, cuando le vota en contra una buena parte del padrón de la provincia de Buenos Aires, que a su vez es el 37 por ciento del electorado nacional. Malvinas es una identidad. Como causa y como sufrimiento: terminó con la vida de más de 600 soldados en batalla, muchos de ellos bonaerenses, y produjo más de 300 suicidios.

Por eso fue que el Centro de Ex Combatientes con sede en La Plata lo cuestionó por haber reivindicado a la primera ministra británica que ordenó el hundimiento del crucero General Belgrano. “Milei se referencia con quienes desde 1833 usurpan ilegalmente nuestro territorio e idolatra a Margaret Thatcher, que es enemiga de los argentinos”, dijo el CECIM.

En un canto que fue bandera durante el Mundial de Qatar, o como combustible que transpiró Maradona en su apilada desparramadora de ingleses en cuartos de final del Mundial de 1986, las Malvinas son parte de la estructura sanguínea de nuestra identidad. No hay barrio en el conurbano bonaerense que no tenga a las islas en sus paredes. El desapego libertario a la identidad nacional es, también, un desapego a la identidad bonaerense. Y no es casualidad que confunda la nacionalidad de Johan Cruyff en el fútbol, porque si algo desconoció Milei por estos días es lo que sintetiza el fútbol en el plano terrenal. De ahí sus ideas sobre el reemplazo de instituciones civiles por sociedades anónimas.

En el debate, el líder liberal volvió a abrir la puerta a la privatización de los clubes. Lo hizo a pesar del multitudinario rechazo institucional a la propuesta, donde Racing e Independiente de Avellaneda, Banfield, Los Andes y Temperley de Lomas de Zamora, Lanús, Platense de Vicente López, Sarmiento de Junín, Estudiantes y Gimnasia de La Plata, y decenas de instituciones bonaerenses salieron al cruce de esta idea durante el sábado y el domingo. Lo mismo Boca, River y San Lorenzo.

Pero el profesionalismo es sólo una parte de la ecuación. Los espacios que nutren el ecosistema de jugadores que luego terminan levantando una Copa del Mundo se llaman clubes de barrio. Son cientos, como el Club Círculo General Urquiza donde atajó Emiliano "Dibu" Martínez, el Club Deportivo Belgrano que pateó Rodrigo De Paul en Sarandí, o La Recova de San Martín que disfrutó de Enzo Fernández.

La Unión que los concentra tiene de vicepresidenta, y ex presidenta, a Marina Lesci, actual intendenta interina de Lomas de Zamora. Lesci condenó la política económica de Milei y la posibilidad de que este conjunto de micromundos pueda desaparecer. Los clubes de barrio son instituciones donde la realidad social transita en su conjunto, donde sus dirigentes se preparan para abordar todo el abanico de problemas con los que llegan un chico o una chica. Donde se contiene, se abraza, se cuida, y se busca en el Estado las soluciones que la calle y lo privado no suelen dar.

El debate del domingo puso sobre la mesa una perspectiva sobre el país y, consecuentemente, sobre la Provincia. Pero, a la vez, dejó en evidencia la personalidad de quien puede tomar las decisiones más importantes para todos los argentinos. 

El pedido de Massa a Milei para que explique las razones que motivaron su no-renovación de la pasantía en el Banco Central desenmascaró otro posible Síndrome del Oso. 

Al ex soldado Sergio Pérez los síntomas lo llevaron a encerrarse. A transitar el dolor y la bronca de una manera que, seguramente, amerite una intervención de parte de profesionales de la salud. Pero Sergio encontró salidas a ese remolino de emociones en la docencia, en sus charlas sobre Malvinas en las escuelas y en su disposición permanente para contar lo que pasó en las islas. Son formas de solidaridad y de pensar positivamente en el otro. 

Milei, podría decirse, desarrolló otro Síndrome del Oso. El del oso Lotso, el peluche que en Toy Story es reemplazado por su dueña por una equivocación. Por eso en la película Lotso se hizo tirano dentro de una guardería y profetizó el sufrimiento futuro para todos los juguetes que llegaban con la ilusión de tener una vida mejor luego de estar a la deriva. Es decir, a los dolidos les daba más dolor. A los rechazados, más miseria.

No necesariamente el padecimiento genera desamor. Durante sus días en las islas, Pérez recibió muchas cartas, y otros solados no. “Tachá Sergio y poné tu nombre”, cuenta que les decía. Quizás perdió la sonrisa, pero no perdió el amor y la solidaridad. Al revés de Milei, Sergio supo distinguir entre lo que necesitaba él y lo que precisaban los demás.